Es recordado como el último refugio de las momias de la realeza inca. Pero en el Hospital Real de San Andrés también se crearon el Anfiteatro Anatómico y la Escuela de Medicina de San Fernando, la primera del Perú. Hoy, un grupo de arquitectos y arqueólogos se propone rescatarlo para convertirlo en un centro cultural y continuar con las investigaciones históricas.
Por Gloria Ziegler Fotos Javier Zea
En Lima pocos recuerdan dónde está el Hospital Real de San Andrés, pero todos parecen haber escuchado historias sobre las momias de la realeza inca que fueron vistas allí por última vez, hace más de cuatrocientos años.
La mañana de noviembre de 2005, cuando comenzaron a abrir la bóveda que habían encontrado en un patio abandonado de Barrios Altos, Antonio Coello sabía que podría convertirse en uno de los arqueólogos más famosos del siglo.
Había llegado allí tres años antes, cuando la Universidad de Chicago y la National Geographic Society lo convocaron para trabajar en un proyecto de excavación que se proponía encontrar los restos de Pachacútec, Huayna Cápac y su madre, la coya Mama Ocllo. Y, desde entonces, había analizado el terreno que perteneció al antiguo hospital, con la orden de no hablar con la prensa local, ni dar conferencias.
Ya había encontrado un cementerio colonial debajo del segundo claustro, evidencias que permitían estudiar los usos que había tenido el complejo durante el virreinato y cuando se convirtió en la Escuela de Medicina de San Fernando; y el arqueólogo estaba satisfecho.
Pero aquella mañana era diferente: “National Geographic” había enviado a un equipo de documentalistas para filmar el proceso; y nunca había visto a los arqueólogos, historiadores y obreros que trabajaban con él, tan entusiasmados.
Cuando atravesaron la bóveda con una cámara de inspección, todo estaba demasiado oscuro. El documentalista de la cadena de televisión se esforzaba por filmar sus reacciones y, durante esos minutos iniciales de confusión, alguien del equipo llegó a gritar “Ahí. Ahí está la momia de Cápac”.
Pero, mientras la sonda seguía un recorrido milimétrico entre los escombros y los huesos desperdigados, Coello entendió que allí no encontrarían los restos. Era, sin dudas, evidencia del hospital o de la primera escuela de medicina del Perú –como se comprobó tiempo después–, pero no aquel hallazgo que todos esperaban. Y pronto, el entusiasmo inicial de los recién llegados se transformó en un aliento discreto.
Meses después, el arqueólogo también parecía resignado. Ya no le preocupaban los restos perdidos de los incas, pero no había conseguido el financiamiento para excavar el cementerio colonial, e intuía que el hospital quedaría abandonado. Como si las momias fueran su única esperanza para sobrevivir, pero también ese relato escurridizo que lo volvía a dejar en segundo plano, aunque allí había empezado la historia de la medicina en el Perú.
Y no se había equivocado. Después del terremoto de Pisco, en 2007, el edificio fue declarado inhabitable y no tardó en ser utilizado por la Beneficencia Pública –la entidad a cargo de la propiedad– como un depósito, aunque era un patrimonio histórico.
El patio anexo a la capilla, donde el arqueólogo había encontrado la bóveda, se convirtió en una feria informal y sus ocupantes clausuraron la cripta con una capa de concreto. Pero aquello no pareció importarle a nadie.
“Cuando vine el año pasado, esto estaba completamente abandonado”, dice ahora Edgar Santa Cruz, el arquitecto que dirige ProLima –el Programa para la Recuperación del Centro Histórico de Lima–.
Aquella era la primera vez que visitaba el edificio de la cuadra ocho del jirón Huallaga, pero el arquitecto quedó tan fascinado que, desde entonces, se ha propuesto retomar los trabajos de investigación con el arqueólogo Héctor Walde, y restaurar el antiguo hospital para convertirlo en un centro cultural para Barrios Altos. Un proyecto que –según sus promotores– podría rescatar una historia que empezó hace cuatrocientos setenta y un años.
Una red Hospitalaria para la ciudad de los reyes
En los primeros años del virreinato, durante el proceso de guerra civil, se crearon alrededor de diez centros de salud en Lima. “Al igual que la sociedad, la estructura hospitalaria estaba segmentada por casta, género, ocupación y condición social, y muchas veces eran atendidos por religiosos”, explica el historiador Luis Martín Bogdanovich.
Así, el Hospital Real de San Andrés –el centro de salud que, durante la colonia, se encargaría de atender a españoles y criollos– sería construido en una zona conocida como “el triángulo de la salud”, y que era completado por los hospitales Santa Ana y San Bartolomé. “Habían escogido la zona más alta de la ciudad porque se pensaba que, así, los aires contaminantes se iban hacia la sierra –cuenta Coello– y evitaban que las enfermedades bajen a la ciudad”.
Aunque el Cabildo había comprado el terreno en 1545, las obras no comenzaron hasta la llegada del virrey Andrés Hurtado de Mendoza. “Él fue quien lo dotó de renta y nombró como patrono al rey y a los virreyes del Perú en su nombre”, explica Bogdanovich. Y, por este motivo, aunque los trabajos de edificación se completaron bajo la supervisión del virrey Francisco de Toledo, el hospital llevaría el nombre de su primer impulsor.
