En esta ocasión conversamos con Augusto Tamayo, el director de la recién estrenada “La herencia de Flora”, quien nos habla de sus múltiples intereses, su próxima película y el papel del cine al servicio de la identidad colectiva y personal.

Por Ariana Cortez

Tratar de encasillar a Augusto Tamayo bajo una sola etiqueta es un trabajo complicado. Comenzó estudiando arquitectura, luego se cambió a literatura y después se fue dos años a Londres para estudiar cine. Ninguno de estos cambios nacen de la indecisión o el cambio de interés de una materia por otra. “No hubiera podido vivir tranquilo en un solo camino”, nos cuenta. La identidad siempre está en el centro de la conversación cuando se trata de él, sea por la exploración que hace de esta a nivel colectivo a través de un trabajo de dirección que interseca en su visión la historia y el arte, o por la fluidez con la que fluctúa entre sus papeles de cineasta, arquitecto, poeta e historiador, siempre teniendo en mente que es la suma de todas sus máscaras.

Augusto Tamayo

“A mí me interesó apretar mucho. Si poco abarqué, no me importa.”

¿Eres poeta, director, arquitecto e historiador todo el tiempo?

Bueno, regular, pésimo, espantoso, notable, una infamia, pero sí lo soy. Soy todo eso todo el tiempo. Para mí está bien, para los demás no sé. Yo descubrí temprano que lo que a mí me entretiene es producir. Cuando era joven, era el aburrido entre mis amigos, porque no me interesaba mucho la fiesta o emborracharme.

¿Nunca haces algo que no te gusta?

Creo que no. He hecho cosas que no eran de mi primer agrado, por ejemplo, publicidad. No es que me desagrade, pero no ha sido mi primer agrado. Era algo que yo podía hacer con el conocimiento que tenía. Me salió más o menos bien, por eso tuve aproximadamente 20 años vigente. También fue el mejor momento económico para mí. Fue una cosa que hice porque era necesario, pero no la hice no queriendo. Mi mayor éxito ha sido mirar hacia atrás y ver que estoy contento con lo que he hecho.

Ahora estás haciendo una película sobre José María Eguren, un personaje monumental de la literatura peruana ¿Por qué?

Bueno, monumental no sería la palabra que le gustaría, porque tenía el espíritu más opuesto. Es monumental en cuanto a su grandeza poética. A mí me interesó porque es un buscador de la belleza, y todos mis protagonistas son buscadores de algo. Buscan la experiencia mística, la reivindicación social, el conocimiento. Eguren es un gran símbolo de la búsqueda de la belleza a través de la palabra y las imágenes que construyen mundos mágicos, líricos, etéreos, nostálgicos y melancólicos. Esta búsqueda se interseca con realidades que lo perturban, contradicen y lo niegan. Para la película he armado un personaje con datos y rasgos similares a Eguren, pero lo he colocado en una historia ficcional.

Claro, y Eguren también tenía gustos que abarcaban varias disciplinas. Además de ser poeta era fotógrafo y pintor

La poesía, la fotografía y la pintura forman parte de la historia. Decidí iniciar la película con este espíritu trágico que desarrolla en varios poemas. Comienza con Eguren en un casa en Barranco durante el velorio de una adolescente fallecida. Allí explora la sensación de la pérdida absoluta que significa la muerte de una persona joven. La desolación y el sinsentido se sienten mucho en esta escena.

Augusto Tamayo

“La literatura fue uno de mis primeros gustos culturales, porque crecí en la biblioteca de mi padre.”

 ¿Y tú qué buscas?

Mi búsqueda ha sido la de crear. Producir. Esa ha sido mi búsqueda. He escrito literatura, historia, genealogía, he hecho cine, he investigado la ciudad de Lima y he realizado una obra arquitectónica. La arquitectura no la ejercí porque es una actividad que demanda absorción y fidelidad total. Sin embargo, me dije ‘no puedo declarar que me gusta tanto y no diseñar al menos una casa’. Entonces diseñé una casa de campo mía más allá de Chosica. Esta ha sido mi búsqueda, y ha sido la búsqueda de mis antepasados. Mi bisabuelo fue un ingeniero, constructor de ferrocarriles.  Mi abuelo fue un buscador de la comunicación. Primero construyó caminos en la selva y después desarrolló la radiotelegrafía. Mi papá fue un buscador en todo el área de la cultura, en el fomento y en la producción de cultura peruana, investigación.Todos han tenido propósitos que escapan el interés puramente personal. Yo soy cineasta, pero en la misma medida en la que me interesa el cine, me interesa la literatura, la historia, los temas de mi editorial, historia, literatura y la genealogía.

Claro, al final en el fondo de todas las personas que se interesan por las artes, hay una sensibilidad que suele bifurcarse en varias disciplinas y cada una te da una herramienta de expresión distinta ¿no?

