En exclusiva, desde Nueva York, conversamos con Al Pacino y Robert de Niro
Por Raúl Cachay A., enviado especial
Cuando Al Pacino ingresa a la suite del hotel Mandarin Oriental en la que se reunirá con un puñado de periodistas latinoamericanos para conversar sobre “El irlandés”, la primera película dirigida por Martin Scorsese en la que actúa, el tiempo parece detenerse durante un instante. Audífonos inalámbricos, lentes de sol, camisa de color oscuro abierta hasta el tercer botón, una barba meticulosamente descuidada y una cadena religiosa colgando en el pecho… Exactamente la imagen con la que uno esperaría toparse si se cruza por la calle con el protagonista de “El padrino”, “Scarface” o “Carlito’s Way”: el aspecto de una leyenda viviente del cine que no tiene nada que demostrar, y a estas alturas puede decir, hacer o vestirse como le venga en gana.
Robert de Niro, en cambio, mucho más puntual, llega con un polo celeste de manga corta, el periódico del día bajo el brazo y una taza con alguna infusión humeante en la mano, como un abuelo apacible que se prepara para salir al hipódromo un domingo cualquiera. Al verlo de cerca, bonachón y sonriente, con esas muecas y gestos que ha registrado ya como una marca personal en tantas películas memorables, cuesta creer que es el mismo hombre que ha llevado a la pantalla a personajes tan recios, cuando no minuciosamente aterradores, como Travis Bickle (“Taxi Driver”), Max Cady (“Cape Fear”) o el joven Vito Corleone (“El padrino II”).
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