Con un comité organizador renovado y una rigurosidad de selección excepcional, el MALI está listo para recibir a coleccionistas consagrados y nuevos entusiastas del arte en la XXIV edición de la Subasta Anual de Arte del MALI, que COSAS promueve.
Por Pablo Panizo Foto Sanyin Wu
MALI en su mejor momento
Suena lejano ese 1996 en que se realizó por primera vez la subasta anual del MALI. Suena lejano y lo es. De hecho, muy poco de lo que se hace hoy guarda relación con los primeros años de la subasta de arte más emblemática del país. En aquel entonces, por ejemplo, se trataba de una subasta silenciosa y con invitación para 120 a 150 personas; hoy, las compras se deciden al martillo, el evento es abierto al público y el promedio de asistentes se ha duplicado. Sin retroceder tanto tiempo, yendo a los inicios de la década pasada, las piezas no pasaban de las dos decenas y eran todas propuestas por un único curador.
La subasta del MALI era, pues, un intento lleno de buena voluntad, esfuerzo y poca experiencia por conseguir fondos para el museo, apelando a un mercado de coleccionismo muy limitado. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y este año nos encontramos con una escena radicalmente distinta, no solo porque la continua profesionalización del trabajo del Comité de Subasta, presidido por Armando Andrade, ha elevado los estándares de calidad del evento, sino también por la realidad de un país en el que empieza a extenderse la pasión por el coleccionismo, en gran parte fomentada por esta misma subasta.
La subasta del MALI era, pues, un intento lleno de buena voluntad, esfuerzo y poca experiencia por conseguir fondos para el museo, apelando a un mercado de coleccionismo muy limitado. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y este año nos encontramos con una escena radicalmente distinta, no solo porque la continua profesionalización del trabajo del Comité de Subasta, presidido por Armando Andrade, ha elevado los estándares de calidad del evento, sino también por la realidad de un país en el que empieza a extenderse la pasión por el coleccionismo, en gran parte fomentada por esta misma subasta.
Hay cosas que no pueden negarse, y esta es una de ellas: la subasta anual del MALI es el espacio más significativo y emocionante para el coleccionista peruano de arte. Todas las colecciones importantes del país (“absolutamente todas”, recalca Andrade) tienen obras adquiridas en este espacio. Hablamos del único lugar en el país donde pueden comprarse obras históricas o de artistas fallecidos con la seguridad de obtener una pieza auténtica y en perfecto estado. “Nosotros somos el mercado secundario”, afirma Andrade, sin dejar espacio a dudas. Considerando que nuestra ley prohíbe la exportación de obras centenarias o de artistas muertos, se entiende que este mercado sea especialmente atractivo para los coleccionistas locales.
Pero, por otro lado, hablamos también de un espacio ideal para comprar arte contemporáneo, un mercado que ha pasado de tener un valor limitado a expandirse hacia un potencial desconocido. Para dejarlo más claro, citemos otro ejemplo que tiene como protagonista al mismo Andrade. Hace ocho años, compró en esta subasta una serie del pintor y dibujante Fernando Bryce (Lima, 1965), por un valor de 2400 dólares. Hoy se calcula que esa serie vale alrededor de 60 mil dólares. ¿Alguien se anima a apostar cuánto costará mañana?
País con historia
El enorme acervo cultural de nuestro país, traducido en piezas que bien pueden ser contemporáneas o tener más de dos milenios de antigüedad, intenta ser fielmente representado en esta subasta. Con tanto de dónde escoger y tanto por examinar, el comité ha desarrollado en la actualidad un protocolo que le permite garantizar la calidad que hemos destacado: cerca de 400 obras pasan por un primer filtro de autenticidad y, luego, son examinadas con detenimiento para comprobar su estado de conservación. Casi siempre las piezas vendidas están en perfecto estado; si la pieza tiene un gran valor, pero presenta algún mínimo defecto, este será comunicado y se venderá con esa advertencia.
Así, después de un proceso de selección de meses, en el que intervienen curadores, coleccionistas y comisarios, se pasa de 400 obras a 60 seleccionadas, todas ellas de calidad excepcional. Conocer este proceso permite eliminar algunas de las dudas que más se han escuchado alrededor de la subasta, como el mito de que este evento sirve para que el MALI se desprenda de piezas que ya no quiere dentro de su colección. Armando Andrade lo niega enfáticamente. “Es todo lo contrario. El MALI no vende obras de su catálogo; más bien, normalmente adquiere obras en las subastas”, señala.
Y no solo el MALI adquiere obras, sino el mismo comité. Considerando que cerca de la tercera parte de lo pagado por cada obra va a las arcas del MALI, una institución que no recibe subvenciones gubernamentales y que vive del apoyo privado, la participación activa de Andrade y los catorce miembros de su equipo comprando piezas (y en ocasiones incluso subastando algunas de sus colecciones privadas) es una forma de inyectar dinamismo a la subasta, promover el coleccionismo y aportar a la salud del Museo de Arte de Lima.
La XXIV Subasta Anual de Arte del MALI, que cuenta como socio estratégico a COSAS, encuentra a la institución en un momento de renovación. El Comité de Subastas ha decidido agregar un porcentaje importante de gente joven a su equipo, con el objetivo de ganar frescura en la apreciación del mercado artístico y, en paralelo, ir preparando a quienes serán los sucesores de quienes sentaron las bases del museo. Los frutos, dicen, ya comienzan a verse. Caras hasta hoy desconocidas han aparecido y se espera que el sábado 14, cuando tenga lugar la subasta, la convocatoria atraiga a nuevos entusiastas del arte.
A ello se apunta desde la propia propuesta del catálogo en subasta. Si bien es posible encontrar joyas como los óleos “La expulsión del paraíso” (Jorge Piqueras, 1966), cuyo valor se estima en 20 mil dólares, o “Casa de Venus, Orrantia” (Fernando de Szyszlo, 1978), cuyo precio se calcula en 65 a 70 mil dólares, también se han incluido piezas que pueden atraer a nuevos coleccionistas, detectados por la mirada intuitiva de los coleccionistas de arte más importantes y los curadores que velan por los intereses del MALI. Así, se encuentran por ejemplo obras como “Diseño de rana”, una pieza de tinta china sobre llanchama de Brus Rubio (Loreto, 1983) valorizada en 700 a 900 dólares, o “Plataforma petrolera inconclusa”, impresión digital sobre papel de Juanjo Fernández (Santiago de Compostela, 1966), valorizada en 600 a 800 dólares. La subasta del MALI, ahora sí, es una subasta para todos. Que empiece la acción y suene el martillo.