Columna de Juan Paredes Castro, periodista político que advertía hace seis años de los embates a sortear para llevar a cabo el plan de reconstrucción con cambios .

Por Juan Paredes Castro

Para un descreído de las reconstrucciones en el Perú como yo, después de los grandes desastres (naturaleza devastadora más Estado incompetente), la designación de Pablo de la Flor para rescatar lo que El Niño costero arrasó es la mayor apuesta de confianza hecha hasta hoy por Pedro Pablo Kuczynski.

Le quedan todavía dos apuestas de confianza pendientes que ponen en juego su papel de jefe de Estado: la de convocar a Keiko Fujimori para trazar con ella una urgente ruta de puntuales reformas políticas, económicas y sociales, y la de evitar, por sobre las cabezas del Poder Judicial y el Ministerio Público, que la criminalidad y la impunidad reinen por cinco años más en el país, arruinándolo prácticamente todo.

Pablo de la Flor no es un oportunista ni un improvisado. No es de los que busca desesperadamente un puesto en el Estado. Ya tuvo un paso honroso como viceministro de Comercio Exterior y Turismo. Tampoco aceptaría un encargo, como el que ahora lo compromete, si no supiera que va a poder manejarlo bien. Sabe lo que es dirigir y gerenciar en el sector privado y en el Estado. Siempre habrá quien quiera pisarle el poncho, claro. De ahí que tendrá que sacar poder político de donde quieran negárselo.

Una apuesta riesgosa

El entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski inspeccionando proyectos de reconstrucción en el norte peruano, 2017.

Cuando menos se lo esperaba, le ha sido otorgado solemnemente (como suele pasar en el Perú) un principado en ruinas para ponerlo de pie. Es el patriótico autoexilio al que marcha alguien considerado como el primer ciudadano (del latín ‘princeps’) para hacer, ad hoc a su capacidad y experiencia, la obra de su vida. Tiene pues que sentirse el príncipe de las ruinas de El Niño costero, con cargo a ejercer mando y soberanía en sus funciones, sin que mequetrefes de la burocracia gubernamental se le crucen en el camino y sin que caciques del malgastado canon regional (que él conoce bien) pretendan pasarle gato por liebre o lo enganchen a sus ruedas de molino.

La apuesta de Kuczynski es buena, pero sumamente riesgosa. Tiene de su lado al propio príncipe de las ruinas, más que advertido del mundo político de cuchillos largos en el que tendrá que moverse. Lo que Kuczynski ignora es si al compás de él, sus ministros, que tienen las llaves de sectores claves del gobierno, querrán poner el hombro por Pablo de la Flor de manera decisiva. En nuestra villa peruana de recelos y mezquindades las mejores voluntades se doblegan o se cansan. No vamos a poder ver actuar exitosamente al príncipe Pablo de la Flor sin dos grandes aliados: Kuczynski y Keiko Fujimori, Gobierno y Congreso.

Antes de empezar a remover escombros, Pablo de la Flor tendrá que pedir al presidente y sus ministros remover obstáculos burocráticos previos para poder, por ejemplo, evacuar a miles de familias de cauces fluviales y aluviónicos –oh, ironía– con títulos de propiedad.

Esperamos ver a este príncipe con los pies metidos en el barro de la reconstrucción y no con los pies de barro desgastados en la impotencia.

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