El artista plástico peruano acaba de ser seleccionado para la residencia “Industria Scenica” en Milán, y participa en la muestra colectiva “Qipa Qamuq Museo Nisqan” en la galería Gato Tulipán, donde imagina un futuro en el que el ser humano recupera su conexión con la naturaleza.
Por Renato Velásquez
Pancho Basurco (Lima, 1974) cuenta que desde niño concibió el arte como una forma de sentir el mundo. “Algo tan natural como respirar”, explica. Estudió Diseño en la Toulouse Lautrec, pero pronto abandonó la carrera en busca de mayores libertades creativas en la Escuela de Bellas Artes.
Cuando cursaba el último año se mudó a Cusco, donde tuvo una suerte de revelación. “En el mercado de San Pedro hay una callecita donde venden los tintes y anilinas con las que los artistas locales tiñen sus pompones y sus telares. Es como la calle del color. Ahí empecé a comprar esos polvitos mágicos de colores sin saber muy bien qué hacer con ellos. Los que vendían me explicaban, y cerca de allí estaban las tiendas que vendían telas. Ahí descubrí el yute, que es una fibra vegetal con la que fabrican los costalillos. Ese material me alucinó”, recuerda Pancho.
Al principio, templó el yute sobre el bastidor para crear una textura sobre la cual pintar. Pero se dio cuenta de que cuando mojaba el yute, su tejido se empezaba a deshilachar y quedaban unos hilos sueltos, que antes habían formado parte de la urdimbre. Esta característica del material fascinó al artista.
“Ahí fue que me enganché con el material. En arte, el material con el que trabajas es como el ser con el que te identificas: hay quienes se van por el barro, el metal, la madera, y tiene una razón de ser porque cada material tiene una energía especial: es como enamorarse. Sientes que hay una conexión de ida y vuelta”, señala Basurco.
“En principio, me pareció interesante amarrarme con los textiles porque antes de llegar a Cusco, siempre me fascinó el arte precolombino peruano. Lo veía en libros y museos y volaba; yo veía en los tejidos y cerámicas todos los principios de diseño que me estaban enseñando en la escuela: color, tamaño, forma, dirección, texturas… me volaba el cerebro porque era una manera magistral de ejecutarlo. Para mí, no eran piezas de arqueología, era arte”, cuenta Pancho.
Basurco aplicó su investigación sobre iconografía precolombina a los tejidos de yute que estaba explorando y empezó a vender las primeras piezas en la calle Hatunrumiyoc de Cusco, donde se encuentra la piedra de los doce ángulos. Fue así que lo contactaron los organizadores del Inti Raymi para que colabore en los diseños de la festividad y, dos años después, el intérprete de un grupo de sudafricanos que habían vendido todo en su país para mudarse a Cusco lo convocó para exponer en una galería que los recién llegados planeaban inaugurar.
“Desde ese momento, nunca más volví a la calle. Mis piezas comenzaron a venderse en las tiendas de la plaza de Armas, en restaurantes y en los hoteles más lujosos. Esos dos años y medio en Cusco fueron muy reveladores para mí porque descubrí la técnica y el estilo que utilizo hasta ahora: redescubrir los hilos ocultos en la trama y la urdimbre. Además, empecé a ver la vida como lo que realmente es: un enorme tejido del que todos formamos parte”, señala Pancho.
Los siguientes años, el artista se dedicó a un proyecto que llamó “Perú Precolombino”, que lo llevó a visitar museos y complejos arqueológicos de todo el país. En línea con esa investigación, en 2003 fue invitado a la muestra “La modernidad del arte precolombino”, que se exhibió en la feria EuroArt de Ginebra (Suiza).
“Después hice varias exposiciones en Holanda, Francia, España, Estados Unidos… comencé a moverme afuera. Pero acá en Lima no, porque el arte que yo hacía vinculado a lo precolombino acá era considerado artesanía, era discriminado”, lamenta Basurco.
