El abogado e historiador Mauricio Novoa encabezó una de las investigaciones más importantes que se han realizado sobre Francisco Bolognesi. A 140 años de la batalla de Arica –y en el bicentenario del nacimiento del defensor del morro–, el editor del libro “Bolognesi” analiza el rol de este personaje en la historia peruana y el proceso de construcción de los héroes nacionales.
Por Gloria Ziegler
Francisco Bolognesi, Miguel Grau y muchos otros héroes tienen en común derrotas gloriosas. ¿Hay un vínculo directo entre ellas y la construcción de estas figuras heroicas?
Sí. En Occidente la derrota gloriosa ha sido un concepto potentísimo. La batalla más importante de Carlomagno fue la que perdió: Roncesvalles. La de Napoleón, Waterloo. La del general Robert E. Lee, Gettysburg. En esa derrota gloriosa hay como una fundación mítica. Y la identidad del ejército nacional surge en Arica. En parte, porque, efectivamente, es una derrota gloriosa; y en parte, porque Bolognesi entiende esto como una expiación.
¿En qué sentido?
Una expiación de un país que le dio la espalda, en ese momento, con un presidente que se había ido y un estado mayor que no le envió los refuerzos. Estaba solo en este desierto inmenso, y sabía lo que le estaba pasando. Entonces tomó una decisión, consciente, que es lo que hace héroes a los héroes.
¿Cómo surgió su interés por este personaje de la historia peruana?
Mi abuelo, Alfredo Novoa Cava, fue un militar de la más alta graduación, que murió en la guerra con el Ecuador de 1941. Crecí con la imagen de un héroe en la familia. Entonces, siempre he tenido interés en la historia militar, en estos personajes y lógicas, si cabe el término. Lo curioso con estas figuras es que se los termina elevando a los altares. Se los vuelve personas perfectas.
Cuando, en el fondo, fueron personas comunes y corrientes que, en algún momento, tomaron ciertas decisiones que definieron su carrera, su destino y el de las instituciones y los hombres que estaban comandando. Obviamente, en esto intervinieron el azar, las circunstancias, la preparación que tuvieron, y muchas otras cosas. Pero eso es lo extraordinario. No que hayan sido perfectos
¿Por qué se ha generado, entonces, esta suerte de canonización con algunos personajes históricos?
Siempre es más fácil mitificar que estudiar los hechos. Las realidades son mucho más complejas. Pero, al mismo tiempo, nos permiten entender la lógica de las instituciones. En el caso peruano, creo que esto se ha dado porque no se ha hecho un estudio un poco más sosegado, con una mirada menos patriotera.
Y, por otro lado, tenemos una sobre legislación en este tema, que nos ha hecho mucho daño. Bolognesi no tiene una ley que lo haya declarado héroe nacional. Grau, tampoco. Porque no la necesitan. Esta idea de que una ley te hace héroe parece venir más desde la Unión Soviética. Pero los verdaderos héroes no necesitan una legislación. Incluso creo que puede llegar a desmerecer su importancia y sus acciones.
Y eso es algo que dice el mismo Bolognesi cuando le manda una carta a su esposa antes de morir, y le escribe: “Nunca pidas nada, para que no crean que mi deber tuvo precio”.
¿Cuáles fueron los principales retos a la hora de encarar la investigación sobre el héroe de Arica?
Lo que me propuse fue, justamente, encontrar al Bolognesi real. Y ese personaje es, incluso, más importante que el Bolognesi perfecto. Es el hijo de un compositor italiano, que trabajaba para el virrey, y se quedó sin empleo cuando llegó la independencia. Entonces tienen que salir a buscarse la vida y se mudan a Arequipa, que era donde había nacido la madre de Francisco.
Allí, él estudió en el colegio del seminario y fue tenedor de libros –contador–, hasta que ingresó al ejército bajo el ala de Ramón Castilla, que fue el gran generador de militares y de ascenso social en el Perú durante la segunda mitad del siglo XIX. Y desarrolla una carrera en un momento en el que se está viviendo una transición muy intensa: un ejército, basado en las milicias borbónicas, con mucha porosidad entre el mundo civil y militar, que intenta una primera modernización en términos tecnológicos.
¿Qué implicaba ser militar en esa época?
Era una carrera que podía permitir un ascenso social muy rápido. En ese momento, la república estaba en ebullición, y el ejército fue un motor fundacional en la república. En todo sentido. No solamente en el militar. Pero creo que la raíz está en que el ejército, por influencia de las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII, se entendía como la columna vertebral para generar ciudadanía. Al igual que en el mundo clásico, uno era un ciudadano activo porque contribuía al estado económicamente o porque lo hacía a través de las armas. Entonces, era una especie de laboratorio de gestar, negociar y ejercer ciudadanía.
¿Qué otras cosas, ajenas al mito, pudo descubrir de Francisco Bolognesi?
Lo que más me llamó la atención es que fue un hombre capaz de encontrar la palabra justa en la circunstancia más extrema. Pero, si ponemos en perspectiva su carrera, creo que hay dos o tres lecciones que siguen siendo válidas para las Fuerzas Armadas de hoy. La
primera es que un soldado es, sobre todo, un ciudadano.
Es decir, la conciencia y el deber cívico no pueden estar separados de la profesión. En segundo lugar, creo que Bolognesi entiende la importancia de buscar lo que hoy llamaríamos “buenas prácticas”. Esto en materia de transferencia tecnologica (en este caso, en la artillería) y, también, en una constante capacitación, porque los ejércitos no se modernizan solos. Su estadía en Francia es un ejemplo de esta búsqueda.
Finalmente, creo que el héroe de Arica entiende que la carrera militar es algo que debe servir, como cualquier carrera, para toda la vida. Curiosamente, eso es algo muy vigente también. Un oficial en un ejército moderno sirve unos cinco o diez años, y luego pasa a la vida civil. En las academias militares de West Point o Zaragoza, los cadetes estudian una carrera. La idea de que la profesión militar debe proveer conocimientos transferibles es algo central en los ejércitos del siglo XXI.
¿Y en el plano más anecdótico?
Allí está, quizá, el lado francés de la familia, a partir del casamiento de su hermana Juana con el botanista británico Hugh Weddel y su traslado a Francia. Una de sus sobrinas –Hélene Weddel Bolognesi–, incluso fue retratada por el escultor Antoine Bourdelle. Y eso no se sabía hasta que se empezaron a rastrear estas conexiones. De hecho, cuando Bolognesi estuvo en Europa, tuvo contacto con su hermana y su cuñado. Un naturalista que, además, realizó un tratado sobre la cinchona y la cascarilla, que había sido el negocio de comercialización de Francisco.
Luego se encuentra esta cosa militar de la familia que se puede rastrear hasta el siglo XX. Por un lado, dos de los tres hijos de Francisco Bolognesi fueron militares, y murieron en la defensa de Lima. Además, el hijo de su hermano Mariano –José Bolognesi Coloma– fue edecán del presidente de la República, cuando se inauguró el monumento a Francisco Bolognesi en 1904. Y su nieto, Federico Bolognesi y Bolognesi, fue senador y vicepresidente de la República.
En su libro menciona la presencia constante de la figura de Bolognesi en la vida de los peruanos, ¿a qué lo atribuye?
A todo, menos a la ley. Justamente, son cosas que se han generado espontáneamente. Y eso es lo bonito, porque ahí te das cuenta de que es un héroe que tiene el cariño popular. Porque sus acciones han sido suficientes.