La de Eduardo Arena es una historia sorprendentemente desconocida. Su influencia en la internacionalización y profesionalización de la tabla hawaiana es tan inmensa como él mismo: el Monstruo, como es conocido, fue el mentor e inspiración de muchos de los grandes tablistas peruanos. A manera de homenaje, Josefina Barrón ha publicado el libro “Surfeando tablistas”, que sigue la carrera del exdeportista: desde sus primeras olas miraflorinas hasta sus viajes por el mundo, siempre buscando el crecimiento del surf.
Por Dan Lerner
Todos los que han conocido a Eduardo ‘Monstruo’ Arena lo recuerdan como un tipo carismático, glamoroso, guapo, extremadamente deportista, y, sobre todo, apasionado. Su gran pasión, según se puede leer en las páginas de “Surfeando tablistas”, el libro que le ha dedicado Josefina Barrón, es la tabla, aunque no muy lejos se encuentran las mujeres, a quienes les ha dedicado, también, buena parte de su vida.
Para las generaciones más jóvenes, la gran representante del surf nacional es Sofía Mulanovich. Sofía es, en efecto, sinónimo de tabla hawaiana para nosotros. Sin embargo, hemos tenido grandes pioneros que han permitido que chicos como Sofía pudieran correr olas con naturalidad en el sur de Lima. Probablemente, el más grande de ellos es Eduardo.
Miraflores: el origen
Podría decirse que todo comenzó en Miraflores, en la década de los cuarenta. Ahí, precisamente en 1946, Eduardo Arena corrió su primera ola. El Monstruo, como se le conocía por su inmensa contextura y por la forma como se paraba sobre las pesadas tablas de madera que se usaban en la época, se dirigía al club Waikiki, recientemente fundado por Carlos Dogny Larco –uno de los galanes más conocidos de la ciudad–, a correr olas. Miraflores fue entonces el escenario de las primeras acrobacias, de ese chispazo de amor que nunca se apagaría.
Las playas del sur de Lima, hoy tan populares, eran mucho menos accesibles en la década del cincuenta, cuando, por primera vez, tablistas limeños descubrieron sus olas. A más de treinta kilómetros de la ciudad, el mar de Punta Hermosa esperaba, con sus olas grandes en altamar, a los muchachones de espaldas anchas y cabellos desteñidos por el sol: Carlos Dogny Larco, Augusto Felipe, Pancho Wiese, Pitty Block, Richard Fernandini, Armando Bignati, Hal McNicol y, por supuesto, Eduardo Arena. Tras algunos intentos infructuosos, en los que los tablistas, acostumbrados a olas más pequeñas en aguas menos profundas, no se sintieron cómodos, Carlos Dogny dijo: “Estas olas no se pueden correr. El que se cae, se ahoga”.
Sin embargo, esas grandes olas se merecían más intentos y, ya mejor preparados, los tablistas empezaron a domarlas. Augusto Felipe bautizó el lugar como Kon-Tiki, inspirado en el nombre de la balsa con la que el noruego Thor Heyerdahl completó su travesía del Callao a la Polinesia.
Uno de los grandes obstáculos para dominar las olas del mar puntahermosino eran las tablas: en aquel entonces, podían pesar hasta setenta kilos y medir cuatro metros, con lo que realizar maniobras en oleajes fuertes era casi imposible. Ni qué decir del esfuerzo que suponía remar a recogerlas después de cada ola, ya que aún no tenían pitas. Fue por eso que la visita del surfer californiano Al Dowden, quien se sintió atraído por las famosas olas peruanas, al club Waikiki entre los años 52 y 53 fue muy importante: Dowden hizo notar a los tablistas nacionales que sus tablas estaban obsoletas. Después de un viaje con el californiano a su tierra, Eduardo volvió con un cargamento de tablas, ya vendidas de antemano a los tablistas peruanos interesados. Se trataba de instrumentos más livianos, hechos con madera de balsa y con quilla. Fue gracias a estas tablas que los surfers lograron domar por completo las olas del sur de Lima. Tres años después de la última visita de Dowden, el Monstruo ganaría el Campeonato Internacional de Tabla del Perú, en 1956, al dominar la disciplina de ola grande en Kon-Tiki. Fue uno de los torneos que marcaron las primeras épocas competitivas del surf mundial.
