Conoce “Carrizo: gestar la vida”. La joven artista, Alejandra Ortiz de Zevallos, conversó con nosotros sobre su más reciente muestra, en la que explora la relación entre el cuerpo, la vida y la naturaleza

Por Ariana Cortez

“A lo largo de los años, he ido entendiendo más dimensiones de la planta y la razón por la que le puse el título de gestar la vida es porque en realidad me ha dado mucho conocimiento y ha posibilitado muchos encuentros con otras personas en distintos lugares”, nos cuenta Alejandra Ortiz de Zevallos. El contacto con el tejido inició cuando era chica y aprendía la técnica de las mujeres de su familia. Así nació una vocación por las artes que se terminó de forjar en la carrera de Escultura en la Facultad de Arte y Diseño de la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde ganó el premio Winternitz. Además, es miembro del colectivo entre-ríos, conformado por múltiples artistas contemporáneos de Latinoamérica. En esta nueva muestra, teje la planta de carrizo usando la técnica ancestral del q‘eswa. Actualmente, su exposición “Carrizo: gestar la vida” se encuentra en el museo Amano hasta el primero de agosto.

Carrizo: gestar la vida

“[El carrizo] me remite a esa capacidad de gestar más vida, de reproducir, de multiplicar, de crecer”

Tu proyecto se llama Carrizo: Gestar la Vida. ¿Por qué ese título?

El nombre nace de una reflexión a través del proceso de conocer la planta del carrizo. El carrizo es una planta que crece en todo el mundo, siempre cerca del agua, de ríos o de humedales. Nunca vas a encontrar un carrizo solo, siempre se presentan en comunidad. Sus raíces tienen una estructura de estolones, que son raíces gordas que forman una red que conecta a un carrizo con otro. Yo descubrí esta planta hace 5 años más o menos, cuando estaba investigando el río Surco. Me llamó la atención, porque verla era un indicador de por dónde pasaba el agua. Más adelante, a través de un proyecto, me invitaron a Cusco y pude aprender la técnica de la q‘eswa, que es básicamente  hacer una soga con las manos. En Cusco lo hacen con el Ichu. Entonces, yo hice lo que había aprendido, pero con carrizo, porque en la costa no hay Ichu. A lo largo de los años, he ido entendiendo más dimensiones de la planta. La razón por la que le puse el título de gestar la vida es porque en realidad me ha dado mucho conocimiento y ha posibilitado muchos encuentros con otras personas en distintos lugares. Me remite a esa capacidad de gestar más vida, de reproducir, de multiplicar, de crecer.

Entonces para ti es importante la relación entre el humano y su entorno natural en las artes

Sí, creo que hay momentos en que nos olvidamos o no somos muy conscientes de cómo lo que está en nuestro alrededor influye en nosotros y cómo nosotros influimos en ello. Esa es una dinámica que siempre está activa, solo que, como a veces no es tan evidente a los ojos, nos distraemos con otras cosas.

¿Y cómo fue el proceso de aprender a tejer con esta técnica tradicional?

En el 2020, me invitaron a desarrollar una pieza para la exposición de Khipu del Mali, que involucre fibras vegetales y conocimientos tradicionales, y a trabajar con la comunidad Kacllaraccay en Cuzco para la elaboración. Yo tenía en mente la referencia, que casi todos los peruanos tenemos, del puente Q’eswachaka y sabía que el ichu era una fibra confiable que se podía trabajar. Cuando iba a la comunidad Kacllaraccay, pregunté si había alguien que nos podía enseñar la técnica, y dimos con Santiago Pilco. Era el único que la sabía. Por suerte, nos la pudo enseñar a todos y pudimos crear las cuerdas en equipo.

 

Carrizo: gestar la vida

“Cuando alguien te acerca esa mirada biológica, te das cuenta que todo es un cuerpo”

Hay algunas piezas en tu muestra que nos remiten al cuerpo. ¿Crees que hay una relación entre este y el carrizo?

Sí, he trabajado de cerca con un biólogo que me explicó cómo funciona la estructura interna del carrizo, porque también es una planta bioremediadora de agua. Tiene la capacidad de sustraer metales y absorberlos a su cuerpo, raíces, tallo y purificar el agua. Cuando alguien te acerca a esa mirada biológica, te das cuenta que todo es un cuerpo. Las plantas también tienen un sistema de crecimiento y reproducción,  pero también de solidaridad, porque esta capacidad que tiene la planta de purificar el agua finalmente contribuye a todo un ecosistema. Ver esas relaciones interdependientes y colectivas ha influido en las piezas que he creado.  No solo con las esculturas de carrizo, también los dibujos o los trabajos en gaza y en algodón que tienen formas que se asemejan a organismos que están creciendo o naciendo, que no necesariamente es específico o de una planta, ser humano o un animal, sino que pueden ser un punto transitorio de cualquier ser vivo, algo que está en un proceso de gestación.

En el texto curatorial, con respecto al trabajo con carrizo se hace la pregunta ‘¿qué transformará en nosotros al colocarla entre nuestras manos y entrelazarla una y otra vez?’. En tu caso, ¿pasaste por una transformación al hacer esta muestra?

Sí, ha sido una transformación conducida por los aprendizajes que iban surgiendo en cada paso. Nunca me imaginé que lo que me enseñó Santiago me iba a llevar a donde estoy ahora. También aprendí a confiar en el proceso. Un material te puede enseñar mucho, porque cuando trabajas con él vas conociéndolo de a pocos, identificas lo que el material te pide y a donde te lleva, es como una colaboración. Hay cosas que nunca vas a poder hacer con ese material y otras cosas que sí. Entonces, el resultado es una transformación que ha sucedido en mí gracias al material con el que he trabajado y el trabajo con otras personas. Algo que he identificado es que mientras usas esta técnica tan sencilla haces una pausa para ir un poco más despacio y de nuevo escuchar.

Carrizo: gestar la vida

“El resultado es una transformación que ha sucedido en mí gracias al material con el que he trabajado y el trabajo con otras personas”

¿Tu interés surgió a partir de la muestra de del MALI o es algo que vienes trabajando desde hace un tiempo?

Desde antes tenía una sensibilidad por tejer, lo aprendí desde chica. Cuando estudiaba Arte, siempre que tenía algún material me daba cuenta que lo empezaba a tejer, sea crochet o con lo poco que había aprendido a telar.  Fue y sigue siendo un descubrimiento conocer lo que tenemos en Perú en cuanto a artes textiles. Cada técnica tiene una historia con un lugar, cosmovisión, abstracción y una forma de utilizar los recursos.

Tú cosechaste tu propio carrizo para las esculturas. ¿Cómo fue el proceso de cosechar tu propio carrizo?

 Conformé un equipo con Rosana y Maribel Molina Palacios, y sus hijas Kiara y Valery, con quienes ya había trabajado antes como apoyo en proyectos textiles. Fuimos al río Mala y al Lurín, y cosechamos las hojas, las secamos y luego las torcimos. Después, cuando ya estuvo lista la soga, empezó el proceso de creación de las esculturas, que en algunos casos fue con técnicas de crochet anudado y también de entrelazado como cestería. El proceso ha sido interesante, porque el ecosistema cambia según la temporada y aprendimos a trabajar con eso. En total fueron tres cosechas, sembradas entre septiembre y febrero, siempre trabajando las esculturas en paralelo.

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