Para demostrar lo contrario, Pancho publicó en París un estudio donde comparaba piezas precolombinas con obras vanguardistas occidentales. Paul Klee y un telar de Nasca, Joan Miró y ceramios Chancay, Mark Rothko y un diseño de la costa central.
“Las similitudes son alucinantes, a uno se le pone la piel de gallina”, indica Basurco. Este estudio también lo presentó en una conferencia en el Museo de San Marcos, y lo compartió con galeristas locales, entre los cuales estaba Silvana Cabieses de la galería Artco, quien lo invitó a exponer en 2008.
El gran tejido social
Juntando la técnica precolombina con conceptos contemporáneos nació el proyecto “Anudando la Tierra”: un tejido colectivo que Pancho ha comenzado a formar en actividades por todo el Perú desde el 2013.
“Más de 10 mil personas ya participaron en este tejido enorme. Hemos hecho más de veinte intervenciones en comunidades shipibas, la plaza de Armas de Cusco, Oxapampa, diferentes lugares. Con retazos de tela que se reparte a la gente en espacios públicos, las personas participan y dejan un nudo como registro. Cada nudo lo han hecho unas manos, y ese nudo simboliza a un ser humano único y distinto, que forma parte de esa gran red invisible a la que todos pertenecemos. Son como 10 mil metros cuadrados de tejido hasta ahora”, explica Pancho.
“La idea es juntar estos nudos hechos por la mamacha de Puno, la niña shipiba, el pata de Barranco, la cocinera de Oxapampa, el músico de Paucartambo y hacer como un tapiz, un tejido gigante colectivo. En paralelo, estoy haciendo video y foto para sacar un libro y un documental que cuenten la historia de ese tejido, que es nuestra propia historia”, indica el artista.
Basurco asegura que esta gran obra de arte colectiva es su proyecto de vida. “El mensaje es que todos pertenecemos a algo más grande, y que más allá de nuestras diferencias culturales, tenemos algo más grande que nos une: todos somos humanos”, declara.
Otros hitos en la carrera de Pancho Basurco fueron su participación en la Semana del Diseño de Milán de 2018 (donde expuso cuadros, instalaciones y esculturas) y su intervención del logo de Google para las oficinas del gigante de Internet en Lima. Pancho recreó la G de Google con semillas de acai pintadas, y la cuenta oficial de Google en redes sociales utilizó su logo como foto de perfil.
Ofrendas del futuro
La muestra colectiva “Qipa Qamuq Museo Nisqan”, que se exhibe en la galería Gato Tulipán de Barranco hasta el 9 de mayo, imagina un futuro distópico en el que el ser humano ha cambiado por completo (o desaparecido).
En esta exposición, Pancho participa con tres quipus escultóricos que ha bautizado como “Ofrendas”, hechos con materiales tan diversos como cuerdas de yute tejidas, hilos de algodón, fibras de palmeras de la Amazonía, calabazas, cuentas de metal, piedras, madera, cuero, vidrio, agua, arena, carbón, cabellos humanos, alambres y bolsas de plástico.
“Para esta muestra imaginé un futuro en el que el hombre vuelve a hacer arte no por dinero, sino como una ofrenda para la naturaleza: arte ritual, elaborado para agradecer. Más que imaginarlo lleno de máquinas y robots, yo imagino un futuro de barro: volver al origen, a una vida más simple”, cuenta Basurco.
Según él, en las décadas o siglos venideros el hombre se dará cuenta de que la vorágine materialista está acabando con el mundo, y optará por volver a lo fundamental: la naturaleza. “Solo entonces conectaremos con el planeta y entenderemos que todos somos parte de un gran tejido”, proyecta Basurco.
Pancho acaba de ser seleccionado para la residencia Industria Scenica que se llevará a cabo en Milán durante el segundo semestre de este año. Mientras tanto, espera retomar las intervenciones colectivas de “Anudando la Tierra” (www.anudando.org) tan pronto como las restricciones motivadas por la pandemia lo permitan.
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