“Hay ciertas cosas que no se pueden contar en TV”, advierte el eslogan de “Morbo”, el unipersonal que el periodista presentará los días 11, 12 y 13 de octubre, nada menos que en el Teatro Municipal. “Durante tres noches, por hora y media, voy a dejar de ser Beto Ortiz para sacar mis tripas sobre el escenario y ponerlas en una bandeja”, asegura.

Por Mariano Olivera La Rosa     Fotos de Sanyin Wu

Nos encontramos en el Hotel B, en la última mesa del bar. Beto acaba de llegar de ATV; faltan treinta minutos para la medianoche. “Pregúntame algo, pues”, me dice, mientras los hielos comienzan a derretirse en nuestras copas de gin tonic.  

¿En qué momento surgió la idea? –le digo, a propósito del unipersonal. 

Para serte franco, me daba vueltas a la cabeza desde hace unos tres o cuatro años. Es algo que no he hecho nunca, porque la televisión es otra cosa, y porque enfrentar al público de verdad también es otra cosa. Me muero de vergüenza, me tiemblan las piernas.

Además, lo harás en el Teatro Municipal.

Es intimidante… Y, bueno, me junté con un director joven cuyo trabajo había seguido en los últimos años, Gabriel de la Cruz, que se dedica a hacer teatro testimonial o documental. Es un tipo de teatro que trabaja exactamente al revés que el teatro convencional: en el teatro documental no tienes texto; el texto va apareciendo cuando empiezas a ensayar… Va a sonar gracioso, pero es una obra muy oral. Ha salido de un montón de temas que me preocupan o me obsesionan o me angustian, y de ellos nos hemos quedado con unos pocos que, creo, pueden interesar a más gente, y hemos tratado de hacer un balance para que no sea un stand up comedy, porque no soy ni Carlos Galdós, ni Cachín, ni quiero serlo.

Creo que va a ser una especie de montaña rusa de emociones: tiene partes cague de risa y partes duras, como es la vida. Hablo de la soledad, del Alzheimer, del Perú, de la televisión, de sexo, de promiscuidad; un poco de la escena gay de Lima en los años noventa… Y he tenido que luchar contra mi voz de reportero, porque sí, pues, me pones un micrófono y tiendo a hacer un reportaje. Me ha costado mucho someterme a la disciplina del teatro, que implica expresión corporal. No soy actor, a pesar de que hay momentos en la obra en que obligadamente tengo que actuar, y ha sido genial. Como experiencia, creo que me estoy sacando un poco el clavo de algo que pensé que iba a hacer estando en la universidad. Es gracioso, pero, antes de hacer periodismo, hice bastante teatro amateur y la pasé muy bien, a pesar de que no destaqué. Me quedó como una especie de pasión frustrada.

Cuando conversamos hace algunos años, hablabas de dos Betos: del personaje odiado de la tele y de un Beto, si se quiere, más tierno. ¿Este es el Beto que quieres mostrar a la gente?

Creo que sí. De pronto, la escritura ha sido el espacio donde lo he dejado salir; la televisión no tiene espacio para la ternura, no funciona, no vende, no da rating… pero el teatro sí, ¿no? El teatro tiene la calidez de la cercanía, de la energía de la gente, que también me genera un montón de estrés. Creo que si vas a hacer algo como esto, te tienes que desnudar en el buen sentido, tienes que mostrar algunas cicatrices. Es exactamente lo contrario de la tele. En la tele, te esmeras para parecer, para disfrazar las emociones.

EL HUMANO

Hace poco más de tres años falleció tu padre. ¿Fue un punto de quiebre en tu vida dejar de ser el hijo de alguien?

Siéndote absolutamente franco, el punto de quiebre fue la muerte de mi madre, yo era muy pegado a ella, que murió en 2008. Con mi padre tuve una relación muy beligerante porque éramos muy diferentes. Supongo que yo no era el hijo que él hubiera preferido… En fin, pero hacia los últimos años, cuando se volvió mi hijo (sufría de la enfermedad de Alzheimer), la relación se dulcificó mucho… Creo que la muerte de mi padre significó quedarme solo ya de verdad, ¿no? No tengo hermanos, no tengo mamá, no tengo papá. Soy una especie de satélite flotando sobre la nada. Pero, de algún modo, siempre lo he sido… A mi padre todavía no lo he llorado, y no es algo que me genere culpa, simplemente sucedió así.

¿Qué esperas que se lleve el público de tu unipersonal?

Me gustaría que se llevara una idea completa de lo que soy, porque la televisión, las notas de prensa, los programas de chismes, dan una idea muy unidimensional de una persona. Creo que la obra permite llenar los espacios en blanco. La gente debería salir del teatro diciendo: “Ah, mira, era un ser humano”.

“Tenía corazón”.
Sí, creo que por ahí va la cosa… Bueno, corazón o hígado, pero alguna víscera palpitante.