Se suele decir que los hijos vienen con un pan bajo el brazo. Y Jerónimo Pimentel podría afirmar algo muy parecido sobre su última obra literaria. Hace sólo un par de semanas presentó Estrella solitaria. Canciones escritas para ser cantadas por Nacho Vegas, una novela en la que dos febriles seguidores del cantante español (a quien Pimentel admira en la vida real) van detrás de su ídolo en una historia que entrelaza escenas de amistad, humor, fanatismo y unos cuantos intentos de imitación. Si entendemos que el libro es el hijo, el pan sería este: en menos de un par de semanas (y en la vida real) Vegas se presentará en el Teatro Pirandello como parte de su gira por Sudamérica. Conversamos de esta y otras coincidencias con el escritor que no tiene problemas para hablar también de música e, incluso, videojuegos.
El libro ya lo tenías más o menos listo hace cuatro años. Su publicación demoró…
Sí, si. Lo que a mí me parece fantástico es que se haya publicado justo cuando Nacho está por venir. Es una cosa que parece hecha. Una coincidencia absoluta. Y yo sólo puedo celebrar eso. Estoy muy contento.
Ha sido casi una serendipia.
Sí, sí. De alguna manera el libro encontró su lugar y su momento de publicación. Y también va a permitir va a permitir algunas coincidencias. Una de ellas es que ojalá le pueda entregar una copia a Nacho.
Él espera eso. Le comenté la existencia del libro en la entrevista…
¡Ah, sí? ¿Qué te dijo?
Que quería hacerse con un libro cuando llegue a Lima. Le conté un poco de qué iba la historia y me dijo que le daba un poco de vergüenza ser la inspiración de la novela…
Claro (risas).
Pero igual le daba mucha ilusión, porque es una muestra de cariño.
Qué bacán… ¡Qué paja, qué paja!
¿Cómo nació la idea del libro? ¿Nace por el gusto por Nacho o porque ya tenías la idea de hacer una historia sobre este tipo de personajes?
Yo tenía un grupo de amigos con lo que éramos muy muy fanáticos de Nacho y queríamos un poco como empezar a jugar con él y con su obra. Entonces se nos ocurrió hacer una suerte de cancionero apócrifo. Era un proyecto que íbamos a hacer al alimón con un amigo. Y yo, como soy una lorna, me lo tomé un poco más en serio y empecé a escribir unas letras tratando de imitar algunos manierismos y algunas marcas reconocibles de las canciones de Nacho, incluso tratando de imaginar alguna música. Salieron una serie de letras y luego, por supuesto, el proyecto quedó en nada, naufragó, y yo me quedé con los textos. Uno de ellos me gustó especialmente, el que está incorporado en el libro. Con lo que me quedé después de esa experiencia fue con la idea de que tenía unos amigos que eran unos personajes, tenía un proyecto delirante, ya tenía el poema… ¿por qué no hacía la historia?
Entonces ese poema/canción fue lo primero que nació…
Sí. Todo lo demás ha sido como una historia para poder llegar a ella. Así me lo propuse al menos. Al momento de escribir, claro, los planes se pierden y lo que comienza a ganar es la escritura. Y la escritura tiene su propia vida y su propia autonomía. Yo no me propuse escribir este libro. Fue la historia que se pudo desarrollar, fue la historia que nació. Yo como escritor no soy tan organizado. Si yo supiera cómo va a terminar un libro probablemente no lo escribiría, me resultaría aburrido. Me gusta descubrir mientras escribo qué es lo que va a pasar.
¿Tiene esto que ver con tu trabajo en poesía?
Creo que son tipos de escritura. Yo trato de ser un escritor relativamente versátil. Soy periodista de carrera, toda mi vida he hecho periodismo. Soy poeta, me encanta la poesía. He escrito narrativa, he escrito no ficción. Me gusta jugar con los registros. Me gusta hacerme preguntas: ¿cómo cuento esta historia? ¿qué lenguaje me exige? ¿qué necesito para contar estos hechos y poder captar la atención de alguien? ¿por qué es interesante?
