“Y es que el dueño del infierno sodálite, hay que reconocerlo, era brillante. Podríamos reducirlo a un acomplejado social, sexualmente reprimido, facho y codicioso.
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Pero, en base a sus deseos más bajos, construyó un imperio presente en Perú, Colombia, Chile, Brasil, Costa Rica y Estados Unidos”.

Por Diego Molina Rey de Castro

Martín acaba de publicar La jaula invisible (Debate, 2021), su testimonio fiel de 16 años de vida en el Sodalicio. A Martín lo conozco de toda la vida. Nuestras familias son amigas y somos familia también, como suele suceder en Arequipa. Lo que él experimentó lo tienen en el libro.
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Aquí contaré cosas fuera del mismo y otras descifradas en nuestras conversaciones. Porque nuestra amistad nació cuando abandonó esa prisión mental. Y algo pude ver de ese lugar, una noche de cervezas en El Juanito, cuando me confesó su gran deseo por besar a una mujer por primera vez. Él tenía 33 años.

Martín tenía constantes pesadillas con los sodálites.
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Casas donde ellos lo invitaban y luego les prendían fuego o suicidios en los peñascos de San Bartolo. Además de una depresión que asomaba como una amenaza constante y que lo hacía recluirse por temporadas. Martin siempre fue noble, cultísimo, racional a lo Kant, de cierta timidez y generoso. Para mí, los desórdenes que lo agobiaban eran síntomas de un estrés post-traumático. Y traumático fue: intentos de abuso en su adolescencia, maltratos constantes, manipulación diaria y un mar de culpas por las mínimas cosas. Un trato que haría añicos a cualquier cristiano.

Su jaula la resumo en un dilema sin salida, para alguien quien, pese a su dislexia y malas notas, había sido elegido a los 15 años para salvar al mundo: traicionar al sodalicio y la vida eterna en el Cielo o quedarse en la miseria y el ansia suicida.

Él tenía una misión, que era escribir su libro. Y eso le costó encerrarse por 2 años. La noche se volvió día para poder invocar a sus demonios, algunos con nombre y apellido, y narrarlos con crudeza, sin exagerarlos, y con un humor sutil cuasi inglés. Despertaba a eso de las 7 de la noche y, acompañado de cafés y cigarrillos, iniciaba su ritual que duraba hasta cénit del Sol. El silencio de la madrugada y la soledad evitaron que abandone la empresa, haciendo soluble la terrible conciencia de lo vivido. Ahora ha ido dejando ese hábito y reencontrando su vida social. Parece que confesarlo todo, a través de la literatura, ha logrado el conjuro de la liberación: ahora los demonios habitan su obra.

Es cierto que hay varios libros que se han escrito sobre el tema sodálite. Para Jose Carlos Yrigoyen, crítico de literatura, es casi una rama de la literatura peruana. Pero el libro de Martín es único. Porque él vivió con el fundador, el líder, el ungido por el Espíritu Santo: Luis Fernando Figari. El demonio rey que timó a Juan Pablo II, santo de la Iglesia, y a varios empresarios peruanos que le dieron en perpetuidad su dinero y sus hijos.

Por su personalidad demencial, Figari se roba el libro, así como se robó la juventud de Martín y de miles más. Martín ha logrado descifrar el culto “católico” creado por Figari basado en la adoración a él mismo y sus caprichos: un combo de apocalíptica cristiana, ciencia ficción (él era capaz de la telequinesis y de ver signos en los ojos), La guerra de las galaxias y, según las denuncias de abuso sexual en su contra, el kundalini o cualquier mística oriental que le sirviera. Un sicópata con gran capacidad de leer a la gente, de control y manipulación que le permitió tener un harem homoerótico de chicos bien del Perú (y de otros países), en forma y uniformados, a su servicio. Según el libro, maltratarlos física o sicológicamente, era un placer para el fundador.

Y es que el dueño del infierno sodálite, hay que reconocerlo, era brillante. Podríamos reducirlo a un acomplejado social, sexualmente reprimido, facho y codicioso. Pero, en base a sus deseos más bajos, construyó un imperio presente en Perú, Colombia, Chile, Brasil, Costa Rica y Estados Unidos. Hasta casi consigue su propio santo, uno de vidas paralelas entre el misticismo y relaciones abusivas con adolescentes: German Doig. Una historia a la espera de su propio libro.

La institución de Figari ha sido intervenida por El Vaticano y su figura de ídolo está derrumbada. Un forado doloroso en su ego colosal. Pero, pese a su reino del mal, Figari no tiene que rendir cuentas de nada. La Iglesia que parasitó lo protege. Para que esto no vuelva a suceder o la Santa Sede reaccione, Martín da luz sobre las estrategias torcidas del monstruo. Aquél que ahora debe estar tomando un cappuccino con unas cantucci en Roma, sin atisbo del significado de la palabra justicia.

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