Artista y líder de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo, nos abre las puertas de su hogar, donde su arte es un canto ancestral que desafía al olvido, transmitiendo la sabiduría de su cultura a través de los colores vibrantes del kené. En febrero, viajó a Madrid invitada por Eduardo Hochschild, para presentar sus obras que se exhiben en la colección “Amazonía Contemporánea”, en el museo Lázaro Galdiano, y hoy, tan solo un mes después, regresa a la capital española para participar en la feria ARCOmadrid.
Por María Jesús Sarca Antonio | Fotos Lalo Rondón
Lideresa shipibo-konibo, presidenta de la Asociación Civil El Ayllu, “Personalidad Meritoria de la Cultura” en 2018, artista, conferencista y cantante, Olinda Silvano nos muestra su arte a través de sus pinturas y bordados. “Mi nombre shipibo es Reshin Jabe”, nos dice. En español significa “el primer suspiro”. Nacida en Paoyhan, a orillas del río Ucayali, hoy vive al margen del río Rímac y continúa la práctica del kené con el grupo de mujeres conocido como Las Madres Artesanas de la comunidad de Cantagallo.

Olinda Silvano, artista y líder de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo.
Sus obras han transitado por importantes museos y galerías del mundo. Hoy se exhiben en cuatro exposiciones simultáneas: en el Museo Lázaro Galdiano, en la galería Centro Centro, en la galería Enhorabuena y en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Próximamente, Olinda tiene planeado ir a pintar un mural a Belo Horizonte, en Brasil, y dará una conferencia en la Universidad de Brown, en Estados Unidos.
El camino hacia la internacionalización
Olinda pinta desde muy joven, pero en los últimos años sus obras experimentaron un auge significativo en sus precios. Recibió su primera invitación internacional para pintar un mural en Francia, en 2016, pero no tenía los medios para viajar. “Cuando no eres conocida, nadie te paga nada”, dice.
Tiempo después, recibió una invitación para ir a México que esta vez aceptó, pero tuvo que pedir un préstamo al banco. Esta decisión resultaría clave para su reconocimiento internacional: “Desde ahí se abrió mi camino. Me llamaron desde Vancouver para pintar un mural y les dije que no tenía presupuesto, pero ellos me ofrecieron todo pagado. Estando en Canadá, me llamaron de Promperú para pintar un mural en Rusia, ya que nuestra selección peruana de fútbol volvía al mundial después de treinta y seis años. Yo no podía, y les dije que otra muralista del colectivo iría, pero ellos me dijeron: ‘Te esperamos, tú eres la elegida’. Entonces, terminé el mural y viajé a Moscú”.
Desde entonces, y gracias al apoyo de especialistas como Christian Bendayán, la valorización de su trabajo en el mercado del arte aumentó considerablemente, lo que facilitó la venta de sus obras en dólares a extranjeros.

“El Mito” es un textil bordado a mano de Olinda Silvano (2023).
“El kené es mi identidad, la memoria ancestral, la unión a la familia, la energía de las plantas medicinales”.
Olinda no olvida a quienes la ayudaron a abrirse paso en el arte. Su primer mentor, el profesor César Ramos Aldana, no solo le presentó a sus primeros turistas y alumnos, sino que le dio el impulso para dejar de vender su obra en la calle: “César fue mi motor y me dio el coraje que necesitaba para surgir. Estoy segura de que sin él no hubiera logrado nada de esto y seguiría vendiendo mis obras como una ambulante. Cuando me enteré de su muerte, sentí que una parte de mi cuerpo moría”.
En su trayectoria, Olinda ha encontrado aliados clave, como el curador Miguel López y los artistas Harry Chávez y Alfredo Villar. También valora su trabajo con Omayra Alvarado, de la galería Instituto de Visión, y Marianelli Neumann, de la Galería del Paseo. Aunque colabora con ambas galerías, aún no firma contratos formales. Prefiere mantener flexibilidad antes de comprometerse plenamente. “A veces, cuando firmas con una galería, ya estás como casada con ellos, y no me gusta sentirme limitada. Yo prefiero ser libre”, nos dice Olinda, y añade que está analizando bien la propuesta.
Al pensar en el futuro, Olinda desea que sus hijos continúen su legado: “Yo no soy eterna, incluso estoy enferma. Mis hijos están aprendiendo y ya firman su trabajo, como mi hijo Ronin; incluso, cuando no puedo ir a un evento, piden que él me reemplace”.

