Alberto Fuguet publicó este año “Ciertos chicos”, una novela que explora el surgimiento de la contracultura durante la época de la dictadura de Pinochet en Chile. En esta ocasión, hablamos del pop y cómo de su obra nace un diálogo cultural entre los años ochenta y la actualidad.
Por Ariana Cortez
Es 1986, un grupo de guerrilleros fallan un intento de asesinato a Pinochet; en Santiago, Edward Kennedy llega para reunirse con los opositores del régimen; en Inglaterra, New Order publica su cuarto disco «Brotherhood». En este contexto, la narración de Alberto es una cámara que decide enfocarse en la contracultura como un refugio para toda una generación de jóvenes que quieren experimentar la efervescencia de la juventud a pesar de la violencia. «Ciertos chicos», el nuevo libro de Fuguet, además de ser una carta de amor a la contracultura, nos recuerda que en las artes se gesta una guerrilla de resistencia y celebra todas las libertades que se han ganado desde entonces.
En “Ciertos chicos”, la cultura New Wave aparece como un espacio de resistencia y de liberación en un contexto histórico superasfixiante. Ahora, muchas décadas después, la realidad es distinta, aunque la dictadura de Pinochet ha dejado su sombra en la Constitución. ¿Cuáles son los espacios de resistencia de este nuevo contexto histórico?
Me atrevería a decir que es la existencia de algunos espacios análogos. “Ciertos chicos” es un libro sobre el ahora también. Tomás y Clemente son personas del futuro viviendo en los ochenta. Me inspiré cuando estaba grabando mi película “Cola de mono”. Los actores interpretaban a chicos de los ochenta, y cuando no estaban filmando estaban en el teléfono, tenían los miedos miradas y opciones del siglo XXI. Eso me llamó la atención. Quise mezclar ambas cosas. Si nos centramos en el ahora, creo que hay un casi fetichismo por lo análogo. Por ejemplo, hacer fiestas o tocadas. Incluso sexualmente, todavía hay lugares secretos de encuentro en las ciudades, como ocurría en los setenta. La gente no solo quiere experimentar la virtualidad. Incluso hay algo de resistencia en no estar en redes sociales, no creer que todo está en crisis, no seguir minuto a minuto lo que sucede en la convención republicana en Estados Unidos, por ejemplo. Hay que salirse de los likes y creer que la vida es otra cosa.
Es muy pesimista decir, entonces, que lo análogo ha muerto.
Es muy pesimista decir eso. Yo creo que lo análogo está acá. Ve a Polvos Azules, por ejemplo, y hay discos. La gente ahora compra vinilos. Sin ir muy lejos, ve mañana a la Feria del Libro y verás que los libros se están vendiendo. Los números han sido nefastos para lo digital. Muy poca gente lee literatura en formato digital; lo usual es usar ese medio para leer cosas de negocios u otro tipo de textos. La gente a la que le gusta la literatura es cada vez más, y esto no me lo esperaba. Yo nunca pensé que el mundo literario fuera como el que está ahora.
¿Y por qué escribir “Ciertos chicos” ahora?
Creo que hay algo circulando en el aire. No pude escribirlo antes, era una deuda. Tenía pudor por lo sentimental. La gente piensa que el pudor venía de escribir una historia sobre chicos gays, pero en realidad es porque son chicos frágiles y tiernos. Es muy fácil reírse de este libro. Se puede criticar mucho su sentimentalismo. En el mundo literario, los escritores le temen mucho más a los sentimientos y a las emociones que a la intelectualidad. El mismo Vargas Llosa nunca ha mostrado una emoción en su vida. El problema verdadero de Vargas Llosa con el tiempo, me parece, es que hay muy poca emoción, y cuando la hay, es de venganza, ira y poder. A excepción de “La tía Julia y el escribidor”, las mujeres no existen o son prostitutas. “Ciertos chicos” es más Reynoso que Vargas Llosa.
En algún momento, el pop para ti fue oponerse al statu quo del realismo mágico y al boom. ¿Cómo se posiciona ahora el pop?
Bueno, me llama la atención que estamos a puertas del estreno de “Cien años de soledad” en Netflix. I rest my case, como se dice en inglés.
