Los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 fueron históricos para la delegación peruana. Las 32 preseas obtenidas significaron la mejor presentación fuera de casa desde 1951. ¿Qué viene ahora para nuestra élite deportiva? ¿Quiénes son los que pelearán por una medalla en París 2024? Figuras de la talla de Lucca Mesinas (surf), Cristhian Pacheco (maratón), Daniella Borda (tiro), César Rodríguez (marcha) y Evelyn Inga (marcha) posaron para COSAS y confirmaron que apuntan más alto.
Por Kike La Hoz Fotos Andrés Espinoza / Jefryn Sedano
Lucca otra vez entra al agua
La medalla de oro de Lucca Mesinas (27) ya tiene un lugar reservado ahí donde empezó todo: Máncora. Trofeos, preseas, diplomas y algunos wetsuits enmarcados decoran el altar emocional construido por el bicampeón panamericano de surf en la habitación que ya no habita. Desde 2022, decidió mudar su vida a Lima. En realidad, vive más entre aviones, olas y atardeceres, pero su historia se preserva en la tierra que sus padres decidieron que fuera suya desde que cumplió un año. El mar de Máncora le enseñó el surf, y él decidió que todo lo que ganara se quedaría cerca de ahí, incluida su última medalla de oro que aún está por llegar.
“Ahí va a estar de todas maneras”, dice. La otra de oro, lograda en Lima 2019, aguarda paciente. Ambas son la mejor demostración de que nada llega por azar. Al principio, puede que Lucca dudara de su propia capacidad; otros crecían dentro del agua mientras él intentaba encontrar la iluminación en sus ídolos Sofía Mulanovich y Kelly Slater. “Me daba vergüenza perder”, confiesa cómo se sentía por aquel entonces. Incluso pensó en dejarlo todo. Pero poco a poco el agua lo hizo fluir, y a los 23 años se dio cuenta de que podía domar a las olas de Punta Rocas. La playa elegida para la competencia de shortboard en Lima 2019, esquiva tantas veces, se convirtió en su podio. “Nunca me había ido bien en esas olas. La gente tampoco me tenía mucha fe”, recuerda. Boquiabiertos, palmas, júbilo. Con la medalla dorada colgada del cuello, se dijo a sí mismo: “Ya ves. Si es que te sacas la mugre e intentas y quieres algo con ganas, lo logras. No importa qué sea”.
La pandemia, en su caso, traería nuevos aires. La cuarentena, con él metido en las aguas de California y Hawái durante casi siete meses, lo hizo perfeccionar su técnica. Mejor control. Madurez sobre la tabla. Las clasificaciones, en 2021 y 2022, al Championship Tour (CT), el circuito de los treinta y dos mejores del mundo no fue casualidad. Como tampoco lo sería llegar a la ronda final en los Panamericanos de Santiago 2023. La nueva medalla de oro no solo agrandará su leyenda, sino que le permitirá asistir a sus segundos Juegos Olímpicos. En Tokio acabó quinto, pero ahora el resultado podría ser mejor. “Que venga lo que tenga que venir. Todo el mundo va por la de oro, pero no puedo decir que la voy a ganar”, aclara.
El surf es tan impredecible como el mar. Lucca, sin embargo, espera aprovechar las olas izquierdas tubulares de Teahupo’o, a 15,700 kilómetros en la Polinesia Francesa, elegidas para la competencia olímpica. “A mí ese tipo de olas me ayuda muchísimo. Tengo las habilidades para correrlas bien. Igual no sé qué va a pasar, pero sí siento que podría mostrar un buen desempeño”, dice. En algunos meses lo sabremos. El altar de su habitación aún tiene espacio para otra medalla.
Pacheco aún quiere correr
La penúltima escena en la cabeza de todos es la de Cristhian Pacheco (30) sonriendo. Al pie del parque Kennedy de Miraflores, tras su entrada épica por la avenida Larco, luce la medalla de oro de Lima 2019 como un muchacho redimido. Acaba de hacer historia con una marca de 2:09:31 en maratón. La última escena, la más reciente, parece un calco. Otra vez los metros finales con una bandera peruana al viento, la cara hinchada por una mezcla de alivio y convulsión, y las miradas de asombro posadas sobre unas piernas que jamás parecen dudar. Pero solo Cristhian y unos pocos saben que esto último no es cierto.
