Tres días antes de la inauguración de su muestra, Carlos Runcie Tanaka camina entre las dos salas que ya cobijan su obra. Piensa en voz alta y dice que la oscuridad necesita existir para que exista también la luz. Está preocupado por la transparencia de una de las salas, cuyos ventanales dejan entrar una luminosidad que no es usual en una exhibición y que diluye la luz artificial y puntual que acostumbra destacar cada pieza. Sin embargo, tiene sentido que esta vez sea así, porque esa transparencia establece una relación entre la obra expuesta y el espejo de agua y los árboles que rodean al Museo de Arte Contemporáneo: esa visibilidad es parte de una conversación más profunda sobre los elementos de la naturaleza. El agua, la tierra, el aire y el fuego, todo está ahí. El artista se convence.
Runcie Tanaka reconoce una mirada en el tiempo. Jorge Villacorta, amigo suyo y conocedor de su trabajo, es el curador de esta muestra y ha seleccionado las piezas bajo el título de Litoral. El resultado no solo es un cuerpo de trabajo expuesto, sino también una manera de trabajar, reflexiona el ceramista. “Que ha sido durante muchos años muy vehemente y fuerte”, agrega. La obra de Runcie Tanaka es la consagración de los materiales y la transformación del fuego; es la ruptura del oficio y la fragilidad de la pieza, y también de las manos que la forjan. La muestra congrega cerámica de 1988 en adelante, incluyendo tres obras actuales, una de las cuales, a pocos días de la inauguración, está aún en el horno. “Se resiste a salir pero está saliendo”, acota su creador, con una sonrisa comprensiva, paternal: “Es un parto doloroso pero necesario”.
Man with no land
El curador ha privilegiado objetos que comparten un espíritu orgánico y un claro vínculo con el paisaje del litoral que ha sido matriz de parte importante de la obra de Runcie Tanaka. “Siempre le han fascinado las especies botánicas y zoológicas de la franja costera del Perú”, escribe Jorge Villacorta en su texto curatorial. “Los crustáceos y moluscos son especímenes de vida que han inspirado una serie de esculturas articuladas-modulares, además de piezas que, desde 1994, han poblado varias de las instalaciones en las que el artista ha recreado paisajes de la memoria, relacionados con la inmigración japonesa”.
La costa es el paisaje de su infancia. Es su niñez en Punta Hermosa, recogiendo moluscos y conchas; el recuerdo de aquel cangrejo cuyas tenazas le rasgaron la piel y de la ola que lo revolcó, y es Cerro Azul con el obelisco que conmemora la llegada de los primeros japoneses al Perú y una multitud de cangrejos disecados.
Tras abandonar sus estudios en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica, Runcie Tanaka pasó dos años en Japón como aprendiz de maestros ceramistas y cuatro años en Italia, adonde llegó con una beca ganada para estudiar en el Istituto Statale di Sesto Fiorentino. Volvió al Perú a mediados de los ochenta, dispuesto a reconocerse en su país de nacimiento. Su historia personal es contada a través del abuelo británico, el abuelo japonés y las dos abuelas peruanas, “pero uno siempre quiere reconocerse en una porción de tierra, reclamarla”, dice el artista. Cuando era un adolescente escribió una canción a la que llamó Man With No Land: “Un hombre sin lugar –explica ahora–, siempre lejos de cualquier tradición que pueda reconocer como propia”. Para el joven artista pródigo, era importante aferrarse a un territorio y el litoral peruano le resultaba familiar y cercano.
“A partir de 1988 comienza una integración con el oficio y también una distancia interesante: un trabajo en términos de geología, del ceramista que investiga los materiales, que los trabaja con quemas sucesivas, sin una elaboración”, continúa Runcie Tanaka sobre el panorama que establece la obra reunida. “Son esculturas cerámicas que remiten a un mundo fósil, que hablan de tiempos antediluvianos: alusiones a una naturaleza anterior a la presencia del ser humano sobre la faz de la Tierra”, escribe sobre ellas Villacorta. “No son piezas bonitas, son piezas intensas. Son una lucha constante por conseguir un ideal”, las describe el propio artista.
Por Rebeca Vaisman
Fotos de Javier Zea
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