Sin lugar a dudas, la última década del siglo pasado fue una etapa de cambios profundos en el ordenamiento político y económico global. En particular, la disolución de la Unión Soviética en 1991 —y sus satélites posteriormente— impulsó la consolidación de la democracia y la economía de mercado como el modelo político predilecto a nivel internacional. Sin embargo, ¿cuál ha sido el legado real del colapso del sistema socialista soviético en el funcionamiento político mundial en la actualidad?
El último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, fue un hombre que vivió su juventud durante la etapa estalinista, quizá la más sombría y represiva de toda la historia soviética. No obstante, a pesar de ser un adepto inicial de los ideales marxistas-leninistas que propiciaron la concepción del Partido Comunista de la Unión Soviética y la revolución bolchevique de 1917, más adelante abandonó sus aspiraciones utópicas en favor de la social democracia. En este contexto ideológico, Gorbachov logró comprender la urgencia de llevar a cabo reformas estructurales en el sistema público para frenar la excesiva burocracia y la corrupción desbordada que consumían el Estado soviético.
En este sentido, Gorbachov condujo a la Unión Soviética en la senda de la apertura a los ideales liberales occidentales que favorecían la defensa de la libertad de prensa y expresión (glásnost) y la reestructuración económica transversal (perestroika), con el fin de descentralizar la economía soviética y promover mayores flujos de inversión privada. De esta forma, el último líder soviético fue el artífice de la generación de un cambio brusco en la historia política global. Este viraje en favor de la cooperación con mercados occidentales —dada su trascendencia— motivó, por ejemplo, a que el reconocido politólogo estadounidense Francis Fukuyama, en su artículo titulado ¿El fin de la historia?, promoviera la idea de que el fracaso del socialismo soviético insertaba los ideales occidentales en la cúspide del pensamiento político como el único modelo viable capaz de generar desarrollo y bienestar.
La relevancia de esta idea, desafortunadamente, no se ha mantenido vigente en el tiempo. La reciente invasión rusa a Ucrania es una clara señal que Rusia no ha abandonado en absoluto sus aspiraciones expansionistas en Europa. En esta misma línea, China también se ha ubicado como un rival a la hegemonía occidental, en particular en el ámbito económico a través de la inversión en ‘activos estratégicos’ a nivel internacional. Su plan denominado la Nueva Ruta de la Seda, por ejemplo, ha sido un pilar crucial de la política exterior de Xi Jinping, y consolida al modelo chino como un contenedor importante a las ideas liberales del Estado limitado y el libre mercado.
Es evidente, en esta línea, que las ideas de Fukuyama sobre el triunfo de los ideales occidentales han quedado desfasadas. El panorama internacional es constantemente cambiante y, lamentablemente, no parece estar dirigiéndose hacia la consolidación de sociedades más cooperativas y democráticas. En un contexto en el que Occidente está enfocado en agudizar sus propias contradicciones ideológicas internas, países autoritarios como Rusia y China consolidan una relevancia cada vez más notoria. Este, desafortunadamente, ha sido el verdadero legado soviético.
*El autor es actualmente asesor parlamentario en el Congreso de la República.
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