Si la vacuna es la versión debilitada del virus, el gobierno de Perú Libre nos inmunizará contra la izquierda retrógrada por otros veinte años.
Por Carlos Cabanillas
La dictadura militar setentera fue una tardía reacción para evitar una verdadera revolución en el Perú. Cuando se dio cuenta de que la ola guerrillera era inevitable, la misma bota militar que durante décadas prohibió una Reforma Agraria matando y encarcelando ilegalmente a cientos de miles de peruanos —a pedido de una oligarquía que no entendió lo que se venía— intentó un experimento de corte nasserista o titoísta para evitar el castrismo.
El gobierno militar estuvo más cerca del fascismo o el nacionalismo de izquierda que del socialismo. Y lo triste es que, al final, la revolución comunista llegó de todas maneras, solo que radicalizada en la forma de terrorismo senderista. En perspectiva, el nefasto experimento militar setentero peruano fue una vacuna fallida. Una que no impidió el virus.
En 1985, el primer gobierno aprista llegó tarde a la historia. Las reformas velasquistas y la muerte de Haya dejaron en off side a un partido que ya se sentía culpable por la supuesta derechización de su fundador. Lejos de encarnar una izquierda moderna, la solución del gobierno fue volver al ideario de los años 30 e incluso ir más allá, estatizando la banca y manteniendo relaciones diplomáticas con Corea del Norte.
De ahí su culposa esquizofrenia a la hora de lidiar con el terrorismo. Afortunadamente, eran demócratas. Y gracias a ello, el que hasta ese entonces era el peor gobierno de la historia contemporánea llegó a su fin. Esos cinco años nos inmunizaron contra ese izquierdismo paleolítico que ya se creía superado. Hasta que llegó el lápiz, citando nuevamente a Marx y Lenin como si nada hubiera cambiado. Y es que —ya que hablamos de Marx— la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa.
Ahora tenemos la versión ‘atontada’ del virus: sin intelectuales marxistas, sin partidos fuertes y sin coartadas ideológicas. Una versión burda de lo que ya vivimos: retórica populista, copamiento del Estado, corrupción partidaria y un largo etcétera.
¿Cómo aprender de nuestros errores y vacunarnos a futuro? Comprendiendo la historia, por supuesto. Y en eso la derecha tiene la de perder. Porque no siempre quien gana la batalla escribe la historia. En el Perú, ganó la derecha pero fue la izquierda la que impuso su narrativa. Y lo sigue haciendo, asumiendo los activos pero no los pasivos de los sucesivos gobiernos. Es la izquierda la que dice que la dictadura de Velasco y el primer gobierno de Alan no fueron de izquierda, aunque ellos participaron activamente en ambos. Y es la izquierda la que ya está anunciando que Castillo no es realmente de izquierda.
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