Hay cuatro años entre una escena y otra. Cuatro años en los que caben más de un posible destino y muchas otras escenas que solo recuerdan los que saben que para ganar hay que fallar: más de una vez. Cristhian no olvida esas escenas. No puede ni quiere olvidarlas. Puesto 60 en la maratón de Tokio 2020. Cruzó la meta con el pie derecho hecho trizas, el estómago repleto de ira y el corazón roto porque su relación con Evelyn Escobar, la madre de su hija, había acabado apenas unos días antes. “Ya no quiero correr nunca más”, fue lo primero que pensó. El puesto 52 en Río 2016 podía tolerarse, pero no acabar entre los diez primeros en Tokio 2020, como se había propuesto, era una decepción. “Como deportista sentía que yo mismo me había fallado”, dice, desde Huancayo, a través del teléfono. La pandemia se había encargado de frenar su avance. Un año directo al tacho.
Los días siguientes fueron peores. No quería ir al estadio Huancayo. El tartán le recordaba su fracaso. A veces no salía de casa. La relación rota afectaba el poder ver a su hija Luciana. Muchas de las marcas auspiciadoras le dieron la espalda. Muchos de los que antes celebraban junto a él ya no estaban. La Federación Nacional de Atletismo le quitó la subvención al no cumplir con la marca mínima. “Piensa bien”, le decía su hermano Raúl Pacheco, múltiple campeón y exmaratonista olímpico, pero Cristhian no quería escuchar. La noche del regreso a Huancayo, desde Tokio, se sintió más solo que nunca. Ni la ráfaga musical de una discoteca pudo acallar esa voz interior que le decía: “Olvídate del atletismo”. A las tres de la mañana, regresó a la casa de sus padres en Coto Coto convencido de que ese mundo ruidoso no era lo suyo. Prefirió refugiarse en la soledad: una botella de whisky y una madrugada larga. Sentado en su cama, lloró en silencio. “Sentía que no merecía ni ponerme una casaca Nike. Sentía que esa casaca valía más que yo”, dice.
Fueron ocho meses oscuros. En todo ese tiempo, su hermano Raúl no se cansó de insistir. Cristhian trataba de buscar motivación escribiendo su nombre en Google. El historial de su pasado a veces lograba consolarlo. Pero debía convencerse solo. Y eso ocurrió un día en que una noticia en la televisión lo hizo volver a pensar con claridad. Un grupo de paraatletas, con guías, implementos ortopédicos y sillas de ruedas, competían decididos en una maratón local. Un fuego interno, que parecía extinto, le quemó los ojos. “Si ellos pueden correr, cómo yo, que puedo dar mucho más, me voy a retirar. Mañana mismo empiezo”, se dijo. En 2022, bajó su marca a 2:09:09 en la Maratón de Lima 42k. Un año después, conseguiría alcanzar el tiempo de 2:07:38 en la Maratón de Sevilla. Estaba de regreso. La llegada de su hijo Eithan, tras la reconciliación con Evelyn Escobar, lo hizo renacer. Y ahora que es bicampeón panamericano, después de registrar 2:11:14, sabe que la alegría es protocolar. El reto pendiente es uno solo: los Juegos Olímpicos.
“Mi sueño es tener una medalla olímpica. Ahí recién podré decir que como deportista me siento realizado”, asegura. El tatuaje de los aros olímpicos en su brazo derecho lo delata. Pero Cristhian no se desespera. Dice que esta vez será diferente porque se siente diferente. Ya no es el muchacho tímido que solía perder la calma. Cuatro años han pasado. La familia ha crecido, él también. “Ahora tomo las cosas de otra manera”, dice. Un día antes de ganar por cuarta vez la Maratón de los Andes en Huancayo, no solo prefiere imaginar que algún día se erigirá una estatua suya, sino también lo que dirá Google sobre él de aquí a algunos años: “Christian Pacheco, ganador de tres o cuatro medallas panamericanas. Christian Pacheco, cuatro o cinco Juegos Olímpicos. Christian Pacheco, marca 2:04:00. Cristhian Pacheco, medallista olímpico”. En Google, como en la vida, el que busca encuentra.
