«Llámenlo síndrome post encierro si prefieren, pero no puedo negar que llega un momento en que los pequeños detalles que a uno no le costaban el menor esfuerzo ignorar en un principio se vuelven absolutamente intolerables, mientras que esas pequeñas excentricidades que en un principio tanto te gustaban del otro repentinamente se convierten en pasivos desquiciantes».
Por Cecilia de Orbegoso
Cuando pienso en lo que Charles Dickens escribió, «fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos», no puedo evitar preguntarme si la inspiración no le vino de haberse mudado 24/7 con su enamorada. Es más que conocido el dicho “no se conoce verdaderamente a una persona hasta que se convive con ella” y cada vez me convenzo mas de este pequeño fragmento de sabiduría popular.
Mi querida amiga Kim, por ejemplo, es un excelente referente de esto: una guapísima koreana con modales impecables, la cual ni bien verla evoca los más puros recuerdo de esas elegantes mujeres retratadas en Memorias de una Geisha y que, en materias del amor, pareciera destinada a pasar por tantas dificultades como la protagonista. Me escribió para decirme que sí o sí teníamos que juntarnos por nuestro ultimo drink del año antes de que yo viajara a Lima y yo, por supuesto, le acepté la invitación sin pensarlo dos veces.
El 2021 para nosotras no solamente había sido duro, sino que nos había tratado con la mismísima punta del zapato. Esta de más decir que el 2020 fue, efectivamente, el año de la rata, pero lo que no me había esperado fue que el 2021, emocionalmente, nos embistiera como buey. Ojalá el 2022, año del tigre, nos de la posibilidad de rugir a pulmón lleno – como buenas tigresas.
Fuimos a un restaurante Mexicano de lo más trendy en Mayfair, y como no nos habíamos podido ver en 3D desde finales del verano, fue necesario un recordaris de los hitos más importantes para ponernos en contexto.
Cabe recalcar que Kim, fiel creyente de las cartas, tiene una tarotista en su natal Korea con la que gasta el 90% de sus megas. Alrededor del mes de mayo esta le vaticinó que iba a estar viviendo ya con su nuevo galán ni bien comenzado el 2022. A pesar de esto y para su gran frustración los meses pasaban y todos sus prospectos parecían estar hechos de teflón: ahí nada se pegaba. Matemáticamente, era muchísimo más factible que la selección peruana vaya al mundial.
Ya hace varios meses, sin embargo, que me venía comentando acerca de este hombre con el que trabajaba que le parecía de lo más guapo pero que, a pesar de sus esfuerzos, el trato entre ellos no había llegado a cruzar la barrera de lo profesional. A medida que se acercaba el final del año, sin embargo, aquellas miradas bizcas y sonrisas furtivas comenzaron a convertirse en verdaderas chispas. Bastó tan solo una cita para que ella supiera que él iba a ser un hombre trascendental en su vida.
Se mudaron juntos la primera semana de diciembre y, al menos en redes, parecían ser la parejas mas feliz del año. La verdad, sin embargo y como suele pasar en estos casos, estaba bastante lejos de las apariencias.
«¿Por qué hablas tan bajito?» yo le preguntaba por teléfono. «Es que no quiero que me escuche» me contestaba ella. Efectivamente, en un departamento estilo loft, con muy pocas paredes e incluso menos cuartos, no era de sorprenderse que los lugares donde esconderse escasearan.
Mientras pasaban los días Kim me empezó a decir «Me está saturando, lo veo todo el día. Extraño entrar a mi apartamento sin nadie ahí y disfrutar el sonido del silencio. Además acuérdate que no solo es aquí, lo veo también en la oficina».
«Creo que necesitas un poco de tiempo al día sola para descomprimirte, ¿porqué no te vas a un café, o a un restaurante con un libro por una copa de vino?» le decía yo, mientras entraba en la realización de que, probablemente más de una vez, esas cientos de personas a las que había visto con envidia «sana» mientras se sentaban leyendo un libro o frente a una laptop en un Starbucks, completamente envueltos en paz, probablemente lo que hacían, por un brevísimo y urgente momento, era escapar.  Y así iban pasando los días: Kim me contaba que, a pesar de todo, estaba feliz. Y en verdad que yo sí lo creía. Parecía ser que todos sus problemas no hacían más que resumirse en minúsculos detalles que, a pesar de tener poca importancia en la imagen final, no por eso dejaban de sacarla de sus casillas.
