Es un tributo a los sueños, un viaje onírico por la realidad. Un camino lento y melancólico a través de la desgracia de una familia, que lleva a una despedida final, entre lluvias, arcoíris y la densa sierra peruana. Hablamos de Aya, la historia que ha escrito y dirigido Francesca Canepa, un corto en quechua de menos de diez minutos que permanecerá en el alma de quien lo ve como si fuera una película de tres horas, un silencioso retrato de la realidad en las alturas.
“Ha sido difícil hacerlo”, dice Francesca, “porque tuvimos que realizarlo en muy poco tiempo, con un presupuesto realmente limitado y un equipo pequeño”. Ella vivía en Europa y, en 2015, decidió aprovechar sus vacaciones navideñas para rodar la historia que probablemente le cambiará la vida. “Cuando escribo, tengo las locaciones en mente”, afirma la cineasta. En este caso, “era necesario que el corto se rodara en el Cusco”.
Llevar a cabo los castings en tiempo récord, con personas quechua hablantes que nunca habían actuado, fue una dura tarea que enriqueció aún más el producto final. Destaca la actuación del niño protagonista (Hebert Randy Pillco), cuyo gesto transmite más que cualquier diálogo. Su mirada cuenta una historia que se repite en el país desde su concepción: la del abandono, la enfermedad y la pobreza que muchos optamos por no ver.
Aya, que se presentó en las salas de cine peruanas antes de cada función de El soñador, de Adrián Saba, es un corto impecable, con tomas largas y una fotografía deslumbrante, que no busca moralizar ni dar lecciones, sino mostrar el mágico silencio que acompaña al dolor.
El año pasado fue reconocido con el premio a Mejor Ópera Prima en el Festicorto del Festival de Cine de Lima, acaba de ganar el premio a Mejor Cortometraje Iberoamericano en el prestigioso Festival de Cine de Guadalajara y será exhibido en Cannes. Sin duda, le esperan más reconocimientos.
Por Dan Lerner