Durante la más reciente Semana Santa, se produjo un incendio en el centro de Lima, que afectó al antiguo Colegio Mercedario de San Pedro Nolasco. Hacemos un repaso por la historia y el valor arquitectónico de esta legendaria construcción del siglo XVII, al tiempo que siniestros de esta clase, tan frecuentes en la ciudad, nos plantean un reto y una reflexión sobre el cuidado de nuestros bienes patrimoniales.
Por Arq. Reinhard Augustin Burneo
Al mismo tiempo, en las inmediaciones del Mercado Central, la voces iniciales de alarma se convertían rápidamente en gritos de desesperación: “¡Se incendia la manzana de Jesús Reparador!”. Los baldazos de agua fueron inútiles de inmediato, ningún extintor hubiera podido dar la batalla tampoco: desde el interior de las improvisadas galerías comerciales, las lenguas de fuego crecían, se avivaban y multiplicaban, alejando cualquier intento de sus inquilinos y moradores por rescatar siquiera el bien más pequeño.
El fuego no perdonaría nada. Aliviados por la ausencia de daños personales, desde la noche misma del incendio fueron muchas las voces de lamento en el ámbito de limeñistas y amantes de nuestro patrimonio: al parecer, se habían perdido los últimos vestigios de una importante y poco conocida institución virreinal, de la cual no se sabía, hasta ahora, mucho más que el nombre y la ubicación: el antiguo Colegio Mercedario de San Pedro Nolasco, que ocupó esta manzana desde mediados del siglo XVII hasta inicios del siglo XIX.
“¡Se perdió el arco de los Mercedarios!”, se apresuraron a lamentar muchos esa noche de Viernes Santo, buscando antiguas fotos para comentarlas con nostalgia, mientras otros maldecían y mascullaban su enojo por la pérdida de tan valioso y, hasta entonces, poco valorado vestigio de un esplendor arquitectónico pasado.
Corría el año de 1644, y los religiosos Mercedarios acababan de adquirir un solar ubicado al sureste de la ciudad, “cercado por cuatro partes de calle”(1) y con muros de seis varas de alto; se presentaba como el lugar adecuado para fundar su colegio, ubicado a la vera de un antiguo camino prehispánico. Tenía sobre uno de sus frentes un tramo del generoso canal de Guatca, el “río Huatica”, que servía a estas tierras nadie recuerda desde cuándo, y que brindaba al predio de los Mercedarios un valor y una utilidad bastante apreciables.
La construcción del Colegio Mercedario, puesto bajo la advocación de San Pedro Nolasco, tomaría algunas décadas en concluirse; el conjunto original estuvo compuesto por una capilla de nave esbelta paralela al antiguo camino y con acceso directo desde la calle a través de un pequeño atrio delantero, en el mismo lugar que hoy tiene la capilla de Jesús Reparador (tal como lo vemos en el plano de Lima del siglo XVII de Bernardo Clemente Príncipe); junto a la capilla se trazó un claustro pequeño de arquerías, y hacia los medios del solar, uno de grandes dimensiones, diseñado por Constantino Vasconcellos –el mismo arquitecto que construyó luego la iglesia de San Francisco de Lima–.
Este arco principal tenía ocho arcos de madera y quincha apoyados sobre gruesas columnas también de madera, mientras sus galerías daban acceso a dieciocho habitaciones o “celdas”, para el uso de estudiantes y religiosos superiores del Colegio Mercedario.
“El Señor Obispo dio la plata para el segundo claustro. Está en arqueado todo lo bajo y, acabado, es lo mejor que hay en Lima, porque es la traza de D. Constantino (sic.). Ahora se tratará de cubrirlo, porque el Señor Obispo ha dado para la madera. Es un claustro muy grande, tiene en el claro del patio ocho arcos cada ángulo, con que viene a ser un patio grande y muy capaz, y esto es sin cubierta…” (2).
Con el conjunto arquitectónico terminado hacia las últimas décadas del siglo XVII, el Colegio de San Pedro Nolasco funcionó también como universidad intraclaustra de los Mercedarios en Lima, una vez le fueron dadas todas las licencias reales y pontificias para otorgar grados académicos; contaba además con todas las instalaciones y servicios necesarios para un cómodo funcionamiento, como una enfermería compuesta por cuatro piezas, un amplio refectorio “acabado con sus mesas y todo lo demás necesario”(3), oratorios, celdas interiores, despensas, caballeriza, gallinero y corral de mulas.
