COSAS viajó a México para conocer el set de grabación de “La casa de las flores”, serie original de Netflix que se estrenó el 10 de agosto. Entre escena y escena, pudimos conversar no solo con el director y creador de la ficción, Manolo Caro, sino con Verónica Castro, la icónica actriz mexicana que hace su regreso triunfal mediante el gigante del streaming.
Por Vania Dale Alvarado
Las flores albergan un simbolismo en casi cualquier parte del mundo. “Mandas flores cuando estás enamorado, cuando estás de luto, cuando nace alguien, cuando te comprometes… ¡Mandas flores para todo! Ese es un universo que le viene bien a una serie que tiene que avanzar muy rápido. Además, estéticamente es maravilloso. Filmar en la florería es un lujo porque no importa dónde pongas la cámara, siempre se va a ver bien”, expresa Manolo Caro.
El set de la florería, uno de los espacios recurrentes de la serie –en la que absolutamente todas las flores son naturales, con olores y colores que inspiran a cualquiera– es, sin duda, un escenario muy diferente a los que recuerda Verónica Castro de sus épocas doradas en la pantalla chica. La última vez que la actriz pisó un estudio de televisión fue hace casi una década.
Con “La casa de las flores”, la protagonista por excelencia de las telenovelas mexicanas más recordadas de todos los tiempos –como “Los ricos también lloran” y “Rosa salvaje”– se reinventa por completo para convertirse en Virginia, la matriarca de la familia De la Mora, en torno a la cual gira la trama de la serie, descrita por su mismo creador como “un melodrama con destellos de comedia hilarante y oscura”, un tipo de humor al que ya nos tiene acostumbrados Manolo Caro con películas como “No sé si cortarme las venas o dejármelas largas” o “Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando”, cuyos títulos hablan por sí solos.
Según explica Caro, la elección de Verónica Castro para el papel principal constituyó un reto para ambos: mientras que para ella significaba enfrentarse a un universo abismalmente distinto al que conocía, para él se trataba de lidiar con una actriz de una formación actoral muy diferente a la que se imparte hoy en día. El resultado, sin embargo, ha sido gratificante para los dos.
“Verónica tiene un rigor particular: siempre está lista cinco minutos antes, estudiada y clara sobre la escena que se va a hacer. Eso se debe a que en la época en que ella hacía telenovelas grababan, creo, como cuarenta y cinco escenas al día, lo cual, por otro lado, implicaba que no había tiempo siquiera de cuestionar al director, sino solo de sacar las escenas adelante. Nosotros hacemos entre tres y seis escenas al día, lo que se traduce en que el producto está muchísimo más cuidado y en que hay más oportunidad de diálogo entre actor y director”, explica Caro, quien también se estrena en el mundo de las series.
Al encuentro de Verónica
Una cercana y cálida Verónica, ataviada como Virginia, la jefa de esta singular familia disfuncional, nos recibe en su dormitorio en la ficción. En ese espacio que se percibe tan íntimo y real, nos habla del entusiasmo que la embarga al pensar en este nuevo papel, el más retador de su prolífica carrera. “¡Estoy feliz! Estoy excitada, emocionada, agradecida con la vida y, sobre todo, con Manolo”.
Háblanos sobre cómo estás viviendo la aventura de regresar a la televisión en las grandes ligas y en un formato tan diferente al que estabas acostumbrada.
Esto de televisión no tiene nada, ¡es otro mundo! Es como hacer cine de diferente manera. Como le dije a Manolo, estoy descubriendo un mundo que no existía para mí. Nunca había trabajado de esta manera, jamás. Después de estos años alejada de la televisión, creo que mi regreso tenía que implicar, justamente, un cambio radical, importante y fuerte como este.
¿Es como un segundo aire profesional?
Yo espero que me dé aire, la verdad, porque hasta ahora no me lo han dado (ríe). Esta ha sido una inyección de energía de parte de Manolo, por lo cual no voy a acabar de darle las gracias nunca, porque me consiguió un personaje que jamás pensé que pudiera hacer en mi vida. Cuando me lo soltó, lo cual ocurrió después de que yo hubiera aceptado participar, se me vino un infarto. Entonces, le dije: “Creo que no voy a poder… No soy yo”. Me costaba trabajo agarrarlo porque, pues, obviamente, es bien diferente a todo lo que he hecho y a cómo soy yo.
La telenovela como género, ¿tiene los días contados?
Lo que pasa es que es otro trabajo, pero tiene todavía su público. No me atrevería a decir que tiene sus días contados, porque la verdad es que hay señoras en casa a las que sí les gusta, sí quieren esa cotidianidad, que les platiquen su historietita diaria y que las dejen en un suspensito. Pero los chavos nuevos ya no se conforman con eso, quieren cosas sustanciosas.
En términos profesionales, ¿para ti sí terminó la telenovela?
No sé, si pudiera darse más adelante, ¿por qué no? Trabajar para mis viejos sería adorable, pero es que habiendo tocado esto ya lo otro no sé cómo me va a saber. Después de haber trabajado para Netflix, está difícil que quiera uno regresar a la pantalla chiquita.
¿Crees que el público que te seguía antes va a verse atraído por este nuevo formato ahora que tú eres parte de él?
Ojalá que sí… A lo mejor, para la gente que conoció a la otra Verónica Castro va a ser un shock, porque verá a una loca desquiciada en lugar de la clásica mujer buena que siempre he interpretado. ¡Acá, soy totalmente incorrecta! Me muero de ganas de ver esa reacción, y me muero de miedo también…
¿Ese miedo del que hablas te hizo dudar en algún momento de aceptar el papel?
No, porque cómo sería mi personaje ya me lo reveló Manolo hacia el final mucho después de que aceptara (ríe). Pero trabajar con él es un agasajo. Tiene un humor precioso; sus indicaciones son muy lúdicas, nos reímos, nos divertimos y platicamos mucho. Los técnicos son una delicia, hay pura gente profesional. Todo camina; entonces, yo tengo que caminar también. Estoy en un ambiente relajado, muy diferente al de la televisión de antes, en que todo era tenso… De pronto, tenías que hacer setecientas escenas por día, andabas corriendo de un lado para el otro, cambiando de ropa, pendiente del micrófono, etcétera; salías a escena tensa, con ganas de atacar, y a veces las cosas no resultaban tan bien, solo lo suficientemente bien como para decir: “Okey, queda”. Pero aquí las escenas no tienen que salir bien; tienen que ser perfectas.
Cuando te llegó la propuesta, ¿lo conversaste con tus hijos?
Sí, sí he conversado con Cristian, y sobre todo con Michel, que se dedica al cine y es muy amigo de Manolo. Le pregunté: “¿Cómo ves a tu mamá haciendo esto?”. Y me dijo: “Ay, ¡pues, encantado! Finalmente, te voy a ver en algo normal” (ríe). Si me lo dice él, pues perfecto, yo confío. La que sí se infartó fue mi mamá. “No, Vero, tú no puedes dar ese ejemplo”, me dijo. Y, pues, obvio, piensa como las mamás de antaño. Antiguamente no podías decir ni hacer nada, todo era: “No, no, no”. Así hemos vivido todas, muy reprimidas. Y a estas alturas me quieren soltar el pelo… Está fuerte, pero tarde o temprano me tenía que pasar.