Hechos de bronce y plata
Daniella Borda (29) lo dejó todo por un sueño. Su carrera, sus amigos, su familia, incluso su novio. Sin saberlo, llegó a Montecatini Terme, en la Toscana italiana, la meca del tiro deportivo, para quedarse indefinidamente. Un torneo circunstancial–ni bien se pudo levantar el aislamiento por la pandemia– la hizo tomar una decisión de vida: si quería ser medallista olímpica, Lima quedaba muy lejos de ese sueño. Instalada en Europa, empezó a repartir su tiempo entre ser recepcionista de un hotel y practicar dos o tres horas aquello que había empezado como una aventura de niña junto a su padre y sus dos hermanas: respirar, apuntar y disparar.
Esas primeras excursiones, en medio de la naturaleza y siempre cerca al mar, acabarían siendo mucho más que cazar patos o perdices. Definirían lo que Daniella sería en el futuro: bióloga marina y tiradora en la modalidad skeet (disparo a platos en movimiento). Desde los dieciocho años, tras una invitación, decidió apuntar más alto en un campo dominado por los hombres. El punto de partida fueron unos Juegos Suramericanos, en Santiago 2014, con una escopeta hecha por su padre a la medida de sus manos. Muchas cosas han cambiado desde entonces. En esa misma ciudad, pero casi diez años después, acaba de colgarse la medalla de bronce panamericana. Cuarta en Toronto 2015 y sexta en Lima 2019, sabía que a la tercera debía ser la vencida para subirse al podio y alcanzar un cupo olímpico. “El tiro me ha hecho aprender que si una cosa no sale bien a la primera o a la segunda, uno no se rinde”, dice Daniella.
Armada de “Melanie”, como llama por complicidad a su escopeta Beretta DT11, está siempre preparada para disparar. Aún no tiene hijos, pero sí un arma de cuatro kilos que lleva en brazos. Aunque más que su hija, es su amiga. O, como Daniella prefiere llamarla: “Una extensión de mi brazo”. Juntas han compartido muchas competencias. ¿La primera? Daniella no lo recuerda. “¿Cuándo fue? No lo sé sonríe traviesa–. Yo soy muy mala para las fechas”, dice la tiradora que vive de la precisión. En París 2024, tendrá que ponerla nuevamente a prueba. Ya decidió que hasta entonces solo se dedicará a disparar para alcanzar una medalla. “Seremos treinta competidoras. Todo puede pasar”, dice. Prefiere no prometer medallas, solo que quemará hasta el último de los seiscientos cartuchos que gasta en cada competencia.
Hace un mes, en Lucca, una ciudad de la Toscana, probó con una carabina de aire en un parque de diversiones, y le dio a todas las latas, las cajas de fósforos e incluso a los casquillos diminutos de otras balas. Sus amigos no paraban de reírse. La encargada del puesto la miraba absorta. Por supuesto, la distancia no podía compararse con los 37,8 metros de una competencia de skeet. “Se nota que tienes mucha puntería”, le dijo. Daniella solo atinó a responderle lo que solo una deportista cargada de modestia diría: “Fue solo suerte”.
Si la suerte es aquello grandioso que a veces nos ocurre sin esperarlo, entonces César Rodríguez (26), un huancaíno de mirada mansa y piernas firmes, puede decir que también tuvo suerte. A los dieciséis años, estaba convencido de que sería un futbolista profesional. Desde los seis hasta los quince, había gastado medias y zapatillas detrás de una pelota. Ser escogido para formar parte de la reserva de Sport Huancayo parecía una sentencia. Pero el universo le tenía reservado otro destino. Sin tiempo para entrenarse a doble turno como un delantero veloz, decidió hacerle caso a una de sus profesoras: “Prueba con el atletismo, César”.
Y probó. Probó los 5000 metros planos y los 3000 metros con obstáculos. Seis meses después, su primera competencia en Lima le hizo saber que tal vez no era tan bueno para esas pruebas. “Me fue mal, mal, mal”, recuerda. Pero aquel día serviría para que se quedara viendo una competencia de marcha atlética que llamó su atención. ¿Qué tan difícil sería caminar a paso rápido sin despegar los pies del suelo? ¿Qué podía perder intentándolo? En ese momento, apenas diez marchistas componían la comunidad más competitiva del país. Decidió probar. Otra vez. Y fue medalla de bronce a nivel nacional. Y meses después cuarto lugar en los Juegos Olímpicos de la Juventud en Nanjing 2014.