¿Y qué captó tu atención en cuanto al trabajo de Nacho?
Lo primero que me llamó la atención fue el grado de elaboración de sus letras. Porque normalmente tendemos a pensar que el inglés es un poco el idioma natural del rock. Pero claramente Nacho ha logrado adoptar un idioma de palabras esdrújulas, como el castellano, a un género que privilegia las palabras agudas. El castellano no es la lengua que mejor se adapta al rock. Pero cuando lo logra pueden salir cosas muy bellas. Yo realmente me he conmovido con muchas canciones de Nacho y le reconozco muchas virtudes. Tiene un punto lírico, tiene letras inteligentes, es un story teller. Descubrirlo fue un hallazgo que mantengo hasta ahora.
En la canción que incluiste hablas de una ballena que tiene una historia detrás…
Sí. Lo que pasa en La ciudad más triste reconstruí la historia de Hermann Melville (autor de Moby Dick) en Lima en 1843 y ahí me pasó algo muy curioso. Para escribir ese libro tuve que hacer un trabajo muy hondo de investigación, documentación y ejercicio de estilo, porque no sale espontáneamente un idioma con el grado de elaboración que requería. Todo idioma es una manera de ver el mundo y yo necesitaba ver el mundo como Melville, entonces hice ese ejercicio de imitación y de pronto no podía salir de él. Lo que necesité fue cortar abruptamente con ese lenguaje y hacer como la cara B de esa historia de Lima pero ya no en el pasado, sino en el presente. Ya no desde el preciosismo, sino desde la parodia. Ya no desde la sublimación, sino desde una novela que sea mucho más rápida, intensa y que tenga humor.
Otra coincidencia con Nacho Vegas es que tú publicas La ciudad más triste en 2012 y en 2014 él lanza su disco Resituación, donde está la canción en la que habla de una Ciudad Vampira a la que él define como Melville definía Lima, como la ciudad más triste que uno se pudiera imaginar…
Sí, sí. Es una cosa rarísima. A mí también me sorprendió cuando salió. No me lo esperaba.
Y Nacho no sabe, o no sabía, que Melville había descrito a Lima así…
Sí, son coincidencias. En un punto uno empieza a beber de distintas fuentes y a veces me agrada mucho la idea de creer que esas coincidencias de alguna manera hacen que mi obra converse con la suya. Y no son cosas que uno programe ni que uno espere.
Al ver los personajes de Estrella solitaria uno los puede identificar al toque como unos wannabe rockstars, que pueden ser súper bohemios y súper oscuros, pero un momento que causa gracia es cuando se ponen a jugar Play Station. ¿Eso lo pensaste como para sacarlos de contexto o mostrar otro lado de su personalidad?
No. En ese sentido me atuve muchos a los hechos. La gente de mi generación, a los 8 o 10 años, experimentó la llegada del Nintendo. Para nosotros fue un cambio brutal, porque dejábamos atrás el Atari. Y se empezó a crear una serie de videojuegos que creo que muy poca gente dejó. Fácilmente puedes encontrar una persona de 35 o 40 años que los juegan sin vergüenza, sin tomarlo como infantilismos, sino como algo que lo ha acompañado durante su vida. Yo aún me reúno con unos amigos a jugar y nos tomamos unas cervezas y nos matamos de risa.
Y no es para tus personajes algo en lo que simplemente gasten el tiempo, sino que lo usan para que uno de ellos salga de la depresión…
Sí, porque en los juegos de competencia hay una suerte de escapismo, que creo que es positivo en el sentido de que puedes poner la realidad en suspenso para entrar en otra realidad con otras reglas, con otras victorias y otros triunfos. Y es un mundo acordado entre dos personas. Me parece mostro porque es como una función terapéutica. Probablemente antes ocurría algo así con el póker o el billar.
¿Crees que la imitación es mala?
