Chispazos del mejor Wes Anderson en dos cortometrajes: “El Cisne” y “La maravillosa vida de Henry Sugar”. Benicio del Toro protagoniza “Reptiles”, una valiosa obra moderna de cine negro. Pablo Larraín trastabilla con “El Conde”.

Por Jaro Adrianzén

El mejor Wes Anderson es aquel que explora con ingenio el lenguaje cinematográfico en beneficio de la historia. Los cuatro cuentos de Roald Dahl que adaptó para Netflix dan buena muestra de ello. En “El Cisne” (15 min.) emplea a Rupert Friend, el protagonista, como un narrador que se traslada por los escenarios donde suceden los hechos, mientras rememora el bullying del que fuera víctima su personaje. Anderson, además, no muestra la crudeza de los hechos, dejándole esa responsabilidad al espectador.

En “La maravillosa vida de Henry Sugar” (40 min.), el cineasta no se molesta en ocultar los juegos de luces, cambios de vestuario y ajustes de escenografía, como si de un ejercicio teatral se tratase. Construye un guion por postas con Ralph Fiennes, Benedict Cumberbatch, Dev Patel y Ben Kingsley que, valgan verdades, acusa un ritmo agotador. A pesar de eso, se las ingenia para darle fluidez y ahondar en los detalles de un cuento que siempre tiene un pie en lo fantástico. Su terreno favorito.

Reptiles

 Benicio del Toro protagoniza uno de los mejores estrenos recientes de Netflix. Como policía de homicidios, impone tanto respeto en escena como emana carisma en cada interacción. Su personaje goza de una dualidad atractiva, lejano del clásico agente solitario y atormentado; siendo a su vez oscuro e indescifrable. En “Reptiles” investiga el brutal asesinato de una vendedora de bienes raíces, pareja de un hombre del mismo rubro (Justin Timberlake). Al fiel estilo del género, el guion entreteje con calma una maraña criminal que se acrecenta a extremos inicialmente insospechados (para bien), y acierta en revelar muy poco del trasfondo del crimen. El director Grant Singer, además, decidió dejar una serie de puertas abiertas, evitando los finales explicativos: ¿la piel de serpiente que la víctima encuentra poco antes de ser asesinada es algo más que un guiño al título de la película? ¿Cuál es el origen del tatuaje que tenía en la espalda? ¿Qué rol cumplió la tenebrosa capilla pintada de rojo que visita Del Toro? Es una virtud que sean interrogantes sin respuesta.

El Conde

 Tras retratar desde el drama pasajes de la vida de Jackie Kennedy y Lady Di, el cineasta Pablo Larraín optó por un ejercicio de fantasía y contrahistoria para “El Conde”, una película en la que Augusto Pinochet es en realidad un vampiro que fingió su muerte y vive en una campiña desolada de algún lugar de Chile. Disponible en Netflix, el principal problema de la obra es que el chiste y la sátira se agotan rápido. El atractivo inicial -cargado de sangre y mordidas de cogote- deviene en una trama enrevesada de hijos buscando la fortuna de su padre, una joven monja convertida en exorcista, un mayordomo que se enrolla con la esposa de su jefe y un generalísimo repotenciado por el líbido que despierta en él una mujer joven. En medio, diálogos que oscilan entre lo forzado y lo ingenioso acerca de los cargos de los que fue acusado Pinochet, personaje que rescata la cinta del olvido gracias a las escenas en las que rememora sus años de poder.

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