El camino estaba marcado. En 2015, se coronó campeón panamericano juvenil en Edmonton (Canadá), y en 2016 ganó la medalla de bronce por equipos junto a Lenin Mamani en la Copa del Mundo Sub 20 en Roma. El puesto 21 en los Juegos Olímpicos Tokio 2020, sin embargo, no lo dejaría conforme. Junto a Kimberly García, decidió cambiar de entrenador en 2022. A partir de ese año, con la guía del ecuatoriano Andrés Chocho y un entrenamiento innovador, los resultados empezaron a cambiar: campeón bolivariano, medalla de plata a nivel sudamericano, recordista nacional de 20 y 35 kilómetros y puesto 10 en el Mundial de Atletismo en Oregon. “Al entrar al top ten, me convencí de que sí puedo llegar a ser medallista mundial u olímpico”, dice. La reciente medalla de plata, en la modalidad de relevos mixtos junto a Kimberly, en los Juegos Panamericanos de Santiago 2023, es un nuevo estímulo. Sobre todo porque lo lograron con una gripe que les hizo arder el cuerpo durante la competencia. Puede que en la prueba individual el séptimo lugar haya sido un tropiezo para César, pero la clasificación a París 2024, tras el último Mundial de Atletismo en Budapest 2023, con nuevo récord nacional en 20 kilómetros (1:19:52), le permite despegar los pies del piso sin sentir culpa. “Mi objetivo es estar entre los tres mejores del mundo”, dice. Esta vez no quiere depender de la suerte.
Evelyn Inga (25) tampoco. Así fue desde que era una niña. En menos de dos semanas, tras una prueba realizada en Huancayo cuando tenía apenas 12 años, compitió por primera vez en marcha atlética en un campeonato nacional infantil y quedó tercera. En su caso, siente que nada en su vida fue producto del azar. Cada paso hacia adelante fue resultado de una decisión con consecuencias insospechadas. Como cuando le dijo a su mamá, a los diecisiete años, que luego del Mundial de Menores de Cali 2015 se dedicaría solo a los estudios, pero el noveno lugar alcanzado en 10.000 metros la hizo desistir. O como cuando decidió retirarse luego de algunas lesiones y de su frustrada clasificación a Tokio 2020, pero volvió más fortalecida y clasificó al Mundial de Oregon 2022. De ser una especialista en distancias de fondo (35 y 50 kilómetros), su carrera cambiaría al aceptar el desafío de competir en la modalidad que ha coronado a Kimberly García como la mejor del mundo: los 20 kilómetros. “No me gustaba, pero ahora me gusta”, dice Evelyn, mientras contiene la risa. La resistencia debía ir de la mano con la explosión.
Esa era la clave. Poco a poco empezó a dominar la prueba, y se descubrió a sí misma acortando distancia con la otra huancaína, cinco años mayor que ella, que es sinónimo de marcha atlética en el Perú. En el Mundial de Budapest 2023, Kimi quedó segunda y Evelyn, sexta. “Mi mejor marca era 1:33 años atrás. Nadie apostaba por mí. Pero ahorita tengo 1:27:32, lo que me hace la novena marchista a nivel del mundo en 20 kilómetros”, dice Evelyn. Por una cuestión de edad e insistencia, a Kimberly (1:25:56) ha empezado a verla cada vez más cerca. “Nunca he sentido ni envidia ni celos por sus logros. Es una rivalidad muy sana. Si ella gana, siempre va a ser bien merecido, y si yo en algún momento lograra sobrepasarla, lloraré de mucha emoción”, dice.
