En su obra, la renombrada artista visual Rocío Rodrigo reflexiona en torno a una ciudad que crece y se transforma, y comparte su visión de nuestra realidad a través de piezas e instalaciones cargadas de significado.
Por Redacción COSAS
La ofrenda siempre ha sido un tema apasionante para Rocío Rodrigo. Cuando volvió de estudiar en España, luego de haberse graduado con honores en la Pontificia Universidad Católica del Perú, obtener la Beca Mombusho del Gobierno japonés y recibir numerosos premios y reconocimientos, volvió la mirada hacia su lugar de referencia e investigación: el Centro de Lima y, en particular, el Mercado Central. Fue ahí que sintió una inmensa fascinación por el sentido de la migración, por esa la búsqueda constante quien abandona su suelo por salir resolver su cotidianidad y salir adelante.
“Investigando en el mercado, llegué a la conclusión de que la transacción es la actividad humana más antigua. Y no hablo de la transacción en un sentido comercial, porque puede ser también judicial, incluso religiosa. Es el intercambio, el dar y recibir. Por eso me pareció interesante rastrear ese tema desde la concepción andina y amazónica”, refiere la artista, quien se alista para inaugurar en noviembre La ofrenda rota, muestra instalada en el Parque de la Reserva.
En este sentido, la ofrenda, para Rodrigo, pasa de ser una entrega a la deidad y se transforma en un intercambio mundano. “El sentido de ofrenda, que es muy primigenio, siempre ha buscado este intercambio de lo mejor, pero deviene en el mundo actual de consumo, y encuentra continuidad con el concepto comercial”, profundiza.
Con esta peculiar mirada, Rocío Rodrigo busca interpelar a través de sus obras. En ellas, transita un proceso en el que nunca se pierde el concepto o símbolo del rito del pago a la tierra, pero este se transforma en su llegada a la ciudad, donde los productos se empiezan a hibridar. Todo esto conduce a un mundo globalizado en el que no desaparece la necesidad de ofrendar, pero esta migra, al menos simbólicamente, del templo al mercado.
La dúctil ofrenda, su más reciente muestra inaugurada en el ICPNA de Miraflores, es el resumen de esta tesis. “Este recorrido empezó con mi investigación y terminó en la bienal de Venecia. No quería seguir viajando por el mundo, y más que seguir ese camino trazado por las galerías internacionales, quise conocer e indagar en mi país”. Fue así que luego de trabajar y convivir con miembros de la comunidad shipibo-konibo en su taller de Lima, y de su acercamiento con la comunidad Qero (con la que estudió cosmovisión andina), resolvió que había un paso de la ofrenda del migrante desde su lugar de origen hacia la urbe, pero que una vez en esta, la mirada retornaba hacia la raíz.
“La migración ha crecido mucho en los últimos años, y me parecía importante mirar eso. La ofrenda se convierte en bodegón y el bodegón en paisaje urbano; en esa aglomeración de edificios, de mercados de productos. Estamos en la era de los objetos, al margen del consumo”, refiere. “La experiencia me hizo entender que los jóvenes tenían la necesidad de salir y de relacionarse con lo más contemporáneo, tecnológico, pero llegado el momento, volvían hacia atrás, a su origen y raíces”.
Materializar la creación
Desde muy joven, Rocío Rodrigo estuvo expuesta al lenguaje del arte moderno. Por eso, ella no podía concebir la idea de trabajar en un solo material. “Yo necesitaba expresarme con la materia, no con un material específico, ni convertirme en este”, detalla.
Su exploración con los materiales la condujo a aprender de oficio, y por eso sus ofrendas tienen soportes distintos: caña brava, totora, concreto, fibras de alpaca son solo algunos de los múltiples elementos que componen sus piezas. La experimentación del color –natural, preparado, industrial- también ha sido muy importante en su proceso creativo. Sin ello, no podría haber dado forma de manera tan hábil y compleja una tesis como la que formula.
Para ella, esto era tan elemental como necesario. “Quería que se escuche lo que yo quería decir, si no ¿para qué estaba haciendo arte?”.
La propuesta de Rocío Rodrigo no solo es disruptiva, sino, sobre todo, marcadamente sociopolítica. Tiene una clara vinculación con el estudio de diversos grupos sociales para entender cómo se construye nuestra realidad. “Vivimos en una sociedad muy mestiza y necesitamos reconocernos. Yo intento hacerlo como en una mesa de diálogo, ya que el acuerdo puede venir de la negociación, pero no desde la imposición”, concluye. La contemplación de sus ofrendas es, a fin de cuentas, un momento para recordar quiénes somos y de dónde venimos.
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