«Entiendo que la religión es una fuente de moralidad. Pero, si nos ponemos exigentes como el Levítico de La Biblia que condena la homosexualidad, tú, querido club, desaparecerías».
Por Diego Molina Rey de Castro
Querido club,
Desde niño he disfrutado de tus instalaciones, hice amigos, aprendí una o dos cosas de lo que significa ser hombre aquí, besé a algunas personas y me enamoré varias veces. También “le caí” a una chica y, en general, pasé veranos memorables.
Pero también fui descubriendo, entre tus canchas de tenis y la piscina, que los chicos también me gustaban. Con el tiempo, esa emoción fue creciendo al punto que ya no tenía sentido “pasar piola” y que debía ser directo y claro con mis sentimientos. Les ha pasado a varios que conoces.
En esa transparencia, o vulnerabilidad dirían algunos, he conocido a un chico que actualmente es “mi saliente”. Que, en términos de lo que compartimos juntos, es la misma relación que tuve con la chica que, en tu bar, llamaba triunfalmente “mi enamorada”. Cumple, entonces, según tu reglamento, en ser “mi acompañante” o “pareja”. Todos términos irrelevantes para quien es la persona más importante en mi vida. Y eso aplica a varios socios. Porque es una regla del destino para un 7% de tus miembros, no la he inventado yo.
Quiero llevarlo a que te conozca. Porque tú eres parte de mi historia. Se que te parecerá absurdo que te trate como un ser vivo, pero qué es un club si no es la suma orgánica de sus asociados. Un tejido social. Yo soy parte de ti y parte de todos, y todos saben de mí, parafraseando a Soda Stereo.
Pero, oh sorpresa, de acuerdo con un artículo de tu reglamento, mi acompañante debe ser del sexo opuesto. Él puede entrar como “amigo”, pero tú y yo sabemos que eso: primero, es mentira (porque hay cosas que los amigos no hacen); segundo, “acompañante” o “pareja” tiene más derechos en tus reglas que “amigo”; y, tercero, ¿por qué tenemos un trato diferente al resto?
Siendo ya casi el 2022, creo que es momento de ponernos al día. Algunos argumentos para tu asamblea general:
Científicamente, la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad hace más de 40 años. Y no somos una asociación contraria a la ciencia. No hay nada escrito, en tu fundación, que se oponga a las vacunas, que establezca como principio universal de que La Tierra es plana o que el Sol gira alrededor de ella.
Moralmente, tampoco debería ser un problema. Porque se traduce en la visión y comportamiento del conjunto de los socios. Y, si bien puede haber algunos miembros homofóbicos, sobre su comportamiento hay cosas que prefiero no contarte, querido club. Lo que te quiero decir es que somos más: entre los que están fuera y dentro del clóset (aunque a veces poseen una envidia represora), los que están en un clóset “de cristal” (“lo que se ve no se pregunta” decía Juan Gabriel), y los heteros que no tendrían ningún problema en actualizar el artículo discriminador. Que debería incluir, obviamente, a las parejas del mismo sexo casadas en el extranjero. Además, hace poco un juzgado aceptó que un niño lleve el apellido de sus dos madres.
Entiendo que la religión es una fuente de moralidad. Pero, si nos ponemos exigentes como el Levítico de La Biblia que condena la homosexualidad, tú, querido club, desaparecerías.
Porque entre gays, adúlteros, fans de adivinos y de la astrología, chismosos, rencorosos, tatuados, entre otros que Jehová le dijo a Moisés que no tienen membrecía en su Club del Pueblo Elegido, no quedaría piedra sobre piedra.
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Ni piscina, ni canchas de tenis. Además, por algo no llevas el nombre de Club Social la Santísima Trinidad, Hermandad del Cristo Cautivo de Ayabaca, o cosas por el estilo. Por último, si cae azufre ardiente sobre tus áreas sociales, como le pasó a Sodoma y Gomorra, el seguro que pagamos te erigiría bastante mejorado.
Pero siempre queda el famoso argumento del ¿Qué dirán los niños?
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, ¿Cómo los afectará ver dos hombres de la mano? No soy sicólogo de infantes, pero creo que, si sus padres les dicen, simplemente, de que se trata de dos hombres (o mujeres) que se quieren, no debería haber mayor problema. Pasar por algo similar nos habría venido bien a muchos. Ahora, a esos niños también les pueden responder que esos tipos que van de la mano son igual de socios que sus papás, que pagan lo mismo y que no frieguen.
Vivimos en un país de leyes, votantes y políticos cavernarios. Si decides entrar al Siglo XXI, podrías hacer historia y dar el ejemplo, querido club.
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Hazlo, al menos, por todo lo que hemos vivido.