Marina Perezagua (Sevilla, 1978) publicó recientemente su primer poemario Nana de la medusa. En este nuevo trabajo, despliega toda la contundencia de su estilo para explorar las complejidades de la existencia no solo personal sino global, adentrándose en temas como la emigración, la búsqueda de una experiencia amorosa auténtica o la deriva de crueldad del mundo actual. Asimismo, en novelas como Seis formas de morir en Texas, la autora reflexiona sobre tema tan duros como el tráfico de órganos y la pena de muerte. A pesar de la crudeza de sus temas, la escritora no deja de mostrar alegría en su rostro y cariño en sus palabras.
Por Lucas Cornejo Pásara
En varias de tus obras, países asiáticos son protagónicos para las historias. ¿Cuál es tu relación con Oriente y con Japón en particular?
Mi familia por parte paterna procede de Japón. Provengo de un pueblo en Sevilla que tuvo una migración japonesa muy grande. Casi todo el mundo ahí tiene el apellido japonés. Al igual que le pasó a Lina Meruane, me crie en un sitio en el que escuchaba a mis familiares contar historias de otro lugar. Además, solo escuchas lo bueno… Mi relación es básicamente esa. Una vez le preguntaron a un vecino del pueblo antes de morir qué le gustaría hacer. ‘Me gustaría, ahora, volver a Japón’, respondió. Lo bonito es que nunca había estado en Japón, pero había crecido con esa leyenda familiar que siempre cuenta lo positivo.
¿Y tú has estado? ¿Te sientes algo japonesa?
He estado en Japón y, de hecho, tuve un novio japonés. Pero no podría decirte que mi cultura es japonesa. Sí crecí con muchas leyendas orales que me contaba la familia paterna y también creo que eso me llevó a interesarme más tarde por la literatura japonesa. No me siento japonesa, pero cuando llegué a Japón —aunque suene extraño— fue como un regreso.
¿Qué tipo de literatura japonesa te interesa?
Empecé con Mishima. Me obsesioné. Lo leí todo. Nana de la medusa no existiría sin Mishima. El erotismo lo aprendí de él. Un escritor muy particular y muy erótico.
En ese libro aparece mucho el tema de la maternidad como un impulso biológico, como un deseo inherente a la mujer. Es un tema controversial. Algunos feminismos detestan ese rol o ese encasillamiento. ¿Tú cómo lo ves?
No, nunca asociaría a la mujer con el rol de la maternidad (ríe). Ahora mismo que no estoy con mi hija, que tiene dos años, estoy como: “Wow, esto es la vida”. Y adoro a mi hija… Creo que existe este impulso en algunas mujeres, pero, incluso también en algunos hombres. Yo sentí algo muy animal por ser madre, porque mi opinión es que es algo muy irresponsable traer un hijo al mundo. Cuando lo decidí ni siquiera estaba en las circunstancias adecuadas. Quiero decir, estaba sola, sin apoyo familiar…
No fue una decisión racional…
En mi caso fue muy animal. Es evidentemente lo mejor que me ha pasado en la vida, pero tiene sus aristas. También sucede con los hombres. Cuando yo empecé a querer ser madre, pensaba que en mi familia hay muchos casos de enfermedades mentales. No quería un donante anónimo porque era imposible determinar la salud mental del donante y la de sus genes. Quería a alguien que conociera. Entonces, pensé en amigos. No te puedes imaginar la cantidad de hombres que me dijeron que sí sin un contacto sexual. Eran hombres que solo querían ser padres. Algunos eran hombres incluso casados que pactaron con sus esposas esto, porque ellas no querían ser madres, pero aceptaban que ellos lo fueran por su parte. Hay hombres que tienen muchas ganas de ser padres. Yo publiqué un cuento sobre eso mucho antes de ser madre, porque me impactó mucho hablar con un amigo y ver algo maternal ahí. Muy animal también…
Claro, en mí existe y tiene que ver con criar a alguien, con querer transmitirle todo lo que he digerido… y, bueno, por el tema de tener padre ausente, yo quiero ser el padre que no tuve.
A mí me pasó igual.
Y, al final, si no te molesta contarme, ¿cómo resolviste lo del donante?
Es muy personal (ríe), pero claro que te lo cuento. Decidí que era mejor tenerlo con una persona que conocía de hace mucho tiempo y sabía que era responsable y muy buena persona. Él había sido pareja mía en el pasado y no estamos como pareja ahora, pero sí compartimos eso. Es el padre de mi hija. Yo sé de dónde viene mi niña. Sé que, si tiene cualquier problema, él va a estar ahí. Me pareció lo más responsable.
¿Por qué dices que te parecería incorrecto traer un hijo a este mundo?
