Una mantarraya se posa sobre él. Es una nube negra, colosal y sinuosa que gravita ensimismada. Vaya que Yuri ha buceado. Literalmente se ha sumergido en su trabajo, que más que trabajo es pasión, un sacerdocio submarino.
Por Josefina Barrón Fotos de Yuri Hooker
A penas uno se sumerge, la realidad adquiere una densidad distinta. Una textura espesa y a la vez etérea. Nada pesa tanto en lo profundo del mar como el acto humano sobre las especies. Es el mundo submarino un espacio extraño a nosotros. Pero existe. Es el mundo submarino peruano aún más extraño a nosotros. Pero existe. Está allí, aquí, repleto de seres vivos que se mueven, que ondean, sinuosos, que se reproducen, microscópicos o colosales, que destellan, muchos de ellos endémicos, es decir, que solo son peruanos y nada más que peruanos, que exhalan sus últimos suspiros ante la indiferencia de los habitantes de tierra firme.
De eso hablamos con Yuri. Él ha entregado su vida a ese mundo que vive en las entrañas del mar del Perú. Como tiene el apoyo institucional de la Universidad Cayetano Heredia, puede llevar a cabo sus investigaciones y enriquecer el Laboratorio de Biología Marina y la Colección de Zoología Acuática de la universidad. Pero no recibe un sueldo. Menudo trabajo. Cada imagen que captura con su lente es una manifestación de belleza de la más pura. Una que el hombre no ha creado. Una que Yuri ha ido a buscar y ha capturado, no con un arpón o una red. Sí con una cámara de fotos. Y con el corazón en un puño.
Cómo explicarle a quien sale a por un pescadazo, arpón en mano, que el pejeperro, ese enorme pez que vive solamente entre el norte de Chile y la costa central y sur del Perú, es tan especial que si el macho que tiene su harén muere, la hembra más grande y fuerte se transforma en macho en un proceso que le tomará un año. Por supuesto, en Chile está protegido el pejeperro, llamado también vieja, pero en el Perú cada cual pesca lo que quiere, cuando quiere, como quiere.
Sí, estamos orgullosos de ser primeros en el mundo en especies de mariposas, primeros también en árboles, segundos en variedad de aves. Pero del mar poco sabemos. Yuri está haciendo aportes muy importantes junto a su equipo. En el Perú tenemos registrados más de ciento veinte especies de babosas marinas, de las cuales casi cuarenta son nuevas para la ciencia.
Otro grupo que le apasiona son los corales abanico, en el norte tenemos más de treinta especies; si bien parecen plantas, son animales; si uno sacude sus ramas salen cientos de animalitos diminutos que viven en ellos y que solamente pueden vivir en ese hábitat.
Yuri trabaja con especies de un centímetro de tamaño. Setenta y dos especies de equinodermos se tenían registradas en el Perú; Yuri y su equipo han descubierto otras tantas, algunas de ellas endémicas. En esponjas se tenían registradas seis especies, ahora se tiene más de un centenar. Es decir, no alcanzan cien vidas para bucear un mar que ninguneamos, que desconocemos y, por eso mismo, no amamos.
“¿Alguna vez descansas?”, le pregunto. Su respuesta casi me hace llorar de la emoción. “Cada buceo es una aventura”, confiesa. “Hace un par de años estábamos haciendo unas investigaciones en los arrecifes de Punta Sal y salimos a bucear y el motor de la lancha se malogró. ‘Vámonos a la playa como la gente normal, entonces’, le dije al equipo. ‘No vayamos en lancha. No bucearemos hoy’. Eso fue lo que hicimos. Era extraño no sumergirnos en el trabajo, es decir, en el mar, no ponernos nuestros tanques. Y allí estábamos, como nunca, con las toallas extendidas en la arena, debajo del sol, disfrutando como la gente hace en un día de playa, solo porque el motor de la lancha se había malogrado. Quién iba a decir que justo frente a nosotros iría a flotar una colosal ballena”.
Yuri de inmediato se puso las aletas y fue con su gente aleteando hasta ella para ver qué pasaba, por qué estaba dormida. Cuando dieron la vuelta, vieron lo que pasaba: la ballena acababa de parir. Había un ballenato recién nacido. Ya no se acercaron. La ballena despertó de su marasmo y se alejó tranquilamente con su cría. Debió ser un espectáculo hermoso, como tantos que Yuri Hooker ha visto a lo largo de sus años metido en esa masa maravillosa y extraña que es el mar. Dios lo bendiga. Y el Perú lo atienda.
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