Hernán Cortés es percibido como el conquistador “simpático, donjuán, culto”, mientras que Francisco Pizarro es considerado “un personaje oscuro, rudo, analfabeto y cruel”. En su libro “Francisco Pizarro. Una nueva visión de la conquista del Perú”, el historiador Esteban Mira Caballos derrumba el cliché. Con motivo del 484 aniversario de la fundación de Lima, conversamos con el intelectual, quien traza un revelador perfil de dicho personaje.

Por Renato Velásquez (@velasquezrenato)

 

Francisco Pizarro

Grabado anónimo de Pizarro, fechado en el siglo XVIII. Según lo describió Pedro Pizarro, “era alto, seco, de buen rostro, la barba rala (…). Tenía por costumbre cuando le pedían algo decir siempre que no”.

“Al margen de las primicias en torno a su biografía, lo más llamativo para mí ha sido descubrir toda una serie de falsedades, divulgadas por el medellinense Hernán Cortés y su entorno, que se han perpetuado hasta el siglo XXI”, afirma Esteban Mira Caballos. “Los historiadores cortesianos, en su afán de ensalzar al de Medellín [Cortés], lanzaron todo tipo de sombras sobre otros conquistadores, en especial sobre el que entendían que era su principal rival, Francisco Pizarro”.

La leyenda que sostenía que Pizarro pasó su infancia y juventud rodeado de piaras de cerdos, según Mira Caballos, se la inventó directamente el biógrafo oficial de Hernán Cortés, Francisco López de Gómara. “Mucho más grave ha sido la tesis según la cual Pizarro emuló las estrategias de combate de su sobrino Hernán Cortés. A base de repetir esta patraña, se ha llegado a convertir en una verdad, asumiéndola incluso los historiadores pizarristas”, añade. “Y es rotundamente falso, Francisco Pizarro estaba luchando en Tierra Firme contra los indígenas desde 1513 con las mismas estrategias que después practicarán Hernán Cortés contra los mexicas y él mismo contra los incas”.

Francisco Pizarro

Retrato de Francisco Pizarro, obra de José Luis Rodríguez
Alconedo.

—¿Cuánto tiempo le tomó su investigación y en qué países la llevó a cabo?

—Empecé esta investigación en el año 2010, justo cuando publiqué mi biografía sobre Hernán Cortés, y ha visto la luz el año pasado. Pero llevo pensando en Pizarro desde que era un joven estudiante de la licenciatura de Historia de América, hace tres décadas. He pasado varios años clasificando crónicas y documentos en cuatro grandes corrientes: pizarristas, almagristas, cortesianos e indigenistas. Hasta la fecha, cada historiador había dicho una cosa o la contraria, dependiendo de a qué fuentes le hubiese prestado más atención. Como decía Jacques Le Goff, “no hay documento inocente”, por eso todos los textos hay que leerlos de manera crítica, porque todos encierran unos intereses y una visión de la historia condicionada por las circunstancias personales de cada cual.

—¿Qué lo motivó a escribir un libro sobre Pizarro?

—Soy doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla y especialista en la Conquista. Por ello he escrito libros, artículos y ponencias sobre Cristóbal Colón, Nicolás de Ovando, Hernán Cortés, Hernando de Soto, Vasco Núñez de Balboa, etc. Me faltaba nada más y nada menos que Francisco Pizarro, del que hacía tiempo que quería averiguar la verdad. En España, Hernán Cortés es el conquistador simpático, el donjuán, el culto, el inteligente, mientras que Francisco Pizarro, aunque se asumía como nuestro, se consideraba un personaje oscuro, rudo, analfabeto y cruel. No tardé en descubrir que todo era un cliché impuesto por la potente historiografía cortesiana y que en absoluto se ajustaba a la verdad.

Francisco Pizarro

Recreación del encuentro entre el conquistador y Atahualpa en Cajamarca. Obra de Alfonso Cánovas.

En Perú hay una fuerte corriente indigenista que ve la conquista como una descomunal campaña de saqueo y genocidio. ¿Cree que es una consideración injusta e incompleta?

