Romance agreste: The Mountain Between Us

El director palestino nominado al Oscar, Hany Abu-Assad, se dio a conocer con Paradise Now y Omar, cintas orientadas a crear ficciones a partir de situaciones realistas: un cine de preocupaciones sociales. La fama y el reconocimiento mundial le sirvieron para abrirse camino en la industria, y en esta nueva etapa de trabajo involucra a la ganadora del Oscar Kate Winslet y al ganador del Globo de Oro Idris Elba, escenarios naturales de Canadá y un rodaje no apto para los débiles de espíritu.

Kate Winslet e Idris Elba protagonizan la película.

Winslet y Elba encarnan a dos desconocidos que enfrentan un accidente aéreo y, sobre todo, la idea de que no serán rescatados por nadie más que por ellos mismos. El recorrido en una zona agreste recuerda a ese clásico noventero llamado Alive y a cintas más contemporáneas como The Grey, donde Liam Neeson tiene una secuencia de pelea de antología con los lobos, y The Way Back.

La cabeza en las nubes: “El castillo ambulante”, de Hayao Miyazaki 

En el libro El mundo invisible de Hayao Miyazaki, la investigadora Laura Montero sostiene que el realizador está a la altura de los grandes maestros del cine japonés, Yasujiro Ozu o Akira Kurosawa. Tras ganar un Oscar –la primera película anime en ganar ese premio a la fecha– y el Oso de Oro en Berlín por El viaje de Chihiro, el director realiza El castillo ambulante.

Miyazaki ha sido el artífice de series entrañables como “Heidi” y “Marco”.

La cinta está protagonizada por Sophie, una chica que busca deshacerse de la maldición que la ha convertido en una anciana buscando a un mago que habita en un castillo ambulante. Recordemos que un rasgo característico del creador de Studio Ghibli es optar por mujeres valientes, soñadoras y con bellezas singulares como protagonistas de sus historias. El castillo ambulante es un clásico de la animación japonesa reconocido por la originalidad de sus imágenes.

El gobernante de las sombras: Ricardo Darín interpreta a un presidente argentino en “La cordillera”

Para ser político hay que tener fibra de actor y una lectura antojadiza del “deber ser”. Eso sugiere La cordillera, tercera película del director argentino Santiago Mitre (El estudiante y La Patota o Paulina, como se tituló en el Perú). Hernán Blanco (Ricardo Darín) es un político de provincia que, interpretando el papel de hombre común, consigue instalarse en la Casa Rosada.

Más que un hombre cualquiera, Hernán es alguien sin pasado. La cordillera muestra cómo lo más turbio puede mantenerse lejos de las páginas policiales, pero muy cerca de los silencios y recuerdos velados o reprimidos de una historia familiar. La película de Mitre traza el perfil bajo de un presidente que acude a una esperada cumbre de mandatarios latinoamericanos que se realiza en los Andes chilenos. Las acciones empiezan en las vísperas del certamen. La cámara recorre los recovecos del lugar, sus pasadizos y bares ingleses. Pero es en el interior de los autos oficiales en que se pactan los acuerdos políticos y económicos que modelan el futuro de la región. Los actos públicos son una fachada. Un dato: Hernán Romero encarna al presidente peruano.

Lo más inesperado y, por eso, lo más interesante de la película sucede cuando irrumpe la hija del presidente, Marina (Dolores Fonzi). Tiene ojos de gata, pero porte y gesto de estrella de rock a medio rehabilitar. Con Marina llega el desorden, la ambivalencia y la enfermedad. Su presencia hace complejos el tratamiento y el tono de la película: el realismo se torna fantástico, alucinado. Las mejores secuencias de La cordillera se abren a lo que no se dice, no se explica y no se verbaliza. Entonces, pasamos de las certezas al misterio, y nos asomamos al umbral de un mundo opaco e inquietante. Una mención aparte merece Ricardo Darín, homenajeado recientemente en el Festival de San Sebastián por su trayectoria. Este papel no hace más que confirmar el talento que tiene para ponerse debajo de cualquier piel, y hacernos creer que no le cuesta trabajo, que le brota. Esperemos se estrene pronto en Lima.