“cuando empiezas a salir con alguien nuevo, y vas conociendo sus virtudes y defectos, ¿En qué momento te das cuenta si vale la pena seguir invirtiendo o que, por el contrario, sea ya tiempo de liquidar mi posición? Mejor dicho, ¿Cuál es para mí el deal-breaker?”
La semana pasada mi amigo Alejandro me pidió que lo acompañara al Victoria & Albert museum. Yo, que siempre me he entretenido mucho con sus ocurrencias y además no pisaba un museo desde la era pre-pandémica, acepté su propuesta sin pensármelo dos veces. El highlight de la visita prometía ser la exposición Alice: Curiouser & Curiouser, en la que se rendía homenaje al impacto de Alicia en el País de las Maravillas durante estos últimos 160 años, tanto en la cultura popular como en el arte. Fue así como Alejandro y yo, como buen par de curiosos, nos sumergimos por más de una hora en un viaje por los orígenes, adaptaciones y reinvenciones de la famosa novela de Lewis Carrol.
Ya más tarde, aprovechando nuestro reglamentario coffee break con el propósito de descansar tanto las piernas como la mente tras la psicodélica experiencia que acabábamos de tener, Alejandro me contó la historia de su más reciente date con una chica de Alemania.
Viendo como tanto la vacuna como los levantamientos de las medidas sanitarias (por lo menos en este lado del charco) finalmente jugaban de nuevo a su favor, Alejandro se decidió a sacar a relucir sus famosos dotes de Don Juan, por lo que, ni bien instalado en el bar elegido para esa noche, no perdió el tiempo en hacer un barrido visual de la “oferta” e inmediatamente después mandarle un Dirty Martini a la famosa muchacha que, por lo menos de vista, lo había alborotado. ¡Bravo! Parece que poco a poco le vamos diciendo adiós a esa forzada obligatoriedad de andar usando datings apps para cualquier interacción. No creo que vaya a extrañarla.
Siendo honestos, la muchacha desde un inicio se me pintó como una mala opción, y la verdad me sorprende que Alejandro no lo viera así, en especial tomando en cuenta que, más que atributos, lo que me dio fue una muy detallada lista de red flags y mas de una señal que anticipaba cierto grado de toxicidad.
Para empezar, entre ambos había una considerable diferencia de edad (pero, ¿Quién soy yo para tirar la primera piedra, después promover a capa y espada la aventura de amor que vivieron mi amiga Victoria y Giovanni en el sur de Italia?) . Efectivamente, y a pesar de que entre ellos habían veinte considerables años de diferencia, (Alejandro de 42 y ella de 22) la primera red flag que mencionó mi amigo fue, irónicamente, la poca diferencia entre ellos, dado que la mayoría de los ex salientes de la muchacha sobrepasaban la valla de los cincuenta. Cuando escuché eso no pude evitar levantar las cejas, “algo aquí simplemente no me cuadra”.
El resto de señales, desafortunadamente, no las puedo mencionar, porque estaría rompiendo un código inviolable de amistad. Sin embargo sí puedo decir que una de las situaciones que más le fastidiaron a Alejandro fue que la muchacha no solo no tuviera ningún prospecto de carrera, sino que, lo que es peor, no parecía tener ningún interés por conseguir uno.
Quince minutos después, caminando por el área medieval y renacentista, Alejandro se detuvo, me miró y me dijo, “no sé qué hacer, he quedado con ella este sábado en un restaurante. Pero, entre tú y yo, no la quiero volver a ver. ¿Cómo hago para zafarme de ese plan educadamente?”. “Ay Alejandro, bien fácil. Usa mi estrategia: cada vez que un plan me da pereza, digo que me pica la garganta o algo por el estilo”. Qué puedo decir, después de todo el sufrimiento que nos ha causado, lo mínimo que esta “lepra” de la época moderna (refiriéndome al COVID) nos debería ofrecer a cambio es una excusa conveniente, creíble y aceptable.
Estando ya en la sala donde exhibían las obras de Raphael, mi mente, lejos de apreciar lo que tenía en frente, no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de escuchar. No era la primera vez que me cuestionaba lo volátil que se ha vuelto el mercado de citas actual, el cual, si bien nunca fue un terreno particularmente fácil de navegar, pareciera volverse más accidentado con cada día qué pasa.
Mientras Alejandro (quien le estaba prestando la misma atención a las pinturas que yo) se encontraba cada vez mas dubitativo acerca de si darle una segunda oportunidad o no a la chica, yo, por mi lado, me sentía cada vez mas inmersa en esa etérea sensación de dejá vu. Esto ya lo había vivido previamente.
Efectivamente, si retrocedemos hasta las ahora inmensurablemente lejanas épocas pre-pandémicas, uno de mis recuerdos mas queridos sería el de mis jueves por la noche, una vez terminadas las clases, en los que mis amigas de la maestría y yo cumplíamos religiosamente nuestra tradición de “Thursdays of Annabel´s”, con una devoción digna de beatas.
Ni bien cerrados los libros ya teníamos un Uber en camino y, bien emperifolladas, nos enrumbábamos por los cocktails de rigor al conocido club en Berkeley Square. Antes de llegar a los martinis, sin embargo, habíamos tenido que pasar por horas de clases y teorías que, paradójicamente, habían dejado en nosotras muchas más preguntas que respuestas.

