«Desprovisto de cobertura ha quedado al desnudo su cabeza, literalmente, donde no hay nada. Porque si lo mejor que encontró para realizar los cambios prometidos y llevarnos a la Tierra Prometida fue este mamarracho de gabinete, ya podemos descartar que tenga ideas».

Por Maki Miró Quesada

Dos noticias impactaron esta semana en Perú, el cambio de gabinete y ver al presidente sin su sombrero. A mí en verdad la segunda me impactó más, pero vayamos primero a lo primero. El ex primer ministro Valer, alias Pegalón, duró 72 horas. El presidente informó de su salida anunciando que lo cambiaría por un nuevo gabinete donde, cito verbatim: “estos cambios se harán teniendo en cuenta la apertura a las fuerzas políticas”.

La gente se entusiasmó -siempre hay esos optimistas que por más que lluevan palos siguen ilusionados- y creyó que venía un cambio real con un estadista a la cabeza dando el golpe de timón que necesitamos para salir de la espiral fatal en que andamos metidos desde julio. O desde antes. Demasiado bueno para ser verdad. Se habló de Salvador del Solar, de Hernando de Soto, en fin, éstos podrán gustar o no: “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Pero al menos saben dónde están parados, ellos y todos los demás.

Terminamos con Aníbal Torres, de Chota, 80 años, y ex ministro de Justicia, más de lo mismo. Si tu universo es Chota no tienes mucho donde escoger, Chota es chico.

Por lo demás de unos veinte ministros hay 12 reciclados o sea que mucho cambio tampoco hubo. La “apertura” quedó en eso, en palabras. La insumergible Dina Boluarte sigue allí para ejemplo flotando como corcho. El nuevo-antiguo y viejo primer ministro es un convencido de izquierda y su gracia es tener una especialidad en derecho constitucional. ¿Me siguen? O sea “la apertura a las fuerzas políticas” ya fue. Aquí todos a cerrar filas, camaradas.

La segunda noticias, que Castillo se quitó finalmente el sombrero, tiene mucho más interés, más aristas y es más reveladora. Ahora, con cabeza al aire, comprendemos claramente el porqué del sombrero. Castillo sin sombrero no es nadie, es irreconocible. Se parece a…todo el mundo. No es ni joven, ni viejo, ni feo ni guapo, nI gordo ni flaco. Te lo cruzas en la calle y ni lo miras, sigues de largo nomás. No tiene ningún distintivo. No tiene la barbita de Trotsky, ni el jopo de Trump, ni el bigotito de Hitler (o de Chaplin) ni las patillas de Menem.

Ahora todo nos ha sido revelado: ¡el sombrero lo definía! Sin el sombrero no es nada. Lo que el hábito hace por el monje, el sombrero lo hacía para Castillo.

Desprovisto de cobertura ha quedado al desnudo su cabeza, literalmente, donde no hay nada. Porque si lo mejor que encontró para realizar los cambios prometidos y llevarnos a la Tierra Prometida fue este mamarracho de gabinete, ya podemos descartar que tenga ideas.

A Castillo quién el 89% de la población del Perú espera fervientemente se regrese a su casa -quién lo va a reemplazar es harina de otro costal y si no preparan bien la cosa, más tarde puede ser aún más triste- le quedan dos opciones: o se encasqueta de nuevo el sombrero y la gente al menos por allí reconoce que viene el presidente, o se queda a cabeza descubierta y cuando ande por la calle nadie tendrá ni idea de quién es.

Visto lo logrado en su gobierno yo le recomiendo que vaya por la segunda opción, perfil bajo y pasar desapercibido. Si se pone el sombrero todos sabrán que allí viene el incompetente y mentiroso de Castillo y su alta torre de paja servirá de blanco perfecto para mandarle una andanada de tomates podridos.

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