El presidente del imprescindible Museo Amano de Miraflores, Mario Amano, quien tristemente dejó de existir apenas semanas después de la partida de su madre, Rosa Watanabe, es recordado por sus hijos en una conmovedora semblanza que celebra su trayectoria personal y su incalculable legado como protector y defensor de nuestra herencia precolombina.
Por Mika y Yoshio Amano
Nuestro padre nació en el año 1956 y fue el único hijo del matrimonio formado por Rosa Watanabe y Yoshitaro Amano. Desde que nació, Mario estuvo rodeado de huacos y textiles. Creció en una casa ubicada al costado del Museo Amano, y eso indiscutiblemente formó sus intereses desde una muy temprana edad.
Yoshitaro Amano: el fundador
Tuvo una infancia realmente particular, muy diferente a la de sus amigos del colegio. Todos los fines de semana, sin excepción, eran destinados a realizar excursiones a sitios arqueológicos. Y todos los veranos lo llevaban a internarse en Huaral, a casa de un amigo de sus padres. Él tenía extensas tierras de cultivo, que pronto se volvieron el campo de juego y travesuras perfecto: su familia lo acogió como uno más del rebaño.
Fue en los alrededores de estas localidades del norte chico donde fue descubriendo su espíritu aventurero. Desarrolló un especial gusto por la cumbia, cuando todos sus amigos escuchaban grupos de rock como The Beatles. Él, con mucho orgullo, se consideraba un huaralino de corazón.
Siempre decía que, de chico, todos sus cumpleaños los pasaba rodeado de amigos de sus papás: arqueólogos, historiadores e investigadores. Creció en esos entornos intelectuales, de largas y profundas conversaciones sobre la historia, el arte y, por supuesto, la arqueología. Su casa era escenario de infinitas reuniones de este tipo, llegando incluso a recibir a importantes personajes de la Casa Real de Japón, como el príncipe Mikasa, el emperador Akihito y la emperatriz Michiko; y luego también a dignatarios de otros países, como el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton.
Mario solía decir que sus papás tenían poco tiempo para destinarle por la gran cantidad de actividades sociales que el Museo Amano demandaba. Sus vidas estaban dedicadas a la colección y a todo lo que la rodeaba. Su padre, Yoshitaro Amano, siempre le inculcó el respeto por los restos arqueológicos.
Poniendo en valor la cultura Chancay, la cerámica y textiles
En esa época, la cultura Chancay no era lo que conocemos en la actualidad. Había pocos estudios sobre ella y aún no era muy reconocida. Lo que más buscaban los huaqueros entonces eran piezas de oro y cerámicas o textiles de colores vivos. Fue así como las piezas que no cumplían con estos estándares tenían un final lamentable, como ser destruidas, quemadas o utilizadas para fines recreativos.
Nuestro padre nos contaba cómo los huaqueros utilizaban piezas textiles como iniciadores de sus fogatas para pasar la noche e incluso utilizaban algunos mantos precolombinos para protegerse del frío. Las cerámicas tampoco tenían un buen destino, ya que terminaban siendo utilizadas como blancos de tiro o, simplemente, dejadas a la intemperie expuestas a destruirse por la inclemencia del clima.
Su padre se apenaba al ver esto, e iba recolectando las piezas descartadas para llevarlas a su casa, limpiarlas y guardarlas a salvo. Yoshitaro Amano veía en estas piezas, de aparente simpleza, una maestría técnica y estética exquisita, que además lo hacían recordar mucho a su natal Japón.
Nace un museo
Así fue como, poco a poco, se fue formando la colección Amano en su casa, llegando a juntar tantas piezas que fue necesario adquirir un local destinado específicamente a albergarlas. De esta manera, en el año de 1964 inauguraron el Museo Amano, en la calle Retiro 160, en el distrito de Miraflores.
Con el tiempo, la colección fue creciendo y sumando piezas de diversas culturas precolombinas. Al día de hoy, estas bordean las 20 mil unidades, lo que la convierte en una de las colecciones de textiles precolombinos más importantes del planeta.
Al inicio, visitar el museo Amano era algo muy misterioso. Funcionaba a puertas cerradas y bajo la modalidad de reserva. Y así se mantuvo por muchos años, como una joya oculta, que muy pocos conocían. Cuando nuestra abuela asumió la presidencia tras el fallecimiento de su esposo, en 1982, mantuvo el museo intacto. Tal como él lo dejó.
