La problemática etapa «cristiana» de Bob Dylan
La etapa más difícil de clasificar y de entender en la proteica y heterogénea carrera de Bob Dylan es sin duda la que sobrevino a su sorpresiva “conversión” al cristianismo en 1978. Las razones de su despertar religioso fueron muchas –la influencia de su novia de entonces, la actriz Mary Alice Artes, quien le presentó a los pastores de su iglesia; la resaca de su amargo y doloroso divorcio de Sara Dylan en 1977; la necesidad de aferrarse a algo ‘importante’ en tiempos de absoluto desconcierto personal y artístico; en fin–, pero lo cierto es que este episodio tuvo un ominoso ascendiente sobre su producción musical durante al menos seis años, hasta el lanzamiento del excelente –y apropiadamente titulado– “Infidels”, en 1983. En los discos “Slow Train Coming”, “Saved” y “Shot of Love”, que obtuvieron algunas de las peores reseñas críticas de su carrera, Dylan desplegó con una intensidad y obcecación ciertamente incomprensibles su renovado ímpetu espiritual. Y mejor no haber asistido a alguno de sus conciertos de la época, que solían devenir en tediosos sermones litúrgicos que casi invariablemente terminaban en agrios enfrentamientos entre el Dylan-predicador y su público.
Pero toda esa intensidad también se tradujo en algunas canciones memorables que solían resplandecer todavía más en vivo, paradójicamente, cuando Dylan se dedicaba a hacer música y no a predicar la palabra de Dios.
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La box set “Trouble No More”, episodio número trece de las imprescindibles Bootleg Series consagradas al genio de Duluth, recoge lo mejor y lo más trascendente de una etapa que probablemente ni siquiera el propio Dylan recuerde con afecto. Es una revelación, sí, pero una muy distinta a la que buscaba el autor de “Like a Rolling Stone” en aquellos años de confusión y desesperanza.
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Ah, los ochenta.
Trópico andino
Desde el Cusco, el conjunto Sonora Patronal propone una versión de la “cumbia fusión” que solamente podría ser descrita como incendiaria. Con una intensidad arrolladora, y guitarras y efectos que denotan un evidente afecto por la psicodelia y las formas más lisérgicas de los ritmos tropicales, el flamante primer EP de la banda es una de las revelaciones musicales más gratas del último año.
En apenas cinco canciones, Sonora Patronal formula un genuino manifiesto de atemporalidad: la cumbia, la chicha y el huaino de siempre proyectándose al futuro como la banda sonora de muchas generaciones por venir. A bailar.
Mujer noche
Todos de pie, que Charlotte Gainsbourg lo ha vuelto a hacer. La notable cantante y actriz francesa, que lleva la esencia del flanco más siniestro, peligroso y genial de la ‘chanson’ en los genes –es hija del inconmensurable Serge Gainsbourg–, ha vuelto a lanzar un disco tras siete años y el resultado de esta nueva incursión en los estudios de grabación es exactamente lo que deberíamos esperar de Mademoiselle Gainsbourg: “Rest” es un derroche de buen gusto, ‘savoir faire’, letras introspectivas, melodías agridulces y una exquisita caterva de invitados especiales, que incluyen nada menos que a Paul McCartney (en la extraña pero genial “Songbird in a Cage”, el ex-Beatle no solo aparece como coautor, sino que se encarga de tocar el piano, la guitarra y la batería) y Guy-Manuel de Homem-Christo, de Daft Punk. Un triunfo.
Extraño objeto
Aunque Björk ha construido su carrera perfeccionando el arte de desafiar las expectativas de sus seguidores y de la crítica, cada vez está más claro qué es lo que no tendrá un nuevo disco de la gran artista islandesa: sencillos de impacto inmediato, como los inolvidables “Big Time Sensuality” o “Army of Me”, por ejemplo, o cualquier atisbo de normalidad o urgencia pop en sus canciones.
Sus discos proponen experiencias totales, que pueden transitar de la belleza contemplativa a la horrísona cacofonía con pasmosa facilidad. “Utopia”, su más reciente lanzamiento, el décimo de su carrera, es el álbum más extenso que ha lanzado hasta hoy, y tan solo ese dato podría servir como indicio de lo que ofrece esta nueva aventura discográfica.
Siguiendo la línea de “Vulnicura”, sin caer en los delirios experimentales de “Biophilia” o en el errático eclecticismo de “Volta”, Björk parece haber encontrado al mejor cómplice creativo posible en el venezolano Arca, que contribuye en “Utopia” con su ya característica aproximación, entre orgánica y etérea, a la música electrónica. No es un disco fácil de escuchar –nada de lo que haga Björk en el futuro lo será, estemos advertidos–, pero propone una travesía sensorial en la que vale la pena sumergirse. Aunque difícilmente salgamos indemnes de ella.
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