El veterano director Clint Eastwood vuelve a asumir la voz del pueblo para reivindicar al ciudadano desvalido frente al apetito de los medios y la mediocre burocracia gubernamental.
Por Gonzalo “Sayo” Hurtado
De frío cowboy y policía justiciero a director reflexivo, el actor y cineasta Clint Eastwood posee una larga trayectoria en la que su trabajo ha evolucionado notablemente y más allá del perfil de duro del cine que lo ha caracterizado en gran parte de su carrera. Pero si hay algo que no ha perdido en todos estos años es su intrínseca cualidad por hacer justicia: ya sea a punta de balazos o asumiendo la defensa ciudadana desde la legalidad. En este último punto ha abogado por los desvalidos de la sociedad como en Crimen verdadero (1999), con un tenaz reportero tratando de salvar a un afroamericano acusado injustamente de un crimen, o reivindicando a aquellos héroes civiles, incomprendidos y cuestionados a pesar de su noble proceder como en Sully (2016), cuando no dando un sentido de denuncia a sus historias al poner en el tapete las injusticias sociales, pero sin llegar a justificar las acciones reprobables de sus protagonistas como en su película anterior, La Mula (2018), con un anciano agobiado por las deudas que se ve obligado a hacer de burrier.
Richard Jewell no escapa a esa predilección del director por cuestionar el establishment estadounidense desde la cultura de masas y la acción institucional con una dosis de ironía y muy medido humor negro. Nuevamente, la materia prima de la historia es un hecho real ocurrido en 1996, cuando el personaje homónimo del título, un guardia de seguridad destacado en Centennial Park, uno de los centros recreativos que era escenario de conciertos y eventos paralelos durante las Olimpiadas de Atlanta, descubre una mochila con explosivos colocada debajo de una banca. Su oportuno aviso moviliza a la policía a realizar un cerco de seguridad y a apartar al público para no sembrar el pánico, pero súbitamente la explosión se realiza y deja un saldo de un fallecido y cientos de heridos. A pesar de ello, Richard es reconocido por su heroica acción, ya que las medidas tomadas evitaron que el atentado tuviera un costo mucho más alto y así, muchas vidas fueron salvadas. Sin embargo, el FBI, frustrado por no haber podido prever semejante circunstancia, se ceba en el noble perfil de Richard, tratando de hacerlo encajar en el de un psicópata en busca de notoriedad y empieza a investigarlo, hasta que el hecho se filtra en la prensa sensacionalista, dando lugar a una injusta cacería contra el rollizo personaje, quien pasa así de héroe a villano.
Porque es un gordo bueno
Lo primero que salta a la vista en Richard Jewell es la mirada desprejuiciada hacia su protagonista. Clint Eastwood parte su relato acercándose a él con introspección desde su faceta laboral. Es una persona destinada a empleos de bajo rango, pero decidida desde su modesta labor a demostrar su valía, teniendo incorporada la misión de dignificar su quehacer por muy pequeño que sea. Así, los primeros momentos de la película con Richard (Paul Walter Hauser) como un simple asistente de oficina, ponen de manifiesto su condición de ser mejor que el fácil prejuicio hacía un hombre obeso y solitario podría instalar desde la mirada más superficial. Richard es un soñador convencido de que puede superarse y suficientemente agudo como para llamar la atención del abogado Watson Bryant (un nada medido Sam Rockwell, como si tomara por ratos rasgos de su personaje en 3 anuncios por un crimen), leguleyo justo pero de modos incorrectos, quien desarrolla aprecio por un personaje que en el papel está a 50 peldaños por debajo de él, pero con quien comparte la vocación ética por ir más allá de su propio deber.
Obsesivo y exagerado pero detallista, la vida de Richard sigue su curso con el firme objetivo en la mente de integrar el cuerpo policial. En ese tránsito, su labor como agente de seguridad lo lleva a desarrollar un celo algo desmedido por ser eficiente en su trabajo, ganándose la incomprensión de sus superiores al no percibir su real sentido de compromiso con el trabajo. Por eso, al desatarse la tragedia, su heroico proceder lo convierte en el nuevo ídolo de la comunidad. Es aquí donde el director hace hincapié en la facilidad con la que los medios de comunicación pueden elevar o traer abajo una reputación. Pero lo que debería haber quedado como un ejemplo de acción ciudadana, solo termina por despertar la frustración del FBI, personificada en el agente Tom Shaw (Jon Hamm), quien molesto por haber quedado mal ante semejante circunstancia, busca la manera de reivindicarse ante sus superiores hurgando en la personalidad de Richard. La mirada prejuiciosa se impone, y así Shaw emprende una investigación secreta tratando de demostrar que un tipo solitario, excéntrico y obeso no puede encarnar a un héroe, llevando sus prejuicios al máximo al pretender demostrar que todo fue una acción premeditada para ganar notoriedad, aun cuando el real sustento no son más que supuestos antojadizos y verdades falaces.