Se encargó de preservar la colección, acoger investigadores, facilitar proyectos arqueológicos y continuar la difusión del gran amor que ambos tuvieron por la cultura peruana ancestral. Pero lo más valioso, tal vez,
fue que mantuvo intacta la filosofía del fundador, cuyo mayor deseo era que el acceso a visitar la colección siempre se mantuviera gratuito y disponible para todos.
Y así funcionó el museo por más de treinta años, sin cobrar ingreso alguno, lo cual fue posible gracias a donaciones y al uso del patrimonio familiar. Lamentablemente, con el tiempo este sistema dejó de ser sostenible y se hizo evidente que debía producirse un cambio radical. Fue así como, en el año 2012, Mario Amano asumió la presidencia y tomó la difícil pero importante decisión de darle un nuevo giro al museo.
Él tenía muchas ideas novedosas para implementar y había llegado el momento de hacerlas realidad. Así emprendimos el viaje de la remodelación del museo. Fue una etapa muy retadora, que demandó mucha valentía y coraje de su parte. Cambiar la museografía que su mismo padre había diseñado y construido no fue una tarea fácil.
Mario apostó completamente por una nueva visión. En el año 2015 pudo materializar su propuesta, centrada en un nuevo diseño museográfico y museológico que permite el recorrido libre de los visitantes y la creación de nuevos espacios de interacción cultural, como salas de exhibición temporales y espacios para realizar talleres.
Esto último era clave para tejer la conexión del mundo ancestral con el mundo actual, a manera de hilos invisibles que conectan el mundo, una metáfora de su padre que siempre recordaba. Esta misión la llevó a cabo hasta el final con gran entrega y pasión.
Sin duda, aún queda un largo camino por recorrer y, si bien ya no contaremos con su presencia física, no nos cabe duda de que estará presente en cada paso que demos. Haremos honor a su legado, poniendo siempre por delante la preservación de la colección, para que esta continúe estando disponible para todos de la mejor manera posible.
El padre “engreidor” y el amigo incondicional
Más allá de la invalorable labor que realizó para difundir y proteger el legado precolombino, nosotros lo recordaremos siempre por su calidad humana. Y justamente por eso cultivó un sinfín de amistades, con quienes compartía sus diversos pasatiempos.
Citando a Lincoln Okuma, uno de sus amigos más cercanos: “Fue nuestro amigo, amigo de muchos y conocido de muchos más; conocí a algunos de esos muchos, eran de diversos grupos, de diversas condiciones, razas, costumbres y lugares… y con todos tenía el mismo trato cordial y generoso; siempre tuvo tiempo y oídos para escuchar. Todos eran sus amigos. Por eso estoy seguro de que, si lo recuerdas, Mario también fue tu amigo”.
Sin duda, lo que más disfrutaba era la pesca y los campamentos, actividades que practicaba desde joven con amigos y, posteriormente, con nosotros, sus hijos. Desde que éramos chicos, ir de campamento a la playa Barlovento era una tradición inquebrantable.
En ese entonces, era una playa bastante desolada y de difícil acceso. Recordamos con mucha nostalgia y asombro cómo cruzaba todo el desierto, guiándose únicamente por las estrellas y la topografía. Mario tenía un profundo respeto por la naturaleza, y por eso, junto con unos amigos, fundó una organización para salvaguardar las playas
que tanto quería y disfrutaba. Él quería que esos lugares de pesca se mantuvieran conservados lo mejor posible para las generaciones futuras.
Logró que cada viaje, siempre manejando su fiel Land Cruiser, fuera lo más interesante posible. Mientras manejaba, contaba datos curiosos y compartía extensos conocimientos sobre temas a los que uno normalmente no daría importancia, como los caminos del inca que están por todo nuestro territorio, las placas tectónicas, el efecto del viento sobre el terreno y demás tópicos que conocía ampliamente.
Era una enciclopedia.Fue una persona muy bondadosa. Usualmente daba todo lo que tenía y más, siempre dispuesto a tender una mano a quien lo necesitara, muchas veces dejando de lado hasta sus propios intereses. Otros de sus rasgos más particulares fueron su sencillez y su cordialidad: trataba a todos con la misma calidez y siempre con una gran sonrisa.
Tanto en la casa como en el museo, recibía a todos con los brazos abiertos, siempre dispuesto a compartir una rica comida, aprovechando cualquier oportunidad para realizar sus famosas parrilladas y paellas. Te recordaremos siempre como el padre “engreidor”, amigo incondicional y el mejor compañero de aventuras que uno pudiera encontrar. Te agradecemos por todo lo que hiciste por la familia y la cultura del Perú. Fue todo un honor tenerte como papá. El tiempo nos quedó corto, pero sin duda tus enseñanzas y tu legado nos acompañarán por siempre.