Sorprendidos, cínicos, socialconfusos y demás subespecies del neologismo de moda.

Por Isabel Miró Quesada

Los caviares son, como lo definió el ex congresista Mauricio Mulder, las ovejas negras de las familias ricas. A falta de un mejor término, el caviar es quien expía su culpa criolla —no sabemos si por alguna fortuna mal habida, algún ancestro esclavista o simplemente por su color de piel— flagelándose con un lápiz. Son los que crecieron como Zavalita, culpándose por joder a su padre. O son como Mayta, ese mártir que de querer ser cura pasó a querer ser revolucionario, y que dejaba de almorzar porque sabía que había hambruna en algún rincón del mundo. Por cierto, la elección de personajes vargasllosianos no es casual: fue nuestro premio Nobel quien nos advirtió cuál era el mal mayor de la última segunda vuelta. Y vaya que acertó.

El cojudigno, sin embargo, no apareció de la nada. Tuvo una pokemónica evolución cuyos hitos podemos identificar en cinco frases:

  1. “Merino no me representa” (o su variante Delta: “no marchamos por Vizcarra”)
  2. “Voto vigilante por Perú Libre”
  3. Voto nulo “por memoria y dignidad”
  4. #CastillodeslindadeCerron
  5. Voto de confianza pero fiscalizador y por la gobernabilidad.

Dentro del ecosistema cojudigno, hay algunas subespecies en pugna. Estás los que no pueden superar su anti fujimorismo en pleno agosto del 2021, varias semanas después de la segunda vuelta y con Keiko Fujimori ya fuera de cualquier ecuación electoral. Son quienes se esfuerzan en seguir lo que un presidente francés llamó “la campaña perpetua”. Vale decir: continuar la polarización con el fujimorismo (una estrategia que ha usado Bellido en quechua y chacchando coca). Son los populares “pero con Keiko hubiera sido peor”, razonamiento contrafáctico que cae en saco roto de solo pensar en el tándem Luis Carranza-Julio Velarde y el cambio del dólar.

También están los sorprendidos. Por un lado, los millennials pastoreados por las redes sociales y los youtubers a destajo (el verdadero Patreon siempre es el gobierno de turno). Nunca leen noticias ni libros, pero fueron trabajados por fotocopias y paporreteo pseudo marxista en los cursos de comunicaciones, empezando por las malas interpretaciones de la aguja hipodérmica y la escuela de Frankfurt. Por otro lado, los que se hacen los sorprendidos, expresando en redes sociales lo inexplicable que es que un político marxista leninista cumpla con sus propuestas marxistas leninistas.

Los socialconfusos, por su lado, son más informados pero igualmente inimputables. Creen que existe un socialismo moderado en el Perú, que éste se ha encarnado en Verónika Mendoza y Pedro Francke, y que basta con ellos para frenar a Cerrón y 50 mil miembros de Perú Libre hambrientos de un puesto de trabajo. Ese triple salto mortal de fe se sostiene sobre un pin pro diversidad en la solapa de Francke.

Una minoría son los mártires de la cojudignidad. Sabiendo que les iría mal porque viven de su trabajo, aceptaron el suicidio sin anestesia que era marcar por el lápiz. Dignamente tendrán que recordar cómo raspar la olla junto al 95% de los peruanos que vivirán el futuro inmediato diseñado a lápiz por los camaradas. Dignos, sí, pero no por eso menos cojudos. Quién necesita recoger las migajas del tour gastronómico de Cerrón cuando se tiene memoria y dignidad.

Pero quizás la gran mayoría de políticos, periodistas y opinólogos 2.0 entran en la subcategoría de cínicos. Sabiendo que, como pocas veces en nuestra historia, estábamos ante un partido político que no solo no mentía sino que abiertamente decía lo que iba a hacer (empezando con cerrar el Congreso, el TC y la Defensoría del Pueblo), decidieron no creerle. A ver si los politólogos estudian este fenómeno irrepetible: un político (Cerrón) que dijo la verdad y un electorado (los cojudignos) que eligió no creerle.

Pero vamos, no seamos también cojudignos sin la parte digna. Este engaño colectivo tenía intereses subalternos, oh ironía de la subalternidad. Ellos sabían que con Keiko las arcas del Estado se le cerraban a la tecnocracia caviar (valga el oxímoron). Con el lápiz, en cambio, al menos había una ventana de oportunidad laboral. Y a eso jugaron los empresarios, periodistas y opinólogos que contratan con el Estado: a pasar el sombrero. A decir que no querían ningún cargo, pero que si el pueblo se lo pedía, quiénes eran ellos para negarse. El viejo ‘no quiero, no quiero, échamelo al sombrero’. No son zurdos, sino que tienen dos bolsillos: el izquierdo y el derecho. Lamentablemente, a eso jugó también Perú Libre: a blanquearse para la foto (y así calmar las aguas caviares) pero luego dejarlos en visto. Más que cínicos, bien podrían ser catalogados como ‘cobrizos’, porque buscaban cobrar. Bien jugado, amigues. Apechuguen nomás.

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