Este 22 y 23 de junio Lucho Quequezana regresa al Gran Teatro Nacional con uno de los shows musicales más originales que cualquiera se pueda imaginar: Ludofónico. Para esta experiencia, en la que la participación del público es fundamental, tiene a dos grandes cómplices: la Orquesta Sinfónica Juvenil Bicentenario y Fernando Valcárcel, el director de la Orquesta Sinfónica Nacional. Visitamos al músico y conductor de «Prueba de sonido» en uno de sus últimos ensayos para que nos cuente qué lo motivó a crear un espectáculo como este.

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¿Cuándo nace de Ludofónico?
Nace a raíz de un trabajo que venía haciendo con la Orquesta Sinfónica Nacional desde hace tres años. Fernando Valcárcel me invitó a tocar en el 75 aniversario de la Sinfónica una obra mía, que fue Kuntur. Como salió súper bien decidimos hacer un concierto completo con mis obras. Todo eso también salió increíble y ocurrió un fenómeno muy bonito: mucho del público que me sigue, y que jamás había ido a un concierto de la Sinfónica, empezó a ir a sus conciertos. Entonces después de esa experiencia fue cuando se me ocurrió decirle al maestro que tenía esta idea llamada Ludofónico.

¿Por qué tiene ese nombre?
Porque los proyectos en mi vida siempre buscan que la gente se acerque a la música. Yo estoy convencido de que a la gente no es que no le guste algo, sino que no tiene la oportunidad de escucharlo. Cuando lo entienden es mucho mejor y lo disfrutan mucho más. Entonces, Ludofónico consiste en eso: es un show que, más que un concierto, es una experiencia en la que se resuelven todas esas preguntas musicales que cualquiera ha tenido en la cabeza. Y se resuelven contigo. Es decir, subes al escenario y viene el maestro Valcárcel y te da la batuta.

Algo que no se daría en ningún otro concierto.
Claro, ¡es algo surrealista! Y ahí se logran cosas importantes. Te das cuenta que la música, a la hora de disfrutarla, es absolutamente horizontal y transversal. Acá no hay eso de que los músicos disfrutan más. Veámoslo así: un chef no disfruta más la comida que tú. Él sabe cómo hacer un plato, pero al final lo disfruta exactamente igual. Los músicos tenemos una carrera, una vida entregada, pero a la hora de disfrutar una canción la disfrutamos exactamente igual.

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Tú te acercaste a la música debido a los problemas de asma de tu hermano mayor…
Sí, a él le diagnosticaron asma y con mi familia tuvimos que salir de Lima por la humedad y nos fuimos a Huancayo. Ahí fue la primera vez que tuve un contacto real con mi país y con la música. Porque yo, hasta los once años, pensaba que no podía tocar nada, que era un negado para la música. Por eso es que entiendo perfectamente cuando alguien dice “la música no es para mí”. Eso es mentira. En Huancayo a mí me dan por primera vez un instrumento, una zampoña, y como jugando es que yo empiezo a enamorarme primero de la música peruana y luego de la música en general. Por eso esto de descubrir que algo que estaba bastante lejano de pronto ya no lo está es una parte principal de mis proyectos.

Kevin Johansen, que dentro de poco también tocará acá, se califica como un “desgenerado”. ¿Tú también te definirías igual o crees que hay un género que te represente?
No. Mucha gente me ubica dentro de la música peruana, porque es la que he hecho la mayor parte de mi vida y son mis raíces, pero de hace muchísimos años, más que un músico o un instrumentista, yo me siento compositor. Entonces a la hora de componer no hay distinciones: toda mi música es un reciclaje de lo que puede haber sonado en mi vida. Y en Ludofónico van a escuchar una obertura clásica que de peruana no tiene nada y luego al medio va a aparecer una canción funk con algunas rítmicas de medio oriente. Pero claro, como yo no canto, mi voz es la quena. Entonces cuando escuchas la quena dices “ah, esto es andino”, pero no, en realidad es mi voz. Y como compositor y como músico he sido baterista de una banda de rock y he tocado cumbia. Entonces no me considero dentro de un género específico.

Sueles saltar límites constantemente, incluso has hecho música con productos de un mercado. Para ti, ¿dónde empieza y dónde termina la música?
En la música ya todo está inventado: tú no vas a crear más notas. El talento del músico es empezar a armar una propuesta distinta con todo lo que ya existe. Pero no hay forma de que exista un límite porque la creatividad y los compositores nunca van a agotar posibilidades de combinación. Claro, las cosas que hago en los mercados o los experimentos con objetos son parte de Prueba de sonido, el programa que tengo en Plus TV, y me parece interesante ver estos extremos de experimentación.

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Tiene bastante de lúdico todo eso…
Claro, claro. Lo que hago con los objetos para mí es un vacilón. Nunca voy a hacer un concierto de eso –o, bueno, ¡no lo sé!– pero si alguien me pone tres objetos y me dice “vamos a jugar”, yo respondo “vamos a jugar de todas maneras” y me empiezo a vacilar. Porque sí veo la música así. Pero claro, esto se puede lograr porque tengo años en la música, no es combinar por combinar. Es como armar un rompecabezas en el momento. Y creo que esa es una de las cosas que más me motiva: la adrenalina. Es la gasolina de mi vida. Sentir la adrenalina al arriesgarse y probar cosas nuevas.

Cuando te presentes, ¿te veremos elegante o vendrás en zapatillas?
¡No, para nada elegante! (risas). Ludofónico parte de eso: de ver de una manera cercana a los músicos. Es como entender que un gran médico o un importante abogado puede ser tu vecino y un día puedes comer una parrillada con él y matarte de risa. Acá tienes a la Orquesta Sinfónica Juvenil Bicentenario y a su director, Fernando Valcárcel, que tiene el suficiente criterio y la suficiente apertura para darte la batuta. ¡Es en verdad algo difícil de creer! Es gente que le ha dado su vida a la música y que ahora quieren que la entiendas y la disfrutes como ellos. Ese es el móvil de mi carrera. Es como con la comida, que los peruanos, aunque no seamos cocineros, podemos reconocer cuando una es más rica o cuando la otra tiene huacatay. Eso no pasa en otros lados del mundo. Eso pasa acá porque nosotros nos la pasamos comiendo y experimentando cosas nuevas.

Siempre haces paralelos con la comida y a ti en algún momento te llamaron “el Gastón Acurio de la música”. ¿Cómo te has sentido cuando eso ha pasado?
Yo no creo ser el “alguien de algo”. Pero, si hay algo que tengo en común con Gastón, es la pasión por lo que nos gusta. Yo creo que Gastón no se imagina vivir sin cocinar, así como yo no me imagino vivir sin tocar.

Por Omar Mejía Yóplac

Foto abridora de Deborah Paredes Valença