“Para mucha gente de izquierda, se trató del enfrentamiento de dos terrorismos, el de la banda de Abimael y el del Estado. Para ellos, el Estado y la población iban por separado. La policía y las fuerzas armadas no nos representaban”

Por Diego Molina

 

Joe Biden, presidente de Estados Unidos, nombró secretario de agricultura a una persona que, se ha descubierto, fue investigado por colaborar con Al-Qaeda en atentados terroristas. El terremoto mediático ha sido de tal magnitud que se está tambaleando la administración demócrata. Voces conservadoras y liberales han exigido la renuncia del funcionario, hasta la del presidente, y se ha iniciado una investigación en el Congreso sin precedentes por permitir que un posible traidor a la patria sea parte del gobierno.

 

Esta es una ficción inventada para intentar hacer un paralelismo sobre cómo habría reaccionado otro país ante funcionarios presuntamente involucrados con el terrorismo. Iber Maraví, ex ministro de trabajo, tiene un atestado policial y testigos que lo involucran con acciones terroristas de Sendero Luminoso a inicios de los 80. También al MOVADEF, brazo político de Sendero y al CONARE, sindicato del magisterio acusado de comulgar con el “Pensamiento Gonzalo”. Por otro lado, el también renunciado canciller Héctor Béjar había declarado de que Sendero fue obra de la CIA y que, en el ambiente adecuado, se debería amnistiar al ya fenecido Abimael Guzmán.

 

Ciudadanos, políticos e instituciones mostraron su indignación. Pero existe cierta complacencia con el causante del conflicto más sanguinario que haya sufrido el Perú (incluyendo cualquier guerra). Y que Sendero fue el origen y culpable de más de 32 mil asesinatos, son conclusiones de la Comisión de la verdad y reconciliación. “Sendero fue obra del fujimorismo” he escuchado decir. Para mucha gente de izquierda, se trató del enfrentamiento de dos terrorismos, el de la banda de Abimael y el del Estado. Para ellos, el Estado y la población iban por separado. La policía y las fuerzas armadas no nos representaban.

 

Este mes se cumplen 30 años de la masacre de 15 personas en Barrios Altos. Varios medios de comunicación hicieron bien en recordar este acto atroz, como se debe hacer con Accomarca también, porque ninguna acción similar de parte del estado debe volver a suceder. Pero no se ve el mismo esfuerzo de hacer memoria con las 200 masacres perpetradas por Sendero, salvo Tarata. Porque este año también se cumplen 38 años de Lucanamarca, cuando el grupo armado asesinó a 69 personas y 39 años de la peor de todas, la matanza de Soras, con 117 muertos.

 

“Mientras existan grupos humanos privilegiados y otros explotados, la violencia encontrará tierra fértil” twitteó Vladimir Cerrón el día de la muerte de Abimael. Pidió al país reflexionar sobre “las causales del terrorismo subversivo y del Estado”. ¿Alguien piensa que SL buscaba el paraíso comunista o que el clasemediero Abimael vivió el maltrato o la explotación? Todas las víctimas de Luccanamarca y Soras eran comuneros ayacuchanos, incluyendo niños y ancianos. Lo cual debe aclarar que la “guerra popular” de Sendero era totalmente sangrienta en su búsqueda de poder y enfocada en los más pobres y olvidados. “Inducir al genocidio” decidió Guzmán en 1986, al plantear su estrategia.

 

En el Congreso, Maraví dijo que no tenía ninguna sentencia ni investigación vigente. Igual, la reacción del país entero debió se de total rechazo frente al nombramiento de alguien con posibles vínculos con SL, o ante cualquier pasada por agua tibia de sus crímenes. Lo que vemos es un peligroso olvido, y ya sabemos qué sucede con los pueblos sin memoria.

 

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