El reconocido pintor trujillano, fundador de la Bienal de Arte de Trujillo y del Museo de Arte Moderno, falleció a los 87 años dejando un legado clave en la plástica latinoamericana y en la gestión cultural del norte del país.
Por: Redacción COSAS
El artista Gerardo Chávez, figura central del arte moderno en el Perú y fundador de instituciones culturales de referencia como el Museo de Arte Moderno de Trujillo, falleció a los 87 años. La noticia fue confirmada por el Museo del Juguete, espacio emblemático que él mismo impulsó, a través de un comunicado oficial.

Gerardo Chávez (Trujillo, 1937 – 2025).
Chávez dedicó su vida a expandir los horizontes de la creación artística y a transformar su ciudad natal en un eje cultural del país. “Sembró instituciones, abrió caminos y transformó el paisaje cultural de su ciudad natal, Trujillo, convirtiéndola en un polo artístico vital del país”, agregó el pronunciamiento.

Comunicado oficial a través de las historias de Instagram del Museo del Juguete.
Pintura, gestión y comunión creativa
Desde su niñez en Paiján, donde colaboraba con un carpintero escribiendo nombres con purpurina en ataúdes, la sensibilidad de Gerardo Chávez encontró una vía natural en el arte. En más de seis décadas de trabajo, su obra —marcada por resonancias míticas y una exploración constante de la memoria colectiva— fue exhibida en galerías de Europa y América, convirtiéndose en parte esencial del patrimonio visual peruano.
En Antes del olvido, su reciente biografía escrita por María Laura Hernández de Agüero, el propio Gerardo escribió una reflexión sobre la muerte:
«Hasta el último suspiro»
A veces me pregunto si hubiera podido vivir una vida distinta a la que elegí. No lo creo. En la adolescencia me tracé una meta y nada podía oponerse a esa voluntad. He vivido grandes dificultades y asumido todos los riesgos. Lo que he conseguido en la vida lo he logrado con mi esfuerzo. La vejez es el único obstáculo que no voy a poder vencer. Lo que me apena es estar en plena forma y saber que la vida se me acorta. Sucede que mientras más camino, más descubro, y vivo con la sensación de que todo está por completar.
He reflexionado mucho sobre la muerte. Vida y muerte son para mí la misma cosa. Pienso que tocaremos realmente la vida en el momento de morir; por eso no le temo al fin; a lo que le temo es a la inactividad y a la pérdida de facultades. Amo la vida y pienso trabajar hasta el último suspiro. Tengo todavía mucho por hacer; proyectos por realizar, como el complejo cultural en Trujillo y una sede del Museo del Juguete en Lima que se formará con parte de las casi cinco mil piezas que tengo dispersas en mi taller y en mi casa en Lima. Otro de mis proyectos es llevar retrospectivas itinerantes de mi obra a México, Estados Unidos y Canadá. También quisiera trabajar una gran escultura pública. Será una obra de unos cuatro o cinco metros, trabajada en acero, inspirada en El hombre que camina de Giacometti, un gigante que lanza sus pasos hacia delante. Esa es mi filosofía; que el hombre, a pesar de las dificultades, siga andando, mirando hacia el futuro, y más aún en un país como el Perú, dividido, golpeado por décadas de corrupción y una pandemia que ha visibilizado problemas que históricamente fueron dejados de lado.
También exploro unos de los más antiguos temas de la humanidad: la soledad e incomunicación en una civilización que se ahoga en el cemento, alienada por lo material y lo tecnológico. Probablemente, no tuve la vida perfecta para un niño, pero fue la propicia para crear. Tuve la suerte de crecer en contacto con la tierra, de observar el nacimiento del sol y sentir el olor a tierra húmeda. Pude ver el crecimiento de una fruta, o la forma como una gallina pone un huevo. El hombre siempre está solo, pero es en soledad cuando descubre la belleza. Recuerdo lo que Matta me dijo cuando lo visité por primera vez en su taller en París en 1963: «No se trata solo de pintar. Debes tener conciencia de lo que haces. Estar a la altura de tu obra para que la belleza no te sorprenda y tengas una respuesta para ella». Esas palabras no han perdido vigencia para mí.
Sigo en la búsqueda, vuelvo al inicio, a mis primeros recuerdos, mis primeras emociones. Mi vida ha cambiado mucho. Ya nada es como antes, pero me reconozco en ese niño que fui. Me acerco a él con una especie de amor; juego con él, pinto con él y juntos vamos cerrando el círculo. No sé cuánto tiempo van a durar mis obras cuando ya no esté; eso no tiene importancia. Todos esos objetos a los que he dedicado mi vida algún día desaparecerán. Permanecerá la esencia de mi entusiasmo. Al final, me queda la satisfacción de haber sido un hombre libre y responsable de su propio destino.