Lean también la crítica de Los dos papas
Es en esta primera parte donde Eastwood demuestra su gran habilidad para crear atmósferas dramáticas en contextos cotidianos. Ni siquiera lo terrible del hecho criminal lleva su relato por la estridencia o el facilismo emocional. Los primeros 40 minutos de Richard Jewell son la prueba palpable de su facilidad para comprometer al espectador con un punto de vista unívoco en el que es evidente la inocencia de su protagonista, de modo que el público se ponga en el lugar del hombre común sometido a una circunstancia injusta.
Justicia para todos
Lo que desata la cacería mediática contra el buen Richard, es la infidencia que comete el agente Shaw al revelar a Kathy Scruggs (Olivia Wilde), tendenciosa reportera del Atlanta Journal Constitution, que se está realizando una investigación tras las sombras durante un encuentro pasional (este hecho ha desatado polémica al no tener un correlato en la vida real). El destape de la noticia y su posterior rebote en el resto de los medios, consagra una acción contra el protagonista desde dos flancos: el de la prensa sensacionalista que encuentra un sujeto susceptible de ser linchado mediáticamente, y por otro, la acción de los agentes del gobierno, empeñados en imponer una idea creada en sus mentes, no teniendo empacho en tratar de buscar la culpabilidad de Richard al apelar a argucias y métodos sucios que les permitan cerrar el caso rápidamente. Esta vertiente de la historia se ampara en el contexto de la época, con un ambiente de mucha susceptibilidad por las cicatrices de la primera Guerra del Golfo aun frescas y una reiterada exposición de la imagen del Presidente Bill Clinton en la tv, resaltando el idealismo exacerbado con el que los demócratas no pudieron revertir la pesada herencia de sus antecesores. Y es precisamente desde la imagen presidencial que viene la invocación a encontrar culpables, ya que el FBI entiende la necesidad de buscar una acción que los muestre competentes frente a los medios, pero ya sabemos conque tipo de directrices.
El duro del cine se muestra
Si bien la película gana terreno desde los detalles que hemos señalado, no es menos cierto que hay una cierta exacerbación del hombre de modos duros, burdos y ordinarios para levantar la voz desde la incorrección política, lo que está personificado en el personaje del abogado Watson Bryant, un rasgo reiterado en el cine de Eastwood por personificar una tipología en la que los “buenos modos” simplemente sobran ante lo injusto que hay que enfrentar, como si fuera una extensión del antiguo perfil de duro del cine de este abierto militante republicano y miembro de la Asociación Nacional del rifle.
Pero donde la historia se va más bien por el facilismo, es con el personaje de la periodista Kathy Scruggs, quien murió en 2001 y jamás reveló sus fuentes, por lo que el sugerir que consiguió una información privilegiada con sexo de por medio, suena antojadizo y hasta misógino. Se trata de una representación bastante maniquea y carente de sutileza, y a la que cuando se le intenta imprimir alguna cuota de reflexión, delata la fragilidad de su construcción. Detalle que desdice en algo el buen trabajo del resto de caracterizaciones, siendo una de las más notables la de Kathy Bates como Bobi, la sufrida madre del protagonista, quien llega a picos muy altos incluso en los momentos en los que la historia comienza a orientarse más a lo puramente emotivo.
Y es que a pesar del buen comienzo de la trama y su buen pulso narrativo, la segunda parte se orienta más a comprometer los sentimientos de Richard y su entorno bajo el peso de los acontecimientos. Es aquí donde el interés decae y la resolución comienza a saltar a la vista con cierta condescendencia. Richard Jewell es una película correcta y con momentos puntuales de inspirada narrativa, pero también es cierto que no es un título capital en la filmografía de su autor. A pesar de ello, siempre es reconfortante comprobar como a sus 89 años, Clint Eastwood sigue teniendo la capacidad de romper la medianía de la cartelera comercial con recursos que resumen su experiencia de años.