Después de haber compartido pistas de entrenamiento en Huancayo, la misma habitación en el Mundial de Oregon 2022, e incluso la lista de mujeres más influyentes del Perú elaborada por “Forbes”, es mejor verlas como dos opciones de medalla antes que como rivales. “No la veo tanto como competencia, sino como un ejemplo a seguir”, insiste Evelyn. Ambas clasificaron ya a los Juegos Olímpicos de París 2024, tras alcanzar la marca mínima en el Gran Premio Internacional de Cantones en La Coruña: primera y sexta. Ambas compartieron el podio en Santiago 2023: primera y tercera. Para Kimberly, fue el desquite después de la plata en Lima 2019; para Evelyn, la revancha de las lágrimas derramadas por el séptimo lugar con apenas 20 años. Mientras Kimberly se prepara entre Huancayo y Cuenca (Ecuador), Evelyn lo hace en Arequipa. Cada una avanza a su ritmo. La marchista, que alguna vez de niña vendió choclo con queso y que aún en ocasiones atiende la bodeguita de su madre en El Tambo, sabe que los sueños son individuales. “Este momento hay que aprovecharlo. Por algo soy finalista a nivel mundial”, dice Evelyn. Una medalla en París 2024 es su meta, aunque tenga que arrebatársela a Kimi.
Una lista que puede ampliarse
Otros atletas peruanos que consiguieron medalla en Santiago 2023 y ya tienen un lugar reservado en París 2024 son: Stefano Peschiera (28) en vela, modalidad ILCA 7, tras ganar la presea de oro; Gladys Tejeda (38) en maratón femenina, se llevó el bronce, pero ya estaba clasificada; Nicolás Pacheco (29) en tiro deportivo, modalidad skeet, obtuvo su pase al conseguir la de bronce; e Inés Castillo (23) en bádminton, que aseguró por puntos su presencia individual en los próximos Juegos Olímpicos, tras ganar en Santiago la presea de bronce en dobles mixtos junto a José Guevara, quien aún deberá pelear por su pase.
¿Quiénes aún no aseguran su boleto? Luz Mery Rojas (30), oro en 10.000 metros planos, probará llegar a París 2024 en los próximos meses a través de la prueba de maratón. María Luisa Doig (32), plata en espada individual de esgrima, buscará sus terceros juegos (antes estuvo en Beijing 2008 y Tokio 2020) vía ranking mundial para evitar el preolímpico. Luis Ostos (31), bronce en maratón masculina, intentará ser olímpico por segunda vez, pero esta vez en otra prueba (compitió en Río 2016 en 10.000 metros planos). Hugo Ruiz (28), oro en la prueba omnium de ciclismo de pista, todavía tiene chances de clasificar. La moqueguana Camila Figueroa (25), bronce en la categoría 78 kilogramos en judo, aún puede sumar los puntos necesarios para clasificar a París 2024.
Por su parte, Ángelo Caro (24), plata en skateboarding, buscará su revancha tras quedar en quinto lugar en Tokio 2020. Nilton Soto (25), bronce en la categoría 67 kilogramos en lucha grecorromana, cuenta aún con tres instancias para intentar el boleto a Francia. David Bardalez (28), bronce en la categoría de 61 kilogramos en levantamiento de pesas, tiene hasta abril para lograr un cupo. El abanquino Eriberto Gutiérrez (30), bronce en la prueba de Kayak Cross K1 en canotaje slalom, aguarda el apoyo de las empresas privadas para alcanzar una nueva hazaña. Miguel Tudela (28), bronce en shortboard de surf, todavía tiene opción de conseguir su segunda presencia olímpica (fue noveno en Tokio 2020). Por último, Cristian Morales (30), bronce en rifle de aire (10 metros) en tiro deportivo, tiene por delante un sudamericano y un panamericano de la especialidad para tentar el cupo.
En total, son doce deportistas peruanos que hasta ahora han asegurado su presencia en París 2024: seis de ellos lo hicieron vía Santiago 2023. Los otros seis a través de competencias previas vinculadas a sus respectivas disciplinas. En el primer grupo también se cuenta a Florencia Chiarella (ILCA 6 de vela), quien acabó quinta en su disciplina. Por su parte, Mary Luz Andía (marcha atlética), quien no asistió a los Juegos Panamericanos, logró el cupo olímpico al ganar la medalla de oro en el Sudamericano de Atletismo 2023.