De expresión y de experiencia de vida. No hubiera podido vivir tranquilo en un solo camino. Hay un refrán contrario que dice el que mucho aprieta, poco abarca, que significa que el que mucho pretende, poco logra. A mí me interesó apretar mucho. Si poco abarqué, no me importa.

¿Qué experiencia te da la poesía que no te da el cine y qué experiencia te da el cine que no te da la poesía?

Hay dimensiones de los dos que son absolutamente idénticas y hay dimensiones que son completamente distintas. Uno es un medio de comunicación masivo, poderoso y gigante que demanda de un trabajo creativo en equipo y de un nivel alto de esfuerzo físico, enérgico, temporal, y produce resultados que son grandes. Para hacer cine tienes que saber desde cómo conducir un equipo, de psicología humana, de artes visuales, literarias, narrativas, dramáticas, poéticas, y después tiene uno que saber algo de ventas y negocios. Tiene tantas exigencias que lo hace apasionante. Entre más complicado es el reto, más interesante me parece. La poesía en cambio, es una cosa absolutamente íntima. Está uno totalmente envuelto en sí mismo, en su cerebro, en su cultura, en sus sentimientos. Visión del mundo tienen ambas, y es algo que he tratado de construir, porque me di cuenta que o te la construyes tú o te la construyen los otros.

Augusto Tamayo

“Yo adopté el hippismo. No me puse pantalones floreados, ni hice el signo de amor y paz, pero sí asumí conscientemente que iba a ser un free spirit.”

Hay un afán de conectar la historia y el cine, ya hemos mencionado esto, pero ¿tú crees que hay una relación entre cine y memoria histórica?

Por supuesto, de varias formas. Primero, es que con el tiempo las películas se vuelven documentos históricos. La otra forma, que han utilizado muchos cineastas peruanos, es tener un ojo de periodista y hacer una película tipo crónica sobre algún acontecimiento contemporáneo importante para que quede como memoria y funcione dentro de la construcción cultural de una comunidad. La tercera, que es la que yo he hecho, es funcionar como el historiador, que consiste en investigar, reconstruir y recrear momentos de nuestra historia, obviamente a partir del interés personal y la manera subjetiva de entender las cosas. De esta forma, el conflicto, drama y la historia del personaje protagónico retratan un momento que puede definir algún rasgo de nuestra personalidad o identidad colectiva. Entonces, el cine está al servicio de la memoria colectiva y personal.

Para escoger el evento que quieres retratar o el personaje que quieres retratar hay un criterio detrás  ¿Tú crees que hay ciertas personas, ciertos eventos, que tenemos que recordar con más urgencia que otros?

Sí, pero lo que más me mueve es el tema de la identidad. Por eso me interesa la genealogía, la historia, la epigenética. Lo primero que me gustaba decirle a los actores es que tienen que conocerse a sí mismos, porque de ahí van a extraer el material para actuar. Es importante la indagación introspectiva de tu propia identidad para ponerla al servicio de un propósito creativo. A mí me apareció la preocupación por la identidad temprano, a los diez me preguntaba de manera un poco infantil ¿Por qué yo era yo y no era otra?. Eventualmente empecé a encontrar mi identidad en todo lo que leía. Entonces, detrás de todo lo que hago está la identidad colectiva y personal. Hay un poquito de mí cuando escribo sobre San Isidro, o La Victoria, o San Miguel, o sobre Ricardo Palma, o sobre el cine peruano, o sobre lo que sea, o sobre el bicentenario de la sublevación de Cela, yo estoy un poquito. Yo encuentro la forma de estar.

Tamayo durante la producción de “Anda, corre, vuela” junto a Lolita Ronalds y Alberto Benavides.

¿Y poner algo de ti en un medio que se reproduce masivamente no te hace sentir vulnerable?

Mi propósito ha sido no serlo. En todo caso, y se los digo a mis alumnos, lo primero que tienen que hacer es volverse, no invulnerables, pero sí con su armadura ante el embate del mundo, porque el mundo tiene la extraña pretensión de querer destruirnos a todos siempre. El director es una figura de peso y autoridad, es el que dirige al resto del equipo. Es como el capitán de un comando que tiene que tomar un cerro en medio de una batalla o el director de una orquesta. Para ser director tienes que construir tu carácter. Cuando tenía 22 años y estrené mi segundo corto, Presbítero Maestro, y un crítico comentó “Según su tema, este joven cineasta, para el cine, ha nacido muerto.” Mientras se lo leía a mi papá sentí el golpe. Él me dijo que si seguía siendo cineasta me iban a decir cosas iguales o peores, y que si voy a estar en las manos de lo que los demás opinen, es mejor no hacer nada. Me preguntó si yo quería seguir siendo cineasta, y le respondí que sí. Ahí me di cuenta que la creación es un compromiso con tu propio trabajo.

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