—Hay que entender la posición de los indigenistas, es decir, de los que se consideran víctimas o herederos de los conquistados. Como diría Walter Benjamin, en toda guerra están los eternamente vencedores y los eternamente vencidos. Yo pertenezco a la corriente crítica, encabezada en España por el profesor Miquel Izard, y he escrito abiertamente sobre el etnocidio sistemático, y sobre casos puntuales de genocidio arcaico e incluso de pederastia, que practicaban algunos conquistadores. Con Pizarro hubo robos, atropellos y asesinatos; es de justicia reconocerlo. Pero igualmente hay que convenir que no fue un genocida porque quería gobernar sobre un territorio, quería tributarios, y por ello administraba el terror en dosis mínimas para conseguir el efecto deseado. Desgraciadamente, aún pervive desde la época colonial una cierta discriminación cultural y racial, que hace que las élites urbanas miren a los indígenas con desdén, como personas ignorantes, ociosas y salvajes. La solución pasa probablemente por la recuperación de la historia y la tradición incaica, así como con el englobe de los grupos indígenas dentro de la identidad nacional peruana. Una tarea que no pertenece al pasado, sino al presente, y cuyo culpable no es Francisco Pizarro, sino las actuales autoridades políticas peruanas.

Francisco Pizarro

Francisco Pizarro fue asesinado en su palacio limeño, a manos de las huestes almagristas, en 1541. Martín de Bilbao fue quien le dio la estocada mortal. Ilustración de William Prescott.

—¿Cuáles eran los principales rasgos de la personalidad de Pizarro?

—Francisco Pizarro es el arquetipo del conquistador, vivía en el filo de la navaja, era una persona entrenada, llegado el caso, para conseguir sus objetivos de manera violenta; un hombre curtido en la guerra y dispuesto a morir o a matar por conseguir honra y fortuna. No obstante, en este aspecto hay que reconocer una sensible diferencia entre Francisco Pizarro y otros conquistadores mucho más promiscuos o crueles, como Francisco Montejo, que acostumbraba dejar embarazadas a las indias esclavas para venderlas más caras, o el propio Hernán Cortés, que montó todo un harén en su palacio de Cuernavaca. Ya el Inca Garcilaso destacó del trujillano su moderación tanto en el comer y el beber como “en refrenar la sensualidad”. No fue una persona pasional. Estuvo obsesionado durante años por conseguir una gobernación; desde su llegada a Tierra Firme esperó una oportunidad, que tardaría en presentarse, pero que al final consiguió por su incansable tesón.

Francisco Pizarro

El 18 de enero de 1535, Francisco Pizarro fundó a orillas del río Rímac la Ciudad de los Reyes, que luego se convertiría en la capital del Virreinato del Perú. Pintura de Francisco González.

—A puertas del bicentenario de la República del Perú, ¿por qué cree que es importante mirar hacia la figura histórica de Francisco Pizarro?

—Creo que en pleno siglo XXI estamos preparados para entender lo que era un conquistador del siglo XVI y el sufrimiento que en los pueblos sometidos genera toda expansión imperialista. La conquista del Tahuantinsuyo fue violenta y trágica, pero forma parte fundamental de la historia de la nación peruana. Una historia que no se puede escamotear, sino que hay que afrontar por dura que sea. Pizarro se enamoró del Perú, de la tierra que conquistó, y jamás se planteó volver. Nació español, pero murió peruano; un personaje de vuestra historia que tendréis que asumir, con sus luces y con sus muchas sombras. La historia ha sido siempre así; sobre las cenizas de viejas culturas o civilizaciones se han levantado nuevos mundos con renovadas esperanzas. Sobre las cenizas del destruido mundo incaico se produjo un doloroso alumbramiento, germen de lo que hoy es la nación peruana.

—¿En qué investigación está embarcado ahora?

—El proyecto principal que tengo en mente en estos momentos es trazar una historia global de la Conquista y los conquistadores. Unos personajes que ante los mismos estímulos solían responder de manera similar. Mi idea es ofrecer un panorama global de cómo se comportaba un conquistador del siglo XVI, qué sentía, qué pensaba, con qué soñaba, qué idea tenía de la Europa de su tiempo y del mundo indígena, al que trataba de someter.