Próximo a inaugurar su segunda exposición fuera del país, el artista y coleccionista Carlos Llosa me recibe en la sala principal de su casa en San Isidro, un espectacular espacio inundado de arte que da a un patio interior lleno de luz, con un semitecho alto, enmarcado con suculentas, plantas colgantes, cactáceas y demás tipos de cactus, entre los que asoman, en perfecta consonancia, versiones en piedra de cactáceas que él diseñó y encargó tallar a artesanos de piedra cusqueños. Ahí, en el medio, se erige una imponente estructura de madera pulida de la que brotan unas esferas.

El artista posa en su estudio junto a sus piezas “Las tres gracias” (2014) y “PH021” (2014), una de sus piezas características, hecha de portahuevos.

El bosque de los árboles preñados es el nombre de la instalación en la que viene trabajando Carlos y que, pronto, será parte de una futura exposición, pero que, mientras tanto, corona el centro de su patio como si fuera ese su hábitat natural. “El concepto detrás es que, en estos tiempos de cambio climático, devastación de bosques y demás desastres, es importante recordar que las plantas, así como otros organismos vivos, tienden a adaptarse cuando hay condiciones de estrés. A veces, hacen raíces más profundas o botan semillas con más frecuencia como reacción natural para sobrevivir. Estos son árboles que se han visto obligados a auto fecundarse. Están preñados en un esfuerzo ultimo por tratar de defenderse y perdurar”, explica.

Detrás: Sonia Cunliffe, Carlos Llosa y Joaquín Seminario Llosa, nieto de Carlos. Delante: Alejandra Llosa, hija de Carlos, y su hija, Paz Velásquez Llosa; Tadeo Llosa, hijo de Sonia y Carlos; Ximena Llosa, hija de Carlos, y sus hijas, Macarena y Micaela Seminario Llosa.

Pero exponer sus creaciones nunca estuvo entre sus prioridades. “No es que deje en un segundo plano el hacer arte, sino el exponerlo, que es diferente”, precisa. Por eso, después de relegar sus piezas artísticas a la esfera privada durante toda su vida, recién en octubre de 2015, su primera muestra vio la luz: Apertura contó con la curaduría de Gustavo Buntix e inauguró en Callao Monumental, lugar con el que Carlos colabora activamente y donde, además, comparte un singular estudio de arte con su esposa, la artista Sonia Cunliffe. El título de la muestra es una alegoría de su ingreso al mundo de las exhibiciones, que, desde entonces, ya no le es tan ajeno: el artista ha venido exponiendo con regularidad –estuvo presente, incluso, en Art Lima de 2016– y sus piezas han salido ya del territorio nacional para mostrarse en suelo chileno.

Parte de la colección de Carlos Llosa y Sonia Cunliffe. “No se trata de conseguir las piezas más valiosas ni especular sobre su valor futuro. Soy sensible al arte y me gusta tenerlo cerca, no quisiera vender ninguna de las piezas de mi colección nunca”, dice Carlos.

Rutas de exploración fue la primera que realizó en el país vecino. “Esta última muestra, la que tuve en Santiago, en la galería “La Sala”, ha sido una experiencia muy grata. El día de la inauguración, fue mucha gente, incluso el ministro de cultura de Chile y también nuestro embajador allá. Me encontré con varios artistas chilenos que conocía por sus libros y sus obras, y que habían ido a ver mi trabajo con una disposición muy amigable”, recuerda. Producto del éxito de esta, ha sido invitado a exponer nuevamente en Santiago, en marzo de este año.

“TP 1010” (2010), de Carlos Llosa. La pieza está hecha de tubos de PVC, madera, resina, fibra de vidrio y pintura acrílica.

“FG 1019” (2010). Tanto esta pieza como “TP 1010” (2010) continúan exhibiéndose en la Galería La Sala, de Santiago de Chile.

“Mi actividad principal, de la que he vivido, ha sido la de empresario. Pero eso no quiere decir que me considere más una cosa o la otra. El título de artista es simplemente una etiqueta que te ponen. Yo siempre he sentido con necesidad de expresarme artísticamente, solo que antes no consideraba que era el momento de salir a exhibir, sino de seguir experimentando”, explica el afable Carlos. Además, confiesa que su reticencia a exponer tenía que ver, además, con que nunca pretendió vivir del arte y, sobre todo, a que le da mucha pena desprenderse de sus piezas. “Cuando alguien me las quiere comprar, siento como que me van a quitar un hijo”, dice mientras sonríe.

Por Vania Dale Alvarado
Fotos de Víctor Idrogo

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