Después de dos años de construcción y una inversión de treinta millones de dólares, el que un día fue el restaurante más famoso y prestigioso de Nueva York ha abierto nuevamente sus puertas. Sus dueños son los mismos y el menú mantiene sus platos más clásicos, pero el resto ha cambiado.

Por Manuel Santelices

Four Seasons

After party de la premier del documental “Six By Sondheim”, en 2013.

Graydon Carter, ex editor de “Vanity Fair”, todavía recuerda la primera vez que visitó The Four Seasons. “Llegué a Nueva York en setiembre de 1978 y fui al Four Seasons en diciembre. Había leído respecto al restaurante durante toda mi vida, pero no fue lo que esperaba. Su rígido modernismo me sorprendió, pensé que iba a ser más como The Oak Room, el bar del Plaza. La segunda vez que lo visité, lo aprecié. Y para cuando fui por quinta vez, me di cuenta de que era el restaurante más hermoso del mundo. Era épico, cálido y elegante al mismo tiempo”.

Four Seasons

Barbara Walters, Michael Bloomberg y Lauren Veronis, en 2012.

“Observando alrededor del comedor, aprendí quién era quién en Nueva York a cierto nivel. Uno preguntaba quién era tal persona y te explicaban que era John Loeb, el famoso banquero. Una de las primeras veces que vi a Barry Diller fue en el Four Seasons. Había leído sobre estas personas innumerables veces, y ahí estaban ahora, comiendo a solo unas mesas de distancia. Adoraba ir ahí y ver a Brooke Astor almorzando con Philip Johnson, o a Brooke Astor con Nelson Rockefeller. ‘Si’ Newhouse, el CEO de Condé Nast, mantenía una chaqueta y una corbata en su oficina solo por si tenía que ir a almorzar al Four Seasons. Incluso él le rendía respeto”.

Four Seasons

Las gemelas Mary-Kate y Ashley Olsen, en 2009.

Los recuerdos de Carter no son únicos. Cualquiera que haya pisado alguna vez este magnífico restaurante habrá comprendido de inmediato por qué se convirtió desde un principio en el escenario favorito para el “power lunch” de algunos de los personajes más poderosos, influyentes y célebres de Nueva York. Inaugurado en 1959 en el primer piso del Seagram Building, entre Park Avenue y la Calle 52, y diseñado, igual que el edificio, por Mies van der Rohe y Philip Johnson, The Four Seasons fue uno de los íconos de la naciente arquitectura modernista en Nueva York.

Four Seasons

El Seagram Building, hogar de The Four Seasons durante cincuenta y siete años.

La simpleza de sus líneas contrastaba con la riqueza de sus texturas –maderas, metales, cristales– y, por supuesto, con el drama de sus elementos más llamativos: un espejo de agua en la pool room rodeado de cuatro enormes árboles. En los muros colgaban cuatro pinturas de Ronnie Landfield (que reemplazaron a cuatro de Mark Rothko, quien no tuvo corazón para terminar una comisión para un restaurante que le molestaba profundamente por su elitismo), un mural de James Rosenquist, y una cortina de Picasso pintada originalmente para Les Ballets Russes y que desde 2014 está siendo exhibida en la Sociedad Histórica de Nueva York.

Four Seasons

Melania y Donald Trump, y Spike Lee, en el 25 aniversario de “The New York Observer”, en 2013.

Los cambios

El tema de las cuatro estaciones que sugería su nombre fue siempre cuidado hasta el fanatismo. Cuatro veces al año todo cambiaba, desde los arreglos florales en el comedor hasta la tapicería en las banquetas o el uniforme de los mozos. A pesar de todo su esplendor y un menú que elevó platos clásicos de la New American Cuisine, como el lenguado meuniere, el steak tartar o la Cesar salad a su máxima expresión, la mayor atracción del restaurante fue siempre el público sentado en sus mesas, un circo de ambición y poder liderado por el legendario Julian Niccolini, uno de los propietarios del lugar, que con una mezcla de jovialidad, cortesía y sang froid controló lo que por muchos años fue el comedor más exclusivo y jerárquico del mundo.

Four Seasons

Al Pacino y Lucila Solá, en 2010.

“Los poderosos van a comer allí para ser vistos con otros poderosos”, escribió en 1977 Michael Korda, el ex director de la editorial Simon & Schuster. En 2016, el propio Niccolini dibujó para “The New York Times” un diagrama con el sitio que casi diariamente ocupaban sus mejores clientes, con Barbara Walters, Steven Florio y Vernon Jordan a un costado, Graydon Carter, Anna Wintour y Henry Kissinger al otro, y Gwyneth Paltrow, Harvey Weinstein, Joan Collins, Lou Dobbs, Ron Perelman, Barry Diller y Heidi Klum en mesas del centro.

FOUR SEASONS

“Cuando fui por quinta vez, me di cuenta de que era el restaurante más hermoso del mundo”, contó Graydon Carter, ex editor de “Vanity Fair”.

En julio de 2016, luego de perder el lease de su arriendo, The Four Seasons cerró sus puertas después de cincuenta y siete años de operación. Unos meses más tarde, todo en su interior fue rematado, desde los ceniceros hasta los portapapeles del baño, incluyendo servilletas, porcelanas y cubiertos, en una subasta que creó una ola de nostalgia en Manhattan.

FOUR SEASONS

After party de la premier del documental “My Architect”, en 2003.

Desde entonces, un nuevo grupo gastronómico, el Major Food Group, ocupó el espacio, abriendo primero The Grill y hace poco The Pool, un segundo restaurante, con resultados mixtos. Niccolini y su socio, Alex Von Bidder, comenzaron de inmediato la búsqueda de una nueva locación, y escogieron finalmente una nueva torre en la Calle 49, a solo tres cuadras de distancia de su restaurante original.

Four Seasons

El magnate George Soros, en 2011.

