La selección peruana ha llegado a una copa del mundo después de treinta y seis años.
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El trabajo de Ricardo Gareca ha sido impecable, así como el esfuerzo de un equipo y el apoyo de una nación que jamás dio su brazo a torcer. Hemos hecho historia.

Por Dan Lerner

Todo comenzó en Wellington, Nueva Zelanda, a más de diez mil kilómetros de Lima. Los mismos neozelandeses estaban anonadados con la algarabía de los cientos de peruanos que viajaron de todas partes del mundo a recibir a los jugadores. La prensa local informaba de la desbordada emoción de nuestros compatriotas con cierta sorpresa. Esto tiene una explicación: en Nueva Zelanda, el deporte nacional es el rugby. De hecho, la selección de ese deporte –los AllBlacks– son el mejor equipo de la historia a nivel internacional, por lo que el fútbol está en un segundo –por no decir tercer– plano, aunque su popularidad está creciendo, como señala Cecilia Blume, cónsul honorífica de Nueva Zelanda en el Perú: “Tuve la oportunidad de estar con el presidente de la Federación Neozelandesa de Fútbol y con los entrenadores, y estuve conversando acerca de la importancia del fútbol en Nueva Zelanda. Si bien no es el rugby, por el tema de la Copa Mundial es importante para ellos”.

Varios peruanos se desplazaron a Wellington desde Lima para ver el partido. “El consulado, básicamente, lo que hacía era atender consultas sobre visas de estudiantes y sobre gente que, de vez en cuando, quería ir a Nueva Zelanda, pero realmente ha habido un cambio importantísimo desde el día en que se inició el repechaje. Lo primero que pasó es que un montón de gente quiso ir a Nueva Zelanda, y un montón de gente se ha querido enterar sobre Nueva Zelanda”, afirma Cecilia Blume.

Ya alrededor del estadio, horas antes del partido, el ambiente era extremadamente festivo. “Fue una fiesta total en la calle, los hinchas peruanos nos hicimos sentir de distintas maneras. Hubo música, baile, gritos, una fiesta”, nos cuenta Alejandro Voysest, un peruano que se encuentra estudiando una maestría en la Macquarie University, en Sídney, y que viajó a Wellington. “De hecho, creo que los hinchas neozelandeses estaban sorprendidos y hasta agradecidos de estar ahí”, agrega.

En el estadio, antes de la salida de los equipos, parecía que era nuestra selección la que jugaba de local. La barra de los peruanos, no mayor a dos mil personas, se hacía sentir. Una vez que salieron los equipos, la tónica del público cambió, como bien señaló el entrenador de Nueva Zelanda, Anthony Hudson: “Nunca en la historia de Nueva Zelanda se cantó el himno como hoy (el día del partido), ni siquiera cuando juegan los All Blacks. La llegada de tantos hinchas peruanos nos contagió”.
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A partir de ese momento la hinchada neozelandesa hizo sentir su presencia, lo que probablemente influyó en la selección peruana, que no pudo mostrar su mejor nivel en Wellington.

UNA NOCHE INOLVIDABLE

Habían pasado demasiados años. Más de una generación lo había esperado. Más que un deseo, era una necesidad: la necesidad de un país golpeado por demasiadas cosas, hundido por su propia realidad. El fútbol no es ningún opio: es una manifestación social que tiene la capacidad de paliar nuestros sufrimientos, de esconder nuestras taras. Nos lo merecíamos.

El partido arrancó como debía: con nuestra selección enchufada, atacando con orden.
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El gol cayó por su propio peso, porque éramos mucho más que Nueva Zelanda, porque Perú sabe jugar al fútbol cuando se olvida de los nervios y de los miedos y del pánico escénico. Y el del gol tenía que ser Farfán, porque es el que más sintió el golpe de la ausencia de Guerrero, porque es su amigo del alma, su compañero desde que ambos empezaron a patear la pelotita. Era justicia divina, tenía que ser así. Por eso besó el número nueve, el del capitán de esta selección.

Después del gol de Jefferson, aún estábamos a un gol en contra de quedar fuera. Por eso, el tanto de Ramos fue el suspiro de alivio que necesitábamos, la tranquilidad que no respirábamos hace demasiados años. Treinta y seis, para ser precisos. Después todo fue festejo, felicidad, alegría. Pero nunca nostalgia, porque la nostalgia es el anhelo del pasado, y lo mejor que podía pasarnos era que el presente nos sonriera. Como nos sonrió hoy. Estamos en el Mundial. Perú está en el Mundial. Es tiempo de celebrar. Nadie nos lo puede quitar.

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