«Y esa es nuestra verdadera degeneración actual: ser un país retrógrado y que se niega a evolucionar, desde la música hasta la política. Parafraseando a Pedro el profeta: somos un auto que no avanza, sino que salta sin sentido, a la deriva, como una rana»

Por Diego Molina Rey de Castro

Pedro Suaréz-Vértiz (Callao, 1969) es el rockero más exitoso del Perú. Tiene más de seiscientos mil oyentes mensuales en Spotify y una larga carrera desde Arena Hash (1987), y luego de solista, que termina alrededor de 2011 por una lamentable enfermedad. Lo vi en vivo en ambas versiones, y era una estrella. Ese look sombrío y ruloso que hablaba sobre el exceso del alcohol (“Cuando la cama me da vueltas”), el placer sexual (“Mi auto era una rana”) o el amor perdido (“No pensé que era amor”). Historias que lo hacían un referente para cualquiera. Su presencia se mantiene en todas esas radios locales que, por razones desconocidas, no quieren superar el siglo pasado. Luego, su faceta de columnista en la revista “Somos” y de comentarista en redes sociales nos permitió conocerlo de verdad: Pedro es un rockero cristiano y moralista, conservador hasta la médula, como Castillo o Keiko. Pedro, en ese sentido, es todo un producto peruano.

Su última publicación en Facebook es una muestra fascinante de su pensamiento crítico. Ataca a la atracción como “brújula” para decidir, sermonea a quienes perdieron lo que sentían por su pareja, y finaliza con un consejo que a él le ha funcionado: “el secreto de un matrimonio duradero es que tu mujer te excite”. Una joya de la contradicción, la moralina y el machismo de anticuario.

Pero las señales siempre estuvieron ahí. Escuchemos “Degeneración actual” (1999). Primero, un hombre pone droga en el trago de una chica y la viola. Eso, querido lector, además de degeneración, está tipificado en el Código Penal como un delito. Después, como si estuviera al mismo nivel, dice que no está mal ver a dos hombres de la mano… pero “si en el futuro no quieres pensar”. Para él, el amor gay está condenado a la traición y la soledad. En el video de la canción hay hombres de labios pintados y pestañas falsas, y mujeres a punto de besarse. “El horror”, como diría el bisexual Marlon Brando en “Apocalipsis ahora”. ¿Qué pensarían de tus prejuicios, estimado Pedro, el cantante de Judas Priest (que llamas “buen heavy metal”), que es gay, o Little Richard, uno de los padres del rocanrol, expulsado de su casa a los 12 años por marica?

La canción continúa. El amor verdadero ya no es serio, las herencias generan fratricidios, la gente se suicida “por estrés o aburrimiento”. Que yo sepa, el suicidio es un acto terrible y sin regreso. Pintarlo como consecuencia de la falta de amenidades no es una degeneración de los tiempos, es una ligereza. Así, el entrañable Pedro amalgama diversas conductas humanas, desde el delito y la homosexualidad hasta las relaciones ligeras y el suicidio, las trivializa y las subraya como degeneradas.

Él nos señala el camino a la perdición en el coro: la degeneración total viene de la fascinación por el antiamor. Por el contexto, imaginamos que se refiere a cualquier relación que no está en el cauce, rumbo al altar. Pero su vocación religiosa se impone con esta frase: “Si para siempre te quieres condenar / solo dale [sic] a tus instintos toda libertad”. Es decir, si quieres terminar en el infierno, entrégate a tus deseos, pecador. Quizá Pedro, más que un músico, es un profeta.

Un momento. ¿Cómo decir que Pedro, con su apellido compuesto, es puritano, si tiene canciones como “Los globos del cielo”, donde anhela “senos moscovitas / pezón de dinamita”? ¿O cuando describe a esa chica que lo cabalga en su “autito colosal” en un cementerio? ¡Pedro es como nosotros! No tanto. Su arrechura es manifiesta –lo cual se permite en un macho que se respeta–, pero su condena también. Es un pecador que sabe que debe redimirse. En “Tren sexual”, asegura el descarrilamiento: “En el placer de piel, hay mal final”.

En redes sociales, Pedro expresa su pensamiento antiguo: “Y eso es ser hombre, ser la roca de la mujer”, “[ellas] no generan el vínculo para obtener sexo”, “los hombres y las mujeres se complementan, no equivalen” (esta última, para los archivos históricos del feminismo).

Sumemos a esas frases su resumen de la palabra de Dios en Facebook: “No en vano en todas las escrituras la tentación se le adjudica al hombre”. Con una ojeada a la Biblia es al revés, desde el principio de los tiempos: Eva ofrece la manzana a Adán, la reina de Jade hace tambalear al rey Salomón, etc. Por eso el recelo histórico hacia la mujer en las religiones monoteístas. Acaso más peculiar que su visión limitada sobre ellas podría llegar a ser su reduccionismo del hombre, que, según él, da amor en búsqueda de sexo y que tiene una mente “simple y básica”.

Entonces, todo suma para considerar a Pedro como nuestro primigenio cultivador del “rock cristiano”, lo que, si consideramos la verdadera esencia del rock, es un oxímoron. Porque esa música trata de liberación, de ser tú mismo, de mostrar tus deseos y emociones, de cuestionar tu realidad. Es decir, cero mensajes a la conciencia a lo hermano Pablo. Por eso Pedro es tan peruano como el turrón de doña Pepa, porque nuestro conservadurismo es a prueba de toda ciencia o progreso. Y es curioso, porque otros países tocados por la mano del catolicismo que profesa el cantautor, como Argentina, Chile o México, tienen leyes más liberales que las nuestras. Entonces, parte de la popularidad de Pedro Suaréz-Vértiz –que sonará por siempre en las radios– y la segunda vuelta electoral entre la izquierda y la derecha conservadoras vienen de lo mismo.

Y esa es nuestra verdadera degeneración actual: ser un país retrógrado y que se niega a evolucionar, desde la música hasta la política. Parafraseando a Pedro el profeta: somos un auto que no avanza, sino que salta sin sentido, a la deriva, como una rana.

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