El matrimonio indígena transforma la memoria ancestral de sus pueblos en pintura y escultura. En entrevista con COSAS, comparten cómo sus obras conectan generaciones, territorios y culturas al visibilizar la cosmovisión huitoto, integrar saberes comunitarios y transmitir la espiritualidad que sostiene a sus comunidades
Por: María Jesús Sarca Antonio
La selva nunca está en silencio. Sus sonidos, sus historias y su fuerza inspiran la obra de Santiago Yahuarcani, descendiente del clan Aimen+ (o Garza Blanca) de la nación Huitoto, y Nereyda López, de ascendencia tikuna y cocama. Desde su casa-taller en Pebas, a orillas del río Ampiyacú, la pareja de esposos teje un universo creativo donde cada pintura y escultura nace de la observación del monte, de los sueños y de los relatos transmitidos.
En este entorno, el arte funciona como memoria y como diálogo. Santiago explica que preservar este conocimiento es esencial. “Nuestra responsabilidad como artistas indígenas es muy complicada. Nosotros tenemos la misión de preservar, de guardar el conocimiento de nuestros abuelos, de nuestros ancestros”.

«Queremos que el público entienda que nuestras obras no sólo son colores y formas bonitas», sostiene el matrimonio.
Santiago menciona que su obra se distingue por crear con una visión colectiva: “La individualidad que tiene el arte occidental es que cada uno crea y se siente dueño de ella. No hay alguien o algo que lo ordene o reglas que cumplir”. En su tradición, en cambio, los saberes se comparten entre todos los miembros del clan y se transmiten de generación en generación, asegurando que la memoria viva del pueblo continúe.
La creación en familia refuerza esta perspectiva comunitaria. Santiago recuerda que en su hogar “surge el trabajo compartido, el respeto por los conocimientos heredados y el compromiso de hacerlos llegar a quienes vienen después”. Así, cada obra es un acto de resistencia frente al olvido y a la invisibilización.
Comunidad, memoria y naturaleza
Nereyda complementa esta visión con su enfoque espiritual. Su arte está tejido a la vida y a la naturaleza. Cada pieza que crea abre un puente hacia quien la observa. “Cuando mi obra entra en ese espacio urbano me permite abrir una conversación”, dice, subrayando que la creación busca ser entendida. Cada semilla, raíz y tinte tiene un significado profundo: el achiote representa vida y protección, la chambira encarna el vínculo con el bosque, que protege y sostiene a la comunidad.
La exposición de sus obras también invita a reflexionar sobre la apropiación cultural. Santiago reconoce que la utilización de símbolos indígenas por artistas externos puede resultar problemática: “Pienso que es un robo. La apropiación ilícita que tiene el artista de nuestros símbolos, de nuestra cultura, de nuestras imágenes”. Para él, solo quienes nacen y viven en el seno del grupo tienen el conocimiento completo para transmitir esos significados.

Artista visual, escultor, líder y sabio indígena del Clan de la Garza Blanca
Un mundo invisible en la selva
Las experiencias visionarias con plantas y hongos alucinógenos marcan otra dimensión de su obra. Santiago recuerda su primer encuentro con Shimimbro, criatura que hoy habita muchas de sus piezas: “La primera vez que probé estos hongos, comencé a sentir un viento fuerte que venía hacia mí, mientras me rodeaban miles de insectos, y ahí empezaba a escuchar voces que decían: ‘¡Shimimbro!, ¡Shimimbro!, ¡Shimimbro!’” Estas visiones alimentan un universo onírico donde los cuerpos, los espíritus, las formas y los colores se transforman, conectando mundos visibles e invisibles.
Para Nereyda, ser mujer indígena implica un esfuerzo adicional: “Muchas veces se piensa que lo que hacemos es artesanía y no arte. Como mujer indígena me toca luchar el doble. Primero el reconocimiento de mi cultura y luego por ser mujer en un espacio donde todavía hay mucho machismo y muchas miradas externas que nos quieren encasillar”. Sus esculturas y máscaras buscan transmitir la profundidad de la tradición huitoto y abrir un espacio de visibilidad para mujeres artistas dentro y fuera de su comunidad.
Ambos artistas, los dos autodidactas, desean que sus obras comuniquen un mensaje profundo sobre la memoria, la cultura y el entorno que los sostiene. Sus creaciones recuerdan la necesidad de proteger la Amazonía, los territorios indígenas y de asumir una responsabilidad ambiental que dialogue con los saberes ancestrales y los ciclos de la naturaleza.
“Queremos que el público entienda que nuestras obras no sólo son colores y formas bonitas. Cada imagen, trazo y material tiene un mensaje, habla del vínculo con la naturaleza y de la necesidad de proteger lo que aún tenemos”, explica Nereyda. Para el matrimonio indígena el arte funciona como mediación entre culturas, entre la selva y la ciudad.
Santiago y Nereyda llevan sus obras a escenarios como “Aimen+” (Museo Amazónico de Iquitos, 2010), “El clan de la Garza Blanca” (Centro Cultural El Olivar, Lima, 2018) y “El Lugar de los Espíritus” (ICPNA Iquitos, 2019). A nivel global, estuvieron presentes en la Bienal de Venecia (2024), la Bienal de Toronto (2024) y la Bienal del Mercosur (2025). Su última exposición “Somos raíces”, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, marca la primera muestra dedicada exclusivamente a ambos fuera del Perú, reuniendo piezas inéditas, como trabajos realizados desde el 2000, y recientes que reafirma que la memoria, la cosmovisión y la espiritualidad indígena pueden dialogar con cualquier público.
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