Ay, mira, yo soy la persona más alegre del mundo. Te lo prometo, pero es que yo ya no le veo salida a esto… No lo sé, donde mires del mundo… Digo, ¿a dónde nos vamos? A dónde nos vamos en donde haya una armonía y no tengamos que discutir. La gente se está matando en todas partes. Para mí, vamos al colapso. Cuando leía a Harari en Sapiens —que ahora con lo de Palestina e Israel no es el mismo— me daba cuenta de que la especie homo es la que menos tiempo ha sobrevivido en el planeta. Somos la vergüenza del género homo. No veo solución, sobre todo, porque estamos en un planeta ecológico y se va. No hay tiempo para resolver los conflictos si antes no pasamos por una salvación del planeta. No podemos seguir destruyendo zonas forestales, porque nos vamos a quedar combatiendo en el mundo sideral…
Acerca de Seis formas de Morir en Texas, llama mi atención el vínculo que puedes tener con el sistema penitenciario de Texas. Sé que estás muy documentada, pero me da curiosidad qué trasciende a la investigación. El sentimiento y la voz de la narradora se siente muy vivencial. ¿Cómo lograste eso? ¿Qué de ti hay ahí?
A mí me llaman mucho la atención de los temas que se han olvidado. En algún momento, la pena de muerte en Estados Unidos era un tema de debate, pero ya no. Ejecutan a gente y nadie está pensándolo. No hay un debate y sigue sucediendo. No solo en Estados Unidos. Muy poca gente sabe, por ejemplo, que en Japón hay pena de muerte. Me interesaba sacar a la luz eso. Estoy viviendo en un país donde se ejecutan personas diariamente. En el título hay esto de las “seis formas”. Antes ponían muerte por envenenamiento letal en el certificado de defunción. Ahora la casilla que se marca es homicidio. El Estado está reconociendo lo que hace. La novela partió un poco de sacar a flote este tema. Lo otro fue saliendo. A nivel narrativo, yo necesitaba un trasplante de órganos ilegal y fue ahí cuando me topé con ese otro mundo de los trasplantes ilegales de órganos.
Esa era mi siguiente pregunta… Me sorprendió mucho toparme con un tema como el tráfico de órganos. Incluso, pensé en que debe ser difícil investigar sobre ese tema. Acá se supone que sucede mucho —yo no sé de nadie—, pero se decía mucho que te drogaban y amanecías operado sin un órgano…
Lo conozco, pero eso es difícil. Sucede que cada órgano tiene una vida. Creo que no hay ninguno que pueda sobrevivir fuera del cuerpo más de 48 horas. Además, tiene que ser compatible con el receptor. Si alguien te quita ahora un riñón, ¿a quién se lo pones en menos de 48 horas? Es difícil. Ahora, cuando me puse investigar sobre China, me topé con que, claro, la única manera de hacer esto es tener a tu disposición una cantera humana a la que tú previamente has analizado: sabes grupos sanguíneos, compatibilidad y demás. Entonces, extraes un órgano a una persona que no necesariamente es un delincuente, basta que sea un opositor al sistema comunista china, y se lo vendes a un receptor compatible. Por eso China tiene el récord de rapidez a la hora de trasplantar un órgano. Uno solicita un órgano un día y a las 78 horas está trasplantado. Eso no pasa en ningún lado. Solo es posible porque tienen una cantera humana de opositores al régimen, de minorías raciales… En España, te mueres. Tienen muy buen sistema de trasplantes, pero igual mucha gente muere en la lista de espera.
Claro. ¿Pero tú no has tenido ninguna experiencia cercana con este mundo o con el mundo del encierro?
Sí he dado clases en cárceles. Puede que un poco saliera de ahí. No eran condenados a pena de muerte porque ellos están en aislamiento total, pero sí vivían ciertas atrocidades, aunque no como los de pena de muerte. Imagínate que a los condenados a pena de muerte les dan cursos sobre cómo llevar su vida afuera cuando igual los van a matar… Es totalmente sádico. He visto cómo son tratados los presos comunes. La mayoría son afroamericanos y latinos, en ciertas cárceles en Estados Unidos. Son tratados ni siquiera como animales, sino como basura. Incluso a mí me trataban duro. Venía un guardia y yo realmente sentía que me iba a pegar. No se puede tocar a nadie adentro. Eso es parte de la tortura. Que no te toque nadie durante cuarenta años… Evidentemente hay algunos que provocan peleas simplemente para sentir el roce. Es muy duro. Por no hablar de toda la gente que fueron ejecutados a pesar de que se ha demostrado que eran inocentes.
Entonces, ¿nunca has atravesado un período de encierro?
No, hombre, aunque yo creo que lo atravesaré… porque como está el mundo… (ríe). Voy a terminar algún día encerrada si no me callo la boca…
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