Las leyendas sin pasaporte olímpico
Uno de los nombres más encumbrados en esta lista de deportistas peruanos que no podrán ser olímpicos es quizá Jean Paul de Trazegnies (30) [De traziñí, como él mismo ayuda a pronunciarlo]. Acaba de ganar, en Santiago 2023, la medalla de plata en la modalidad sunfish de vela, pero su legado es mucho más grande: ha recibido, en dos ocasiones, los laureles deportivos por ser subcampeón mundial de sunfish en los años 2014 y 2021. Y aún le queda pendiente una nueva doble distinción por haber sido campeón mundial de su modalidad en 2018 y 2022.
Navega desde los 7 años en diferentes embarcaciones, pero desde los 17 decidió competir en sunfish, la especialidad que cultivó desde joven también su padre. En Lima 2019, intentó empezar a abrirse camino a través de la modalidad 49er FX, de categoría olímpica, pero la embarcación no se le acomodó. “Shonta”, como le dicen de cariño por un apodo derivado de la expresión “Sean-Da-Paul” del cantante jamaiquino, prefiere mantenerse en el circuito panamericano del sunfish: “Esta nueva medalla de plata me hace comprometerme más para conseguir el oro en los próximos Juegos en Barranquilla 2027”. Ahora en diciembre, además, deberá revalidar su título de campeón mundial.
Otro nombre ya legendario es el de la surfista María Fernanda Reyes (25). El oro en Santiago 2023 llevó a preguntarse a varios por qué no estará en París 2024. Por ahora, su modalidad de longboard no es considerada olímpica. “No poder estar en estos juegos es algo triste, pero sé que están luchando para que el longboard entre a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. Así que me voy a seguir preparando, porque espero poder participar y traer una medalla olímpica a casa”, dice.
En Lima 2019, el oro se le escapó por poco. Pero en este 2023, no solo se coronó campeona panamericana, sino también subcampeona a nivel mundial. “Son logros que me he propuesto por mucho tiempo, y ahora lo que toca es seguir manteniéndome en los más alto”, asegura. La historia de Mafer, que alguna vez empezó con ella a los cinco años junto al puesto de raspadillas de su madre en la playa Makaha, aún podría acabar con una medalla olímpica. Es cuestión de esperar.
A diferencia de Mafer, Hugo del Castillo (26) ve poco probable cumplir el sueño olímpico. Si bien su modalidad, el poomsae, dentro del taekwondo, podría ser deporte de exhibición en Los Ángeles 2028, tiene previsto competir solo algunos años más. En una división (menos de 30 años) dominada por los deportistas que apenas superan los veinte, Hugo apunta a mediano plazo a darle más prioridad a su carrera como médico.
En breve, alcanzará la especialidad de traumatólogo. La medalla de bronce en Santiago 2023 es un nuevo hito en su carrera. Un motivo para seguir esforzándose. Pero, sobre todo, un homenaje a su madre Ana María Palomino, quien siempre estuvo a su lado desde que a los 10 años decidió vestirse con dobok y cinturones, inspirado por Dragon Ball. “Ella siempre se ha encargado de darle la última planchada a mi uniforme como bendición», dice. En Lima 2019, plata; en Santiago 2023, bronce. La cábala casi nunca falla.
El Team Perú tampoco podrá contar en París 2024 con las siguientes figuras: Benoit “Piccolo” Clemente (41), oro en longboard; Diego Elías, oro en squash; Caterina Romero (28), oro en sunfish; Itzel Delgado (24), plata en paddle surf; Vania Torres (28), bronce en esa misma especialidad, llamada también surf de remo; y la karateca Alexandra Grande (33), plata en la prueba de kumite, 61 kilogramos. En Tokio 2020, el karate sí estuvo presente, incluso Alexandra obtuvo diploma olímpico por ubicarse en el séptimo lugar, pero en esta ocasión no estará en París 2024. Entre las otras disciplinas, el squash será olímpico recién en Los Ángeles 2028, y se espera que el longboard y el paddle surf sean admitidos.
La sesión fotográfica se realizó en el Velódromo de la Videna en San Luis, que se mantiene en perfectas condiciones, a cargo del Proyecto Especial Legado, que es la institución encargada de operar de manera eficiente los recintos deportivos heredados por los Juegos Lima 2019.
Suscríbase ahora para obtener 12 ediciones de Cosas y Casas por solo 185 soles. Además de envío a domicilio gratuito y acceso instantáneo gratuito a las ediciones digitales.