Aldo Mariátegui publica un nuevo libro que revela los vínculos entre el velasquismo y la KGB, pero su mirada va más allá del pasado. En conversación con COSAS, el periodista advierte que el Perú atraviesa una crisis de ideas: candidatos que huyen del debate, una izquierda que no desaparece, fiscales que politizan la justicia y una prensa que perdió la vergüenza.
Por Tony Tafur
Aldo Mariátegui habla como quien prende un fósforo en un cuarto lleno de gas. Su nuevo libro, centrado en los nexos entre el régimen de Juan Velasco Alvarado y la inteligencia soviética, nos revela un intervalo casi cinematográfico de nuestra historia: el capítulo en que el Perú fue —después de Cuba— el país latinoamericano que más colaboró con la KGB.
Pero el periodista no se queda en la arqueología política, y su diagnóstico no tiene anestesia: una clase política sin discurso, candidatos que huyen de foros, una izquierda intermitente en el sur y un sector de la prensa que, según comenta, prefirió la comodidad del poder a la incomodidad de la verdad.

El libro KGB y Velasco: La alianza URSS-Perú 1968-1975 será presentado este jueves 30 en El Virrey, Miraflores.
—Tu nuevo libro ilumina una parte poco explorada del velasquismo: sus vínculos con la Unión Soviética y el KGB. ¿Qué tan profunda fue esa relación?
Fue más intensa de lo que yo mismo imaginé. Posiblemente, después de Cuba, el Perú fue el país latinoamericano que más trabajó con la KGB a nivel oficial. Hubo contactos muy estrechos entre el Servicio de Inteligencia Nacional y la inteligencia soviética. Un general peruano —de altísimo nivel y luego ministro— llegó a ser recibido por Andropov en Moscú. También encontré periodistas y diplomáticos que respondían directamente a Moscú. Incluso se menciona el envío de militares peruanos a la URSS para entrenamiento y la existencia de operaciones conjuntas contra Chile. Hasta el golpe de Morales Bermúdez, la colaboración fue intensa. La relación se materializaba incluso en reuniones entre agentes soviéticos y peruanos en un edificio de Larco, en Miraflores.
—¿Podemos hablar entonces de una alianza ideológica, más allá de la cooperación táctica?
Sí, había una afinidad ideológica, aunque no era un régimen moscovita. Velasco y su entorno compartían con los soviéticos un antiamericanismo visceral. Perú pasó de ser uno de los países más proestadounidenses a uno de los más hostiles en la región. Antes de Velasco, la economía peruana tenía fuerte presencia de empresas norteamericanas. Con el velasquismo, eso se corta abruptamente. Fue un viraje completo de eje político y económico.
—Durante décadas se ha presentado a Velasco como un patriota redentor. ¿Tu investigación derrumba al mito?
Velasco no fue el interlocutor directo con la KGB, pero sin duda conocía lo que ocurría. Los contactos eran con generales de su entorno, algunos de los cuales luego serían ministros. Lo curioso es que el KGB incluso intervino para protegerlo: hay registros de operaciones contra el ministro Artola, acusado de conspirar, en las que los soviéticos actuaron en defensa de Velasco. No, no fue el gran patriota que se pinta. Fue un gobernante pragmático que jugó sus cartas según conveniencia.
—Entonces podemos decir que la reforma agraria o las expropiaciones no respondieron necesariamente a una agenda soviética.
No, en absoluto. Velasco no fue un títere del Kremlin. Los rusos apoyaban al Partido Comunista local, sí, y por eso Velasco les dio el diario Expreso y apoyo sindical. Pero las reformas fueron ideas propias. A Moscú le convenía un aliado como Velasco: ideológicamente cercano y, sobre todo, gratuito. No querían otro Cuba que les costara millones. Por eso el velasquismo fue ideal para ellos: antiamericano, pero autosuficiente.
—Resulta curioso que, pese a todo eso, hoy siga reivindicado por sectores de izquierda como símbolo de soberanía. ¿Qué explica esa nostalgia?
Porque en el imaginario popular Velasco sigue siendo el “patriota” que se enfrentó a Estados Unidos. Las generaciones mayores no se sorprenden; vivieron esa época. Pero los jóvenes descubrirán en este libro que Perú tuvo un papel activo —y hasta protagonista— dentro del tablero soviético latinoamericano.
La izquierda “vegetariana limeña”, esa caviar, sigue viva porque sabe ubicarse: no tiene votos, pero sí puestos. Son presupuestívoros.
—Pasemos a la coyuntura. ¿Cómo ves hoy a la izquierda peruana rumbo a las elecciones de 2026?
No la subestimaría. Tiene implantación territorial, sobre todo en el sur. Ya dieron el campanazo con Pedro Castillo. No están muertos. La izquierda “vegetariana limeña”, esa caviar, sigue viva porque sabe ubicarse: no tiene votos, pero sí puestos. Son presupuestívoros. La izquierda popular, en cambio, mantiene fuerza real en regiones como Cusco, Puno y Ayacucho.
—Pero ese sur, que fue el motor de Castillo, hoy también muestra desencanto. ¿La derecha está capitalizando?
No del todo. Hay un anti-limeñismo muy fuerte, y eso sigue siendo un combustible poderoso para la izquierda. Mira cómo recibieron a Butters. Lima no tiene culpa de sus problemas, pero ese resentimiento existe. Las regiones manejan su dinero hace más de quince años, pero siguen culpando a la capital. Ese divorcio es el mayor obstáculo para una expansión del voto de derecha en el interior.

