Fernando ‘Pino’ Solanas, de ochenta y dos años, es más un militante del cine que un simple director. Tras hacer una pausa en su agenda política –desde 2013 es senador de la República Argentina por el frente UNEN–, el realizador visitó Lima para recibir un homenaje especial y estrenar aquí su más reciente documental –“Viaje a los pueblos fumigados”–, además de conmemorar las cinco décadas de “La hora de los hornos”, el icónico y revolucionario filme que codirigió en 1968 junto con Octavio Getino.
Por Raúl Cachay A.
Medio siglo después de conmover los cimientos de la cinematografía latinoamericana con un filme valiente y rupturista como “La hora de los hornos”, Fernando Solanas alterna su incansable actividad política (fue candidato a la presidencia en 2007 y desde 2013 ocupa un lugar en el Senado de su país), en la que suele consagrar muchos de sus esfuerzos a la problemática medioambiental y energética en Argentina, con el lanzamiento de documentales (su último largometraje de ficción fue “La nube”, de 1998) que exploran desde diversas perspectivas la sostenida crisis social, política y económica que ha marcado el devenir argentino desde el cambio de siglo. “Viaje a los pueblos fumigados”, que fue estrenado este año con gran éxito en la Berlinale, es el último de ellos.
“Es el octavo documental largo que dirijo en esta línea”, explica Solanas, quien llegó al país para recibir un homenaje especial en el 22 Festival de Cine de Lima PUCP, que rompió fuegos el 3 de agosto. “Todo empezó entre 2001 y 2002. Pensaba hacer una sola gran película, un ‘fresco’ sobre la crisis en la Argentina contemporánea y finalmente empecé a viajar y descubrí que el tema era demasiado extenso, por lo que decidí hacer varias películas individuales. Es una saga que debería llegar a las diez películas. Voy por la octava. La primera fue ‘Memoria del saqueo’. He tocado el tema de la megaminería de altura, la energía, el petróleo, el problema del sistema de trenes y el transporte, la situación social de los desocupados, los piquetes…. Esta última película trata sobre las consecuencias que tiene sobre la salud de la población el modelo alimenticio argentino, especialmente la producción de cereales, verduras y carnes”.
—La película trata sobre un desastre ambiental, pero también sobre un gravísimo problema de salud pública… ¿Hay vuelta atrás?
—Bueno, la película pone el acento en que esta agricultura industrial está basada en las semillas transgénicas, que para que funcionen deben estar acompañadas de una batería grande de agrotóxicos, sustancias químicas que contaminan, enferman y, en dosis importantes, matan. Resolver esto es un tema de decisión política. Este tipo de agricultura se sigue expandiendo porque deja buenos réditos al tesoro nacional de cada uno de los estados y, por supuesto, está impulsado por grandes monopolios que fabrican las semillas transgénicas y venden los agrotóxicos. Monsanto, por ejemplo, es el símbolo de todo esto.
—¿Por qué cree que es importante seguir haciendo cine documental de contenido político y denuncia, como el suyo?
—Porque da la información que no dan los grandes medios. Vivimos en una sociedad mediática, en una ‘mediocracia’. La tendencia, al menos en Argentina, es que la agenda del debate público sea fijada, por una parte, por el gobierno; y, por otra, por los grandes grupos mediáticos.
—¿Y entonces cómo se puede acceder a la gente?
—Hoy no es tan dramático como hace veinte, treinta o cuarenta años atrás, cuando no había Internet y no había redes. Hoy tienes sitios de Internet de todas las tendencias y colores que quieras, pero uno debe tener el hábito de encontrarlas. Hoy las nuevas generaciones se manejan así, hasta ven televisión por el telefonito.
—¿Cómo recuperar el debate que solo se genera cuando el cine se experimenta de manera colectiva?
—La información por la web es individual, es cierto. Yo creo que lo que se entiende por cine no es solamente el soporte o la película, sino la posibilidad de compartir colectivamente una proyección de contenidos, ya sea una historia de ficción o un documental. Pero todo se puede organizar. Por ejemplo, no vas a encontrar mis películas en los canales de televisión, pero sí en las universidades, los colegios, los sindicatos… Todo el tiempo son proyectadas.
—¿Y cuál es su posición respecto a la polémica suscitada, por ejemplo, en los festivales de Cannes o Venecia sobre la posibilidad de tener en competencia películas de Netflix y otras plataformas similares que nunca fueron exhibidas en las salas?
—Por supuesto que estoy en defensa de las salas de cine. El cine es heredero de la tradición de proyectar a una masa considerable de gente un drama o una comedia o lo que sea: proyectar un contenido. Es heredero del viejo teatro. Compartir colectivamente con el público, eso es importantísimo. En lo que respecta a las plataformas de streaming, el problema es que penetran en los países vía Internet por encima de las legislaciones de protección que tienen muchos de ellos sobre sus espacios audiovisuales. En Francia, por ejemplo, le exigieron a Netflix pagar una serie de impuestos, como las películas que se exhiben en las salas.
El desarrollo de la evolución
—Este año es el 50 aniversario de La hora de los hornos, su película más emblemática. ¿Cómo cree que hoy la ven las nuevas generaciones?
—La ven como una pieza de museo, un elemento histórico… Pero la mayor parte de los testimonios sociales, económicos, culturales y políticos, sobre todo los primeros, que muestra la película todavía no han sido resueltos en América Latina. Tiene actualidad. Pero de ninguna manera puede compararse este momento con la resonancia que tenía ver la película en su tiempo histórico. Cuando todo estaba prohibido y no tenías información –Argentina saltaba de una dictadura militar a una dictablanda o a una democracia muy condicionada por la corporación militar–, el sentimiento de opresión era muy grande. Entonces, ver una película que había sido filmada con la misma libertad con la que un escritor o periodista hace una investigación, era realmente insólito.
—¿Cómo hace para conciliar todo el trabajo de investigación y los procesos de rodaje y montaje de sus películas con su labor legislativa y su actividad política?
—Esa es una pregunta que me hacen siempre. Hago películas de corte documental, mi equipo está formado por muy pocas personas. Cuando filmamos somos dos o tres, nunca somos más de cuatro en el auto, para tener un solo vehículo. Y todo eso lo hago en los dos meses de vacaciones que tenemos. Otros se van a la playa, yo me entretengo haciendo los rodajes. Y después hay vacaciones de invierno, feriados largos… Este tipo de cine lo posibilita. Pero hacer películas de ficción sería imposible así.
—¿Le cierra las puertas definitivamente a la ficción?
—No. Tengo muchos proyectos para volver a la ficción, pero eso ocurrirá cuando termine mi mandato, a fines del próximo año. A la ficción necesitas dedicarle al menos un año ‘full time’. Y después viene el lanzamiento de la película, acompañar la obra… Para mí, esto es una gimnasia. Cuando tenía veinte años iba a reuniones y no podía hablar porque estaba totalmente inhibido. Diez años después terminé La hora de los hornos. Lo que uno no comprende cuando es joven es el desarrollo y la evolución: uno no es el mismo ni tiene los mismos sentimientos o capacidades que hace diez o veinte años. El cine es una gimnasia organizativa extraordinaria y, a la vez, peligrosa. Yo he producido todas mis películas: dieciocho largometrajes, todos con guion mío. Estos esfuerzos los pagas con tu cuerpo y tu bolsillo.