Australia, el punto de partida
Podría decirse que fue en Manly, Australia, en el año 1964, en donde la influencia de Eduardo Arena en el crecimiento del surf a nivel mundial empezó a plasmarse. En las playas australianas se disputó un mundial de tabla, auspiciado, por primera vez, por una compañía petrolera, lo que reflejaba, en ese momento, el crecimiento del deporte a nivel comercial. Eran los primeros pasos que daba el surf como una actividad medianamente lucrativa.
Ese mundial, sin embargo, todavía se disputaba con sus propias reglas; es decir, sin reglamentos unificados, sin jueces de cada país, y fue ahí donde nació un grupo de jóvenes –integrado por Nat Young, Fred Hemmings, Greg Noll y, sobre todo, Eduardo Arena– que empujaba para que se creara una institución que unificara y reglamentara los torneos a nivel mundial. Según narra Josefina Barrón en su libro: “Eduardo recuerda que, si bien deportivamente los peruanos no destacaron demasiado en el torneo, sí lo hicieron a nivel social”.
Justamente, durante la fiesta de clausura del torneo de Manly, Eduardo Arena fue elegido como el primer presidente de la International Surfing Federation. “Una de sus propuestas fue que se organizara un campeonato mundial de tabla hawaiana oficial el año siguiente en el Perú. Había que invitar a los dos mejores tablistas de cada país con todo pagado, además de un juez de cada país invitado. Montó, a los treinta y siete años, la oficina de la ISF en la avenida Arenales”, escribe Josefina Barrón.
En esa oficina se escribieron las reglas del deporte a nivel mundial, la mayoría de las cuales se siguen aplicando hasta el día de hoy. Casi todos los que redactaron el reglamento fueron peruanos: Héctor Velarde, Pancho Wiese, Pocho Caballero y Eduardo. Como se puede leer en el libro, el grupo plasmó en el acta de constitución de la federación el acta universal que sigue vigente hoy: “Un tablista debe ser juzgado y se le debe dar la máxima puntuación por deslizarse a la máxima velocidad, la distancia más larga posible, en la parte más peligrosa de la ola con la más grande maniobrabilidad. Cuando el tablista llega a la parte baja de la ola, debe salirse lo más rápido posible de la reventazón, de la mejor manera y con el mayor estilo; no en todas las olas se forma el famoso tubo en que el tablista debe meterse como en un túnel. Cuando existe el tubo, debe introducirse y estar el mayor tiempo posible, también con el mayor estilo hasta, finalmente, salir de aquel”.
Perú, 1965
En ese año, la ISF organizó su primer mundial. El organizador principal fue Eduardo, quien tuvo que mantener comunicación con delegaciones de varios países del mundo y, lo más difícil, conseguir financiamiento para el evento. Gracias a que era un hombre de contactos y de buenos amigos, el Monstruo consiguió los fondos gracias a “El Comercio”, Pepsi-Cola, Aerolíneas Peruanas y otras empresas. El 18 de febrero de 1965, en la playa Punta Rocas, se dio inicio al torneo, inaugurado por el entonces presidente, Fernando Belaunde Terry. Bajo la densa neblina característica del litoral limeño, el tablista peruano Felipe Pomar se hizo con el trofeo. El mundial de Punta Rocas, a fin de cuentas, demostró que la tabla era un deporte capaz de atraer a gente de todo el mundo. La cadena NBC lo transmitió en todo Estados Unidos. Y a la siguiente edición, en San Diego, California, acudió un promedio de ochenta mil personas.
Algunos años después, tras mundiales exitosos en Puerto Rico y Australia, y después de ser reelegido presidente de la ISF, Eduardo dejó el mando de la institución, convencido de que era tiempo de nuevos líderes. Pero ni sus discípulos ni el mundo de la tabla lo olvidarán jamás. El campeón mundial Nat Young lo describe así: “Siempre pienso en Eduardo como una figura paterna, guiándome con su estilo y trayectoria de vida”.
Es por eso, justamente, que mucha gente de surf ha pedido que se le otorguen los Laureles Deportivos a Eduardo, mientras aún puede ser homenajeado en vida. Si no los merece él, ¿quién?