Francisco Lombardi no suele dar entrevistas. Si opta por hablar en público sobre algún tema, es por la necesidad de promover o comunicar algo puntual. De primera impresión, se percibe que es un tipo serio, tal vez en exceso, de esos que conducen sus pasiones sin tener que gritarlas. Tan serio como sus películas. Desde la primera, la exitosa Muerte al amanecer –basada en el sonado caso del ‘Monstruo de Armendáriz’–, donde, con veintinueve años, plasmó las últimas horas de vida de un condenado a muerte por violar y asesinar a un menor.    

¿Aún te arrepientes de haber empezado a hacer cine muy temprano?

Creo que, salvo que uno sea un genio del cine, es mejor hacer películas teniendo una visión un poco más madura del mundo. No es una regla general, pero, en mi caso, reconozco más cercanamente lo que quería hacer a partir de “La ciudad y los perros” (1985), que ya es mi cuarta película. Pero se me presentó la oportunidad sumamente afortunada de empezar joven y mal no me fue, ¿no? En la vida hay una suma de circunstancias que van guiando las cosas. Yo he tenido bastante suerte en lo que tiene que ver con mi oportunidad de hacer películas en un momento en que era muy difícil. Hoy es mucho más fácil, no digo hacer buenas películas, sino hacer cine. Ya ves que todo el mundo está haciendo películas; ahora sales a la calle con tu cámara digital, te inventas cualquier cosita, pones algún personaje de un reality o de algún programa cómico y ya con eso tienes una película. La mayor parte de las cintas que se están haciendo simplemente buscan rentabilidad en la taquilla y éxito fácil. Cuando empecé, las películas eran bastante más complicadas de armar; uno trabajaba mucho los proyectos, se arriesgaba mucho.

“Una de las características de las películas que he hecho es que, en términos generales, los actores han conseguido buenas expresiones. El trabajo con los actores, para mí, es apasionante”. (Foto de Maricé Castañeda)

¿Cuánto has cambiado como cineasta a lo largo de estos cuarenta años?

Antes era mucho más arriesgado a la hora de emprender un proyecto; me lanzaba inmediatamente a hacerlo. Ahora me cuesta más, le doy más vueltas… Creo que me gustaba más como era antes, pero así es la vida, ¿no?

¿Por qué la prudencia?

Pienso que es un tema de la edad –en agosto, cumplirá setenta años–. Hay una entrevista bien interesante entre (Pep) Guardiola y (Garri) Kaspárov, donde Kaspárov le hace ver que, a partir de cierta edad, la potencialidad en términos de energía cambia mucho, y eso tiene que ver no solo con tu estado de ánimo, sino con esa energía vital, esa capacidad de lucha que tienes para emprender algo. Kaspárov decía que, a la edad que tenía, ya no podía hacer frente al actual campeón mundial de ajedrez, y Guardiola no entendía por qué… El paso de los años, probablemente, te da sabiduría, pero se pierde lo anterior. Y el haber sido mucho más precipitado tiene su lado bueno, porque, como hacer cine era complicado, esa energía al emprender un proyecto era muy importante para poder seguir haciendo películas.

Su adaptación de la emblemática “La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa, se convirtió en uno de sus filmes más inolvidables.

LOS ALICENTES

Cuarenta años después, Pancho Lombardi continúa en busca de su próximo filme. Ahora mismo, se encuentra “peleando” con un guion para ver si logra presentarlo a tiempo al concurso anual de DAFO (Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios). “Si lo llego a presentar, podría estar rodando una película a finales de este año”, revela.

Luego de cuatro décadas haciendo cine, ¿qué es lo más valioso que rescatas del camino?

Mira, lo más importante es haber podido vivir de lo que me gustaba hacer. Más aún cuando lo que pretendes es tan azaroso como hacer películas en un país como el Perú. Finalmente, ha habido un par de cintas, “Pantaleón y las visitadoras” y “No se lo digas a nadie”, que tuvieron una gran rentabilidad y me permitieron ahorrar algo de plata y poder tener, digamos, un pasar mejor.

En pleno rodaje de “Pantaleón y las visitadoras” (1999).

Y que, además, demuestran que lo comercial no tiene que estar reñido con el cine de calidad.

Absolutamente. Eso es lo que me guía: tratar de hacer un cine que pueda ser visto por un público amplio y que, al mismo tiempo, sea de calidad. Es a lo que he aspirado siempre… Por ahí que, en algún momento, me he desviado a hacer algo más personal, pero siempre he extrañado no haber podido llegar a un público mayor sin hacer concesiones, que me parece es lo más importante, lo que distingue a una película honesta de una que solo busca complacer al espectador.

Por Mariano Olivera La Rosa  // Foto de Maricé Castañeda

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