Próximamente, Olinda tiene planeado ir a pintar un mural a Belo Horizonte, en Brasil, y dará una conferencia en la Universidad de Brown, en Estados Unidos.
La tradición del kené como puente cultural
“Nuestro arte es una protesta, nos permite expresarnos, aunque sintamos miedo de hablar”, explica Olinda, y añade que “también es sanación”. La reciente pérdida de su hermana por cáncer la llevó a canalizar su dolor a través de la pintura: “El arte nos llena de emoción, es terapia, nos ayuda a sanar nuestros sentimientos”.
El kené es la técnica ancestral de bordado y pintura propia de su pueblo. “Es una energía que viene de la memoria ancestral. No son solo repeticiones. El kené es mi identidad, la unión a la familia, la energía de las plantas medicinales”, explica Olinda. “Somos las guardianas de esa farmacia escondida, invisible, que está en la selva. Cuando ocurrió el incendio y los animales fueron quemados, toda la Amazonía lloró”, reflexiona Olinda mientras nos muestra la pieza que integra los patrones tradicionales kené con una narrativa sobre la crisis ambiental y que está preparando para la feria ARCOmadrid.
Y no es solo una técnica, es el alma de su obra lo que la conecta con su abuela, quien le enseñó el bordado desde pequeña. “Al nacer, cuando te cortan el cordón umbilical, te echan el piri piri en lugar de alcohol; eso te hace absorber el conocimiento”, esto es común en las mujeres shipibo-konibo.

Olinda vio los trazos del kené desde muy niña. Su abuela [en el mural] la ayudó a intensificar su don echándole gotas de piri piri en los ojos.
En su trabajo, Olinda busca dar a conocer la riqueza de la cultura indígena y la importancia de proteger el entorno natural: “Poco a poco, con mucho orgullo, como pueblo indígena, estamos visibilizando nuestra identidad. En otros países somos más valoradas que aquí en Perú. La gente está muy ansiosa de ver nuestro arte”. A pesar de que los reconocimientos a nivel personal se multiplican, siente un genuino interés por compartir con su comunidad. “Como la hormiguita, cuando se encuentra un pedacito de comida, llama a todos para comer. Tenemos que ser la mujer hormiga. Yo podría hacerlo sola, pero no, la necesidad la tenemos todos”, reflexiona Olinda, siendo esta visión colectiva un reto frente a los códigos del arte contemporáneo, que mide la genialidad del artista por su firma individual.
“Hoy disfruto ser una artista contemporánea sin dejar mi cultura”.
Colectivo kené
Además de pintar murales en solitario, Olinda forma parte de un grupo de muralistas llamado Soi Noma, basados en la cosmovisión colectiva del kené, que se fundamenta en la idea de comunidad y colaboración: “Cada vez que me piden realizar un mural grande, pido que participemos todas. Si no aceptan, me toca escoger a las que son más hábiles”. Además, cuando las obras del colectivo cruzan fronteras, ella alterna a sus acompañantes, asegurando que todas tengan su momento para viajar. Olinda ve esta dinámica beneficiosa, pues mientras algunas están fuera del Perú, las que se quedaron continúan realizando otros trabajos.

El colectivo de muralistas Soi Noma está conformado por doce mujeres y tres hombres.
No son pocas las artistas que, de este modo, de forma independiente, “están empoderadas y crean obras con su propia firma, como Sadith Silvano o Cordelia Sánchez”. El trabajo colectivo es clave para la transmisión de saberes del arte tradicional y para la inclusión de las nuevas generaciones: “El arte amazónico debe seguir creciendo. No debemos permitir que se pierda. Somos los profesores ancestrales”.
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