Cuando la monogamia empieza a ser vista como un concepto tradicional, modelos como el poliamor se presentan como una alternativa de plenitud física y emocional. ¿Pero hablamos de la pluralidad del amor o de la pluralidad del deseo?
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Por: Tilsa Otta
Hasta hace poco, parecía que en materia de amor la historia estaba escrita y no había mucho que agregar: el éxito consistía en formar una pareja y asegurar su continuidad. Esa fuerza que a todos nos une de dos en dos no era solo la del corazón sino también un contrato social. Aún hoy, es difícil aceptar que cada persona tiene la potestad de diseñar una vida a su medida y necesidad; hoy que las redes comparten afirmaciones como que “la monogamia no es natural en el ser humano”, de fuentes que van desde estudios científicos hasta Scarlett Johansson. Lo cierto es que no hay certezas cuando se trata de la naturaleza: lo que es propio de algunas especies no lo es de otras; igual sucede con humanos y estrellas de Hollywood.
El cuestionamiento a la tradicional monogamia ha dado lugar a propuestas como el poliamor, una forma de relacionarse que difiere de las relaciones abiertas y la promiscuidad, esencialmente debido a su ética. En resumen, poliamor significa tener un vínculo amoroso con más de una persona, que todas sepan lo que ocurre y estén OK con ello. Con frecuencia, las personas que comparten amante se conocen, entablan amistad e, incluso, emprenden una relación de a tres (tríada) o más personas. Habitar esta armonía requiere madurez, sinceridad, diálogo constante y atención a los sentimientos de los involucrados, pues una composición compleja es proclive a desestabilizarse o, simplemente, transformarse.
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La cultura poliamorosa
Es casi una ciencia, con libros y manuales que ayudan a sus practicantes a sobrellevar las emociones negativas que desean superar, como los celos y la posesividad, y sugieren cómo actuar en situaciones extremadamente nuevas. Términos como “cuidado” y “responsabilidad afectiva” profundizan en las actitudes indispensables para mantener una relación saludable en la cultura poliamorosa. En realidad, en toda relación.
Las nuevas generaciones están perdiendo el miedo de ejercer la libertad ganada por sus predecesores. Bisexualidad, pansexualidad, queer son conceptos cada vez más cotidianos, y esta apertura a la experimentación desafía el reinado de la familia tradicional. También las políticas de Estado están añadiendo octógonos en las viejas etiquetas de “para siempre” y “uno para el otro”, con el fin de reducir el perjuicio contra las mujeres víctimas de monogamia machista, donde sus parejas las conciben como sujetos de su propiedad y, a pesar de la violencia, se sienten obligadas a continuar.
El poliamor nos enfrenta a la fascinante pregunta que ha animado tantas películas románticas: ¿se puede amar a dos o más personas al mismo tiempo? ¿Por qué no? ¿Cuántos penosos conflictos se habría ahorrado el protagonista de “Dos mujeres, un camino” si hubiera existido en su universo la posibilidad de transitar dos caminos simultáneos?
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