Debo confesar que el último año se me hizo de lo más común escuchar de amigos que súbitamente terminaron sus relaciones y tuvieron que mudarse de casa. Llámenlo síndrome post encierro si prefieren, pero no puedo negar que llega un momento en que los pequeños detalles que a uno no le costaban el menor esfuerzo ignorar en un principio se vuelven absolutamente intolerables, mientras que esas pequeñas excentricidades que en un principio tanto te gustaban del otro repentinamente se convierten en pasivos desquiciantes.
«No digo nada para evitar conflictos y vivo en conflictos por no decir nada!» me decía Kim, esta vez ya cara a cara mientras le daba un sorbo a su tequila.
«¿Te has dado cuenta que las cosas que te fastidian son mínimas?” yo le preguntaba. «Lo sé, pero es que no puedo evitarlo. En verdad todo sería distinto si fuera tan solo un poco más considerado» seguía ella mientras me explicaba anécdotas puntuales y (a mi parecer) bastante banales, como apretar el tubo de la pasta de dientes por el medio, la periodicidad con la que cambiaba las sábanas, la distribución del closet y otras cosas más que la habían llevado a la súbita y absoluta convicción de la necesidad de un baño extra en el departamento.
«Si eso es lo único que te fastidia, entonces sé feliz Kim, ningún hombre es perfecto». «No estoy pidiendo perfección, solo busco ligeras alteraciones». «Ten cuidado con eso» le decía sarcásticamente «es como el Jenga: tocas la pieza equivocada y todo el juego se va al diablo”
Mientras le sugería alguna que otra estrategia para sobrellevar los inevitables roces y problemas domésticos habituales al compartir el mismo techo, no podía evitar pensar en como el departamento de Kim, hasta el momento abarrotado de cosas físicas, ahora  estaba en riesgo de cargarse hasta el ultimo de sus escasos cuartos por una carga de equipaje emocional que pronto sería imposible de despachar a ningún otro destino.
¡Si me dieran un sol por la cantidad de veces que he escuchado sobre los infortunios de la convivencia!
Una lástima que, aun a pesar conocerse tan detalladamente el perfil destinado al fracaso aun no se haga llegado a una formula universal para poder solucionarlo. A fin de cuentas, como diría Tolstoi (aunque con un poco de mi toque personal): todas las parejas felices se parecen, pero cada pareja infeliz lo es a su manera.  Así que no puedo evitar preguntarme entonces, ¿Por qué somos muy poco selectivos al momento de generar conflicto y tan exquisitos al solucionarlo?
Mientras cambiábamos de tema, y hablábamos de nuestros planes de año nuevo, no pude evitar divagar hacia esa idea. Y es que, cuando se trata de relaciones ¿por qué estamos luchando? Lo complicado de los conflictos de pareja es que, al momento de pelear y a diferencia de un ring de box, no hay ningún árbitro que diga cuál comentario golpea debajo de la cintura o en qué momento es necesario que cada uno regrese a sus esquinas.
Los golpes se dan a ciegas y las consecuencias no se ven sino hasta después de que las cicatrices afloren. Frente a esa situación, y sabiendo que los golpes dados por alguien querido no solo duelen más, sino que no se van del todo nunca, no puedo evitar hacerme la pregunta: ¿Cuáles son, verdaderamente, las batallas que vale la pena luchar y cuáles los hábitos que no podemos negociar?
Si el hecho de aferrarnos a pequeños detalles que creemos  indispensables termina haciendo que una relación se vaya por el drenaje, ¿por qué seguimos cayendo cada vez en el mismo error? ¿o será cierto lo que dicen de las necesidades? que a veces, solo falta perspectiva para darte cuenta que no realmente no las necesitas.
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