 

Ese jueves en particular nos encontrábamos en plena clase de Asset Markets y el profesor, un ruso que contaba en su haber con más papers publicados que cualquier millennial coreografías en TikTok, no dejaba de hablar de estrategias de inversión, información asimétrica, acciones subvaluadas y transacciones nunca realizadas. Mientras hablaba de todo esto aprovechaba para explicarnos las razones tras el sonado caso de un fondo de inversión que había quebrado estrepitosamente porque había fallado en su estrategia de momentum.
Una clase muy informativa, definitivamente, pero no de las más didácticas qué hay, debo admitir. Así fue como, en un abrir y cerrar de ojos, pasé de hacer una evaluación de mi repertorio de salientes e inmediatamente después preguntarme: Al momento de armar mi portafolio personal ¿habré seguido inconscientemente alguna estrategia de inversión?

 

Rápidamente surgió en mí una nueva pregunta: cuando empiezas a salir con alguien nuevo, y vas conociendo sus virtudes y defectos, ¿En qué momento te das cuenta si vale la pena seguir invirtiendo o que, por el contrario, sea ya tiempo de liquidar mi posición? Mejor dicho, ¿Cuál es para mí el deal-breaker?

 

En el intermedio, sentadas todas tomando café, no pude con la curiosidad y les pregunté a las chicas de mi clase sobre sus últimos salientes y qué tan rápido procedían a liquidar su posición en una acción (en el plano sentimental obviamente) ¿Le dan el tiempo a que esta madure? ¿O la dejan ir a la primera señal de underperformance? Puesto de otro modo, ¿Qué tanto estaban dispuestas a poner de su parte con la esperanza de que la otra parte haga lo mismo? ¿Será que se pueden acostumbrar? ¿O hay acciones en las que no vale la pena negociar? Y como dirían en Twitter: abrí un hilo.

 

Saltaron muchas opiniones y, aunque el común denominador hablaba de respeto y ambiciones como factores innegociables, no podía evitar sorprenderme de algunas de las cosas que, debido a sus más recientes anécdotas, las chicas estaban incluyendo. Como la de Alex, una amiga de Pakistán que acababa de dejar a su último saliente por “diferencias irreconciliables”. En un inicio ella hizo oído sordo cuando, tocando el tema de decoración, éste le preguntó si al hablar del Art Decó se refería a una tienda que quería visitar. Pero no pudo dejar pasar el hecho de que, al hablar de Chopin, él le preguntase si este año había lanzado algún disco en Spotify.
Luego Natasha me contó sobre un saliente que tuvo, hijo de un Lord, cuyas constantes excusas no eran lo único raro, ya que a pesar de que cuando se paraba junto a ella eran del mismo (y muy considerable) tamaño, no podía evitar notar que él tenía lo que comúnmente se denomina como “cuerpo de chato”. Llegado el momento de intimidad descubrió la verdad: no se trataba de un tema óptico, más sí de los 14 centímetros de taco interno que tenía camuflados en los zapatos. Nos dijo que ya no lo podría volver a mirar sin pensar en el cómo el Lord Elevate Shoes.

 

Luego Marina, una italiana de mi clase a quien su acertado tarotista le había asegurado que en noviembre conocería a un brasilero de géminis que trabajaba en finanzas, se le había cumplido la profecía y efectivamente lo había conocido un 29 de noviembre, en una noche de chicas que de antemano ella ya había subestimado. Sin embargo, lo que las cartas omitieron fue que la premonición en cuestión tenía 25 años más que ella, y aunque varias de nosotras defendíamos el hecho de que la edad es una ilusión, ella nos confesó que las dos exesposas sí eran de carne y hueso y que, por más que le gustase el individuo, no estaba dispuesta a meterse en ese tipo de cuentos.

 

No sé si la muestra que elegí para mi estudio estaba sesgada o no, ya que desde un principio sentí poca tolerancia a la especulación. Sin embargo no pude evitar preguntarme, cuando alguien que nos gusta se cruza en el camino, ¿Qué tipo de inversionistas somos? ¿Por qué con algunas acciones somos pasivos haciendo la vista gorda, mientras que con otras a la primera señal de mal performance liquidamos nuestra posición? ¿Será que conforme pasa el tiempo y aumenta nuestra exposición a un mismo proyecto nos volvemos románticas activistas, proponiendo cambios para que despegue el precio la acción? ¿O será que en un punto tiramos la toalla, liquidamos nuestra posición y simplemente armamos camino aleatoriamente bajo la teoría del random walk?
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