¿Una librería en un mundo de pantallas y escenarios, con nuestra atención focalizada en los teléfonos, en un momento en que pareciera que no hay tiempo ni interés para leer? Pues sí.

Por Javier Masías

Los teléfonos resuelven muchas cosas que antes consultábamos en papel: la cartelera del cine, las noticias, las opiniones al vuelo de propios y extraños, la consulta de sinónimos o la correcta escritura de una palabra. Pero hay cosas en las que los libros sorprenden con su reiterativa vigencia: mientras la lectura digital está diseñada para distraer, la del libro, para enfocar; mientras a un lado se suprime la materialidad y se sustituye la sensación de avance que da el paso de una página por un scroll, en el libro se incentiva la lectura profunda que toma tiempo y que desarrolla el pensamiento crítico y la conexión emocional.

Y hay más. Al ser de lectura morosa y no inmediata, los libros buscan ser compendios de hedonismo, momentos de aprendizaje vinculado al disfrute, objetos bellos, no solo en cuanto a lo que contienen sino en su apariencia física. El libro informa, construye conocimiento, enriquece la mente y se ve hermoso en la mesa y en la estantería. Hoy se publican más libros que nunca.

Un artículo publicado por CBS este mes señala que las librerías pequeñas, como la nuestra, reaparecen por todo el mundo, luego de haber sido casi eliminadas en las décadas anteriores. La aparición de Internet y el cambio del modelo de distribución que supuso Amazon concluyó, efectivamente, en el cierre de cientos de pequeños establecimientos que ofrecían lo mismo que las cadenas más grandes.

Con el tiempo las pequeñas librerías se enfocaron en diferenciar su oferta, pero también en rediseñar la experiencia de compra: quien te atiende en una librería boutique, como Babel, conoce lo que tiene, está preparado para dar recomendaciones certeras y busca tender un puente con la comunidad a la que atiende, generando un vínculo a través del tiempo.

Por último, nuestras sociedades también están cambiando: en un mundo que privilegia las experiencias a los objetos, parece estar cada vez más claro –y aún más en Navidad– que cada libro es una aventura diferente, que es posible viajar a la India o a la Luna leyéndolos, conocer el amor en la era victoriana o la París de los años treinta y divertirse con la forma en que vivían los hippies o los aristócratas rusos pasando unas cuantas páginas. Un libro es una forma de magia durmiendo en la mesa de noche, lista para exaltar nuestra imaginación y nuestros sentidos.

Coronel Inclán 300, Miraflores. 
De lunes a domingo de 11:00 a 20:00.