Ser pintado por Alice Neel”, escribió en una ocasión el diario “The New York Times”, “no lleva solo a una exploración del cuerpo, sino también del alma”.

La célebre artista estadounidense murió en octubre de 1984 a los 84 años, dejando como herencia cientos de pinturas, una existencia atormentada, intensa y algo trágica, y el orgullo de haber sido considerada “una verdadera bohemia”. Su obra incluye paisajes campestres y urbanos, naturalezas muertas, marinas, interiores y pinturas abstractas, pero su verdadera pasión fue siempre el retrato, imágenes de familiares, amigos, dealers, galeristas, vagabundos y hasta de estrellas porno que ella convirtió en estudios psicológicos a través de un estilo profundamente personal, no siempre apreciado, que la llevó a un lugar único en la pintura contemporánea.

“Portrait of Sam”, 1958.

“Portrait of Sam”, 1958.

Una espectacular selección de esos retratos está siendo expuesta actualmente –y hasta el 8 de octubre– en la Talbot Rice Gallery de la Universidad de Edimburgo, en Escocia, como parte de una serie dedicada a destacar el trabajo de artistas mujeres, y que en el pasado ha presentado la obra de Jane y Louise Wilson, Hanne Darboven, Jenny Holzer y Rosemarie Trockel, entre otras.

“Jackie Curtis and Rita Red”, 1970.

“Jackie Curtis and Rita Red”, 1970.

Titulada “Alice Neel: TheSubject and Me”, la muestra cuenta la historia de los turbulentos eventos que dieron forma a la vida y el trabajo de la artista, llevándola a crear una visión donde asuntos como familia, niñez, dolor, sexo y pobreza aparecen descritos con una inquietante y conmovedora candidez.

Neel siempre supo que quería ser pintora, y a los 21 años comenzó sus estudios en la Escuela de Diseño de Filadelfia, y luego en el Moore College of Art. Ahí conoció a Carlos Enríquez, un estudiante de arte proveniente de una importante familia cubana. La pareja se casó y tuvo dos hijas, Santillana, que murió a los 7 años; e Isabetta, que moriría dos años antes que su madre. El matrimonio terminó en divorcio años después, y eso dejó a la artista libre para iniciar una vida que, según dijo en una entrevista cuando era ya una anciana, fue “pura liberación femenina”.

“Ginny and Elizabeth”, 1975.

“Ginny and Elizabeth”, 1975.

Aunque nunca volvió a casarse, mantuvo una serie de relaciones que llevaron al nacimiento de otros dos hijos. En un ataque de celos, uno de sus amantes destruyó su ropa y varias pinturas con un puñal. Otro la persiguió, declarándole su amor hasta su muerte, a los 75 años. “Tuve una vida dura y pagué el precio, pero hice lo que quise. Soy una persona muy poderosa”, reconoció en una oportunidad.

Su círculo de amistades incluyó a Allen Ginsberg y Andy Warhol, y aunque fue parte fundamental de la bohemia neoyorquina durante décadas, a final de cuentas, en su existencia y su trabajo, fue siempre una solitaria.

Como todo en la vida, su obra estuvo sometida a un asunto de timing. Cuando comenzó a pintar, a mediados de los años veinte, el mundo del arte ya vivía sus primeros días de modernidad. La abstracción, y luego el expresionismo abstracto, estaban en boga; y la pintura tradicional, y en especial el retrato, tenían poco interés entre críticos, dealers y coleccionistas. Ella se burlaba de estas modas, diciendo que alguien podía colgar cabeza abajo el retrato que había hecho de su nieta y parecería una pintura abstracta.

Por Manuel Santelices

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