Durante los primeros años, –según cita Coello a Harth Terré en “Los hospitales de Lima en la colonia”– el hospital tenía cuatro salones largos, conocidos como crujías, que
estaban organizados en una cruz griega. El más cortó correspondía a la capilla, y en el crucero estaba el altar donde se realizaban las misas.
“El hospital, entonces, no era un lugar para curarse –explica el arqueólogo–. En esa época, donde todo estaba regido por el pensamiento religioso, uno iba allí a morir en paz. Por eso, las salas estaban construidas de manera que los pacientes pudieran escuchar la misa desde sus camas”.
Las modificaciones en la estructura del centro de salud comenzarían en 1792, bajo la dirección el arquitecto Presbítero Maestro, con la creación del Anfiteatro Anatómico, y luego con la Escuela de Medicina –entonces conocida como Colegio de San Fernando–, que sería dirigida por Hipólito Unanue.
El otoño de San Andrés
“El hospital, como todo en el Perú, tuvo varias crisis”, dice el arqueólogo Antonio Coello. La primera de ellas fue en la década de 1840, cuando el sistema hospitalario de Lima había colapsado por el hacinamiento, y el Estado pasó el control de los hospitales a la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima.
Con la nueva administración, en San Andrés se crearían nuevas salas para enfermos, una ropería y una botica equipada con medicamentos importados de Europa. Y, finalmente, en la década de 1860, bajo la dirección de José Casimiro Ulloa y Cayetano Heredia, se hizo una nueva serie de modificaciones, que lo convirtieron en uno de los centros de salud más modernos de América del Sur.
Pero aquello –como relata Coello en “El Antiguo Hospital San Andrés, en Lima”– no duró mucho: en 1870 Lima volvía a sufrir una nueva oleada de epidemias y el hacinamiento en el hospital fue inevitable.
A partir de entonces, el proyecto del nuevo hospital Dos de Mayo comenzaría a tomar fuerza, y, luego de su inauguración, en San Andrés comenzaron a funcionar dos nuevas dependencias: el Hospicio de Parturientas –que quedaría a cargo de la Sociedad de Beneficencia– y el Colegio de Maternidad –supervisado por la Facultad de Medicina de San Fernando–; mientras otras partes del terreno del antiguo hospital se seguían rematando.
Cuando Lima fue ocupada por las tropas chilenas, en 1881, el hospital se había convertido en la sede una serie de talleres para niñas pobres, a cargo de las Hermanas de la Caridad. Y, después de un breve servicio como sala para enfermos durante la toma del hospital Dos de Mayo, pasaría a manos de las Hijas de María Inmaculada para transformarse en un internado de mujeres.
En 1960, doce años antes de ser declarado Monumento Histórico, se convertiría en el colegio Oscar Miró Quesada de la Guerra, y así funcionaría hasta 2007, año del terremoto de Pisco, tras el cual pasaría a la condición de inhabitable.
La última residencia de Los gobernantes Incas
“Fueron capturadas durante el proceso de extirpación de idolatrías”, cuenta Coello. Muchas otras habían sido quemadas, pero el entonces corregidor de Cuzco conservó cinco de ellas –según relató Garcilaso de la Vega en “Los Comentarios Reales de los Incas”– que luego fueron trasladadas al hospital San Andrés, por orden del virrey. “La idea seguramente era mostrarlas como un trofeo”, explica el arqueólogo.
Desde entonces no se supo mucho más de ellas hasta las primeras excavaciones en el hospital, realizadas por Olaechea y José Toribio Polo en 1876. José de la Riva Agüero, y Manuel Odriozola –como Antonio Coello– retomarían el proyecto décadas más tardes, pero ninguno conseguiría dar con los restos.
“Posiblemente fueron enterradas en algún lugar desconocido del hospital y aún hoy esperan ser descubiertas”, dice Bogdanovich. Antonio Coello, sin embargo, es más escéptico. “No creo que hayan logrado sobrevivir. Siempre se ha reavivado el testimonio de Garcilaso, pero mi hipótesis es que fueron destruidas después de la rebelión de Túpac Amaru, o en todo caso, no sobrevivieron a la humedad”, explica.
El nuevo proyecto
El trabajo de ProLima en el antiguo Hospital Real San Andrés comenzó en diciembre pasado, a partir de un convenío entre la Municipalidad de Lima y la Sociedad de
Beneficencia Pública de Lima. “Estamos reforzando el edificio para que no se siga deteriorando y estudiando su secuencia constructiva, para crear el expediente técnico que tenemos que presentar en Defensa Civil y en el Ministerio de Cultura”, dice el arqueólogo Héctor Walde.
El proyecto, según explican los organizadores, aún no cuenta con los fondos necesarios para la refacción integral.
“Estamos en conversaciones con el Patronato del Patrimonio de Salud del Perú –dice el arquitecto Edgar Santa Cruz– y esperamos que más gente e instituciones se sumen al proyecto, porque la idea es revalorizar esta área de la ciudad”. El equipo, además de la puesta en valor del edificio, tiene previsto continuar con las investigaciones arqueológicas.
“La idea es trabajar a partir de las hipótesis que planteó Antonio Coello, tanto de la historia de la medicina y del uso del espacio, como de las momias, porque aún tenemos un montón de vacíos en la historia”, cuenta Walde.