Guillermo del Toro regresa al Óscar con Pinocchio. Robert Downey Jr. y un documental sobre el cine y la muerte. El renacer de Will Smith, en “Emancipation”. “1899”: una bocanada de aire fresco en la ciencia ficción, interrumpida por Netflix. 

Por Jaro Adrianzén

Por sobre varias otras cosas, la “Pinocchio” de Guillermo del Toro revalora a la muerte como elemento intrínseco a la vida. Desde su prólogo, que muestra la pérdida de Carlo, el hijo de Gepetto; hasta la relación cercana que construye el muñeco con la muerte, representada por una criatura fantástica salida del imaginario del director para regir el mundo del descanso eterno.

Apoyada en una ejecución espléndida del stop motion, “Pinocchio” se aleja del relato infantil y desnuda los matices de Gepetto, convertido en un cascarrabias que, ebrio de alcohol y nostalgia, construye al reemplazo de madera de su hijo. La tensión en las relaciones con los padres y el sinsentido de la guerra, tratada con ironía, son factores que determinan el curso de la historia.

Como en “El Laberinto del Fauno” o “Shape of Water”, el cineasta mexicano dibuja a un villano de antología -el Conde Volpe, encarnado por Christoph Waltz- que equilibra y enriquece su propuesta. Y a semejanza de “Nightmare Alley”, recurre a una feria de seres anómalos como gatillador de eventos y comportamientos. Junto a la fantasía, la muerte y el humor, son terrenos donde Del Toro se siente a gusto. Se nota: ha entregado una de las mejores versiones de este clásico, nominada al Óscar como Mejor Película de Animación.

El Clan Downey

 Concebido y editado con la libertad y frescura de su figura protagónica, “Sr.”, el documental que produce Robert Downey Jr. sobre su padre, un auténtico cineasta under, recorre con humor y sensibilidad el oficio de hacer cine, la complejidad de las relaciones intrafamiliares y el encuentro hacia una muerte anunciada.

El blanco y negro se acopla a su propuesta: la hora y media de metraje es una amalgama de escenas ‘detrás de cámara’, conversaciones telefónicas, discusiones sobre cómo fijar un encuadre y hacer una toma -que en la mayoría de casos ni siquiera vemos-, sesiones en la sala de edición y trabajos de locación para la película que, durante el desarrollo del documental, decide dirigir Robert Downey Sr.

Casi no se emplea el formato tradicional de entrevistas a los familiares o amigos del sujeto protagonista -un recurso útil pero sobreexplotado por la producción documental actual. Se prioriza, en cambio, una narrativa sin orden exacto y en constante cambio, que incluye un repaso a grandes escenas de las películas de Downey Sr. y la adicción a las drogas que padecieron padre e hijo. Hacia el final ahondan en la sensibilidad: la otra cara del excéntrico Downey Jr, conversando con su terapeuta sobre la necesidad artística de registrar las últimas horas de su padre, y una toma que lo encuadra, observador y pensativo, frente al lecho del hombre que lo formó, para bien o para mal, como persona y artista.

Emancipation

 La propuesta visual de “Emancipation” (Apple TV), con tonos grises que rozan el blanco y negro, priorizando al rojo sangre por entre el resto de colores, sintoniza con su historia: la lucha descarnada de miles de afroamericanos para librarse de una esclavitud que los somete a una vida de miseria y muerte prematura.

Will Smith encarna a un esclavo de fervorosa creencia en Dios y osado atrevimiento frente a sus opresores. Con el gesto duro y una presencia física imponente, el actor domina los trances de miedo, ira, tristeza y búsqueda de la voz de Dios durante su escape para reencontrarse con el ejército de Lincoln y, luego, con su familia.

Domina la escena en un duelo actoral con Ben Foster, que interpreta a un ‘cazador de hombres negros’ despiadado pero de gesto calmado, imperturbable y lleno de matices (la escena de los recuerdos sobre su infancia está entre lo mejor de la película).

Con un metraje un tanto extendido, “Emancipation” plantea una puesta de escena rica en detalles y un trabajo de cámara que no escatima en mostrar la magnitud y violencia del maltrato de aquellos años, ya sea en una plantación de algodón o un campamento para la construcción de vías de ferrocarril. Su crudeza es recordatorio de la barbarie, acaso no tan bien representada desde “12 years a Slave”.

1899

La ciencia ficción nos remite a dos recursos casi tradicionales: el desconcierto que generan los eventos iniciales y la sutileza para entregarle pistas al espectador y los protagonistas, apoyados en un despliegue audiovisual que materializa lo increíble. “1899”, la nueva serie de los alemanes Jantje Friese y Baran bo Odar (“Dark”), aplica la fórmula y la combina con el repertorio personal de la dupla: alteraciones a la realidad, viajes a través del tiempo y la existencia de una compleja máquina que todo lo controla.

El “Kerberos” es un barco a vapor enrumbado hacia Estados Unidos en el que su capitán y varios de sus pasajeros, de diversas lenguas y estratos, ocultan secretos sobre su pasado. Los eventos inexplicables empiezan a sucederse tras encontrar al “Prometheus”, un barco de la misma empresa varado hace cuatro meses.

En adelante, con acierto, se abren nuevas puertas y variantes que apenas son explicadas. La secuencia de eventos, intercalada con las pesadillas que padecen sucesivamente los protagonistas, desata el caos entre un grupo que ni siquiera termina de entenderse entre sí. Una auténtica torre de Babel en el océano.

Por encima de los pormenores argumentales de la trama, que no son pocos, destaca la atmósfera de duda y acertijo construida por los realizadores. La relación entre los personajes, que pasan del desafío al compañerismo cuando la adversidad arrecia; y la dinámica que se entabla con el espectador, en constante desafío para unir las piezas de este rompecabezas. A pesar de que Netflix canceló la serie y su eventual continuidad, la primera y única temporada se sostiene por sí misma y contribuye al género que le compete.

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