O sea, triunfó el pop
Me parece raro y a la vez inevitable y lógico. Quizá es ahí donde está realmente el poder o la cultura. No he visto la serie todavía, pero probablemente se va a demostrar que es mucho más melodramática de lo que uno cree. Es mucho más parecida a una telenovela. A mí nunca me ha dado miedo el pop, digamos. Al revés, me parece un refugio my importante. El pop es cultura. Si estamos hablando de Mario Vargas Llosa, es porque él también es pop. El escándalo de Alice Munro la hace doblemente pop. El pop es lo popular. Todo el mundo sabe, por ejemplo, de Elton John, y así no sepas de él, sabes de su música, porque has visto “El rey león” en algún momento. En el pop, muchas veces uno no sabe que sabe.
Claro, el pop ha hecho que estas figuras sean prácticamente ubicuas, que estén en todas partes.
Sí, siempre están. Aunque en mi libro se relata cómo había una lucha para que no existan. Había un grupo que pensaba que figuras como Madonna, Boy George o los Pet Shop Boys iban a desaparecer. Cuando yo empecé a escribir, algunos pensaban que yo era un escritor de moda que iba a desaparecer. Yo creo que se equivocaron. Yo creo que estoy en un momento, el libro sale en un momento en el que tiene que haber salido. Yo creo que el libro hubiera sido muy rechazado y muy odiado y muy no entendido si hubiera salido en el 86, a lo imposible.
O sea, ¿tú crees que eres un escritor para la sensibilidad y no para la intelectualidad?
Sí, yo creo que todos los escritores deberían ser emocionales. Dicho eso, no porque uno sea emocional no puede ser otras cosas también. Al final, uno puede ser emocional y político a la vez. Un alumno mío hizo su tesis sobre una novela de rap, y le comentaron que escribía sobre cosas banales que a nadie le interesaban. Lo mismo que me decían a mí hace tres décadas. Cada veinte años aparece alguien que cree que tiene que cuidar la cultura.
¿Cuáles son los guardianes de la cultura? ¿Los tenemos que impugnar?
El fascismo está muy interesado en apretar, porque la cultura siempre es disidente, en todos los sentidos, siempre cuestiona y siempre opina. Los totalitarismos ideológicos también son un problema. A mí no me han censurado en tiempos de dictadura, pero sí he sido castigado por locuras ideológicas. Por ejemplo, con “McOndo” fui duramente criticado. Recién estoy saliendo de la cárcel de la academia. Para ellos, ¿cómo pude haber insinuado que existía un mundo distinto al de Gabriel García Márquez? Hoy, por ejemplo, creo que el feminismo está duro y ha cometido excesos, y sobre todo, los guardianes de la cultura siguen siendo los editores preocupados porque los libros no estén contaminados, los que dividen a los lectores en cultos e importantes, y no importantes e incultos, los que piensan que los booktubers no son importantes y solo hay que escuchar a los críticos. Sin embargo, creo que no vale la pena mencionarlos, porque creo que ya perdieron.
Claro, al final, sentimos en un contexto político e histórico.
Yo creo que sí. Yo creo que en este libro quería ser emocional. El libro surge a partir de que me pregunto si puedo escribir una novela juvenil. Me di cuenta de que mis alumnos, especialmente las chicas, leían novelas de este tipo y a Jane Austen. Leí algunas y no me gustaron; me pareció que les falta prosa y experimentación. Sin embargo, me gustó el corazón y que conectaba con los lectores. Un día anoté en una libreta como premisa “Jane Austen para chicos”. Además, me di cuenta de que la gente se olvida que los chicos no siempre son los malos de la historia. Está bien intentar reinvindicar a los hombres, quienes se encuentran en un mal lugar. Los hombres también son humanos, pueden querer, lloran y son sensibles.
¿Tú crees que hay un estigma del hombre?
Probablemente muy merecido. Hay muchos que no tienen emociones o no saben manejarlas, pero a mí siempre me han interesado los hombres como personajes con algún grado de fisura y fragilidad. Creo que todos mis personajes son así, desde “Mala onda” hacia adelante.
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