No. Creo que la imitación es uno de los primeros mecanismos de aprendizaje. Y esta es una novela mucho de aprendizaje. Los personajes tienen una identidad un poco difuminada. El narrador siempre se refiere a su amigo cambiándole el apelativo. Le dice Nacho macho, Nacho doble, Nacho doppelgänger. Y mi idea con eso era tratar de desestabilizar la identidad. Estas personas son personas que están cambiando. Quizás demasiado tarde, pero están cambiando.
Te digo esto porque una escena en particular, la del concierto, me hizo pensar en un programa concurso de imitación…
¡Claro, claro! (risas)
Muchos critican la imitación, pero tú consideras que esta puede ser un primer paso.
La imitación es homenaje y es aprendizaje. Es un mecanismo educativo. Los niños aprenden imitando. Y, claro, uno siempre tiene este idea de que la originalidad es el fin último del arte. Y probablemente lo sea, pero hay maneras originales de imitar.
Bob Dylan decía que empezó imitando a Woody Guthrie…
Claro. Todo arte tiene una genealogía. En el arte no existe el adanismo. Nadie apareció de la nada. De alguna manera muy profunda todo arte es derivativo. A mí no me interesa y nunca me interesó exaltar un tipo de arte que no reconoce pasado ni futuro. A mí me gusta el arte que siempre está cambiando. No me gusta escribir el mismo libro dos veces. Y creo que en este caso, en Estrella solitaria, son muy distinguibles las fuentes de las que bebe el libro. Todo eso de hecho está mencionado y explícito, y me parece que en eso hay una manera original de conversar con su tradición literaria.
Además, también debe ser difícil copiar exactamente igual.
Sí, sí. Lo curioso es que es una tarea imposible. Es una tarea tan imposible como ser original. Son dos absolutos, sitios adonde nadie llega. Ser una imitación perfecta o ser perfectamente original, nadie va a alcanzar eso.
¿Tu trabajo literario suele tener una banda sonora?
Soy un escucha un poco particular. No soy tan exploratorio. Lo que hago es coger un cantante o un disco y consumirlo hasta haber digerido la última nota. Entonces siempre estoy escuchando muy intensamente algo.
¿Y en estos días qué andas escuchando?
Estoy muy obsesionado desde hace un buen tiempo con Bruce Springsteen. Y como tiene una discografía muy grande, estoy yendo etapa por etapa. Ahora puedo escuchar el Darkness on the Edge of Town decenas de veces al día. Además, como yo no manejo, siempre camino mucho, entonces siempre estoy escuchando.
¿Fue Raúl Cachay quien te enseñó la música de Nacho Vegas?
¡Sí! (risas) ¿Quién te dijo? ¿Él?
Ajá.
Sí, sí. Es uno de los personajes que están transfigurados en el libro. Con él son mis campeonatos de Play Station. Con él fue mi proyecto de hacer las canciones… Bueno, si ya te lo dijo, sí, Raúl está ahí metido.
¿Y ahora qué viene? ¿Vuelves a la poesía?
Tengo dos proyectos ahora. Uno es de poesía, otro es de narrativa… No sé si es de narrativa.
Lo descubrirás al final…
Sí, sí. A mí me encanta el fútbol y esto sería sobre un arquero argentino de los años setenta.
¿Tamburrini?
No. Cejas. Es uno de los pocos arqueros argentinos que, siendo titular de la selección, no pudo jugar un Mundial porque Perú lo eliminó del 70… Había ganado la Copa Libertadores con Racing, tuvo una carrera fulgurante, pero su consagración se corta por la Bombonera, por el dos a dos. Entonces me interesa mucho esta figura. Pero no sé si va a ser una novela, un ensayo, no lo tengo claro. En verdad ni tengo claro si va a ser sobre él tampoco.
Pero su historia te cautivó…
Sí… Cejas… Me gusta que se llame Cejas, además. Es como que te llames Párpado. Una cosa rara.
Por Omar Mejía Yóplac