En sus propias palabras, la muerte no significaba una despedida: “Lo que me apena es estar en plena forma y saber que la vida se me acorta. Permanecerá la esencia de mi entusiasmo”.
Un gestor cultural incansable
Rochi del Castillo, gestora cultural y directora del Museo Pedro de Osma, compartió con COSAS un testimonio íntimo sobre Gerardo: “Es de los pocos artistas que ha puesto de lo suyo por su comunidad y, más allá, por el Perú y por su Trujillo querido.”
Conocía a Chávez desde la infancia, pero su relación se estrechó en los últimos años gracias a su cercanía con Gerardo, el hijo del artista: “Ha sido un padre excepcional, hacia Gerardito, hacia su trabajo y hacia iniciativas que siempre significaron construir escena en el arte peruano”.
Rochi subraya que Gerardo no solo dejó obra, sino también estructuras institucionales sólidas: “Ha dejado dos museos para el Perú, el Museo del Juguete y el Museo de Arte Moderno Gerardo Chávez. Es una tarea inmensa que ahora va a tener que continuar la fundación que lleva su nombre, con su familia a la cabeza”.

Rochi del Castillo conocía a Gerardo Chávez desde la infancia, por la amistad entre el artista y su padre.
Y destaca una dimensión poco reconocida: su capacidad de pasar de la creación individual a la gestión cultural de largo aliento: “El esfuerzo que hizo con las bienales demuestra esas capacidades únicas que tenía para quitarse el sombrero de artista y ponerse el de gestor. No es nada fácil”.
También evocó su calidez humana: “Gerardo ha sido una persona sumamente cariñosa y generosa, de esas personas auténticas. Siempre estaba dispuesto, decía: ‘¿Y ahora? Ahora es que más’.”
Rochi concluye su testimonio con un llamado a mirar su partida como afirmación de vida: “Sé que son momentos difíciles para todos, pero hay que celebrar su vida y que hoy ya esté en Dios”.
Una amistad entre París, la pintura y la pachamanca
Vicky Pareja, amiga cercana de Gerardo Chávez desde los años 70, lo conoció en París, cuando él ya era un artista reconocido en el auge del boom latinoamericano. “Tenía un taller apoyado por el Ministerio de Cultura francés y vivía a dos cuadras del café Morvan, donde se reunía con escritores, músicos y artistas como Matta, Lam o Neruda. Gerardo era parte de ese circuito”.
La amistad creció en torno a la música, el teatro y la vida cultural del Barrio Latino. “Era un excelente anfitrión. Recuerdo un concurso de quién comía más ají. Empatamos”, dice entre risas. Más adelante, ya en Lima, Vicky fue testigo de su capacidad para convertir objetos cotidianos en arte. “Un día pasó un carretillero con juguetes viejos y él empezó a pintar. Soñaba con poner un carrusel real en su museo, algo que conectaba con el trabajo psicológico de Bibiana, su esposa, y con su idea del arte como espacio de memoria y juego”.
Destaca también su obra monumental La procesión de la papa, que vio en su exposición por los 80 años en el Museo de la Nación. “Sentí el mismo impacto que cuando vi el Guernica en Madrid. Esa pintura es un homenaje a nuestras raíces, a la papa como símbolo ancestral”.
Para Vicky, Gerardo fue una “fuerza telúrica”: “Tenía una energía vital inmensa, una alegría de vivir contagiosa. Lo más grande que deja, además de su obra, es lo que sembró en Trujillo: un estímulo real y sostenido para los jóvenes artistas. Eso no desaparece”.
El grupo de amigos que lo acompañó hasta el final aún se mantiene unido. “Nos llamamos Pachamanca a la olla. Cuando él enfermó, le enviamos una foto con un retrato suyo que pinté. Decíamos que éramos los devotos de Gerardo”.
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