Además, el colegio tenía un amplio huerto interno servido por el riego del río Huatica, que desprendía un brazo hacia el interior de la escuela: “por la casa entra una acequia hecha de cal y ladrillo por donde corre bastante cantidad” (4). Esta acequia, además de servir a los residentes y a sus tierras de cultivo, hacía trabajar un antiguo molino, conocido por entonces como “el molino de San Pedro”.
En esta ciudad, solo hay una cosa que puede darse por segura: el cambio; los terremotos, las distintas ocupaciones y los traspasos de propiedad transformaron el antiguo Colegio Mercedario desde fines del mismo siglo XVII; el terremoto de 1687 obligó a los primeros cambios y reparaciones importantes del local, siendo mucho mayor el daño causado y las reparaciones necesarias tras el terrible terremoto de 1746: “Hallé el Colegio casi todo por el suelo, desmantelado y abierto por todos lados; y en lugar de jóvenes aplicados y recogidos, una cuadrilla de mozos mal criados que ni de noche ni de día paraban en los claustros”(5).
Salvando muchas dificultades, el Colegio de San Pedro fue reconstruido después del gran sismo. Transcurridos algunos años sus aulas volvieron a ocuparse y la vida regresó al antiguo recinto Mercedario, siendo prueba de ello la inscripción sobre la bella portada ornamental que daba acceso al claustro principal, que el tiempo, y el último incendio del Viernes Santo, han perdonado: INITIUM SAPIENTIAE TIMOR DOMINI. AÑO DE 1774… “El principio de la sabiduría es el temor a Dios”.
Amanecía en Mesa Redonda, y el sábado no prometía mucha gloria… No hubo víctimas, eso era ya bastante… pero ¿se habría salvado el arco de los Mercedarios? Inmediatamente después de controlado el fuego, los miembros del equipo de Prolima –algunos de los cuales estuvieron en el lugar desde el inicio del incendio, liderando la evacuación y traslado de los bienes culturales muebles de la iglesia al monasterio de Santa Catalina, a dos cuadras de distancia– se acercaron a la zona central del siniestro y, con gran asombro, vieron que entre el humo que brotaba de los restos no solo asomaba aún la bella portada barroca, sino también una serie de anchos muros de adobe y ladrillo, arcos de quincha, antiguas puertas y ventanas tapiadas, grandes dinteles, altos machotes de ladrillo y gruesas columnas de madera… ¡El Colegio de San Pedro Nolasco había reaparecido!
Al instante, los conservadores de la Municipalidad de Lima se dedicaron a apuntalar y asegurar la estabilidad de los restos virreinales aparecidos, muy debilitados por el fuego y el agua; al mismo tiempo, el equipo técnico se ocupaba de hacer todos los planos y levantamientos de tan importantes vestigios, sorprendiendo a cada paso la perfecta correspondencia entre los textos antiguos que describían el Colegio de San Pedro Nolasco y los restos que delante de ellos se hallaban: ¡ahí estaban los lados de ocho arcos!, ¡el gran claustro central!, ¡el macizo del molino!, ¡la portada de ingreso de la huerta!… Ocultos por siglos y escondidos bajo muchos estratos de tiempo, de indiferencia, y de improvisadas estructuras, habían sido ahora liberados por el fuego.
Sirvió también este suceso para implementar por primera vez el capítulo de Gestión de Riesgos del Patrimonio Cultural del Plan Maestro del Centro Histórico de Lima; se puso en práctica las acciones previstas para el manejo y prevención de contingencias, y se generó una dinámica de colaboración poco usual en nuestro ámbito: a la Municipalidad Metropolitana de Lima, se sumó la colaboración y el apoyo completo del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Vivienda y la Universidad de San Marcos, propietaria actual del local, y todas las partes coincidieron en la obligación de conservar, proteger y poner en valor los reaparecidos claustros de San Pedro Nolasco.
1- Informe del arzobispo Pedro Villagómez al rey. Lima, 11 de junio de 1647 – AGI
2- Carta de Fray Francisco Bueno a Fray Pedro Villagómez. Lima, 27 de julio 1663 – AGI
3- Informe del arzobispo Pedro Villagómez al rey. Lima, 11 de junio de 1647 – AGI
4- Informe del arzobispo pedro Villagómez al rey. Lima, 11 de junio de 1647 – AGI
5- Bernales: Lima, págs. 297 y 298. de: Fray José de la Fuente. Lima, 1770 – AGI.
Bibliografía adicional:
Ramón M. Serrera – “UNA Vasconcellos: Lima”
David Pino/Lima la única – “El colegio de San Pedro Nolasco de Lima”