Keiko Fujimori, como Carlos Álvarez, decidió no participar en el CADE 2025.
—Y sobre el CADE: hubo deserciones de candidatos. ¿Qué ha pasado? ¿Hay un desencuentro entre el sector privado y la agenda pública?
Algunos candidatos se corren por falta de ideas, miedo a los reflectores. Acuña es un pésimo orador; Álvarez cayó en la demagogia; y Keiko probablemente siente que ahora no es necesario. Pero toda tribuna donde se debatan ideas debería aprovecharse. Es lamentable.
—¿Y la ausencia de Milei? Algunos la leyeron como desaire regional.
Nada que ver. Milei tiene sus propios frentes abiertos: su hermana, su gabinete, la relación con Estados Unidos. Si perdía, no venía; si ganaba, estaría ocupado. Creo que el tema de Perú, pues habrá dicho: no tengo tiempo, tengo una agenda demasiado recargada.
—Pasemos al caso Cocteles. ¿Qué opinas de los votos disidentes en el Tribunal Constitucional y la narrativa de “invasión de competencias”?
Es un disparate. El TC no decide culpabilidades, solo determina si hay delito o no. Y lo que ha dicho es claro: ese tipo penal no aplica. Además, zanja de una vez la tontería de que una organización política puede ser una organización criminal. Ni Odría declaró al Apra así, ni Velasco lo hizo con Acción Popular. Estos fiscales delirantes inventaron un delito y arruinaron vidas. Persiguieron gente durante años, los llenaron de embargos, ansiolíticos y miedo. Ahora tendrán que responder. No se puede usar a la justicia como arma política.
—¿Crees que existió una operación articulada entre fiscales y medios?
Sí. Y tarde o temprano, Vela, los fiscales y también Gorriti tendrán que rendir cuentas. Lo que declaró Villanueva sobre Gorriti es gravísimo: manipular fiscales para destruir enemigos políticos. Gorriti se mueve bien afuera. Cada vez que enfrenta problemas, le dan un premio. Entre ellos se premian, tienen una red mundial. Y dentro del país, tiene sus satélites y comparsas. Lo han puesto en un pedestal.

Los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez.
—Y frente a todo esto, ¿qué papel debería tener la prensa en este nuevo ciclo electoral?
Hay un sector de la prensa que debe hacer un mea culpa. No puede volver a caer en esa histeria de ser la comparsa de algunos fiscales. Los pusieron como dioses. Y luego lo mismo con Vizcarra. Hubo niveles de adulación que no había visto en años. Me da vergüenza ajena cuando recuerdo todo eso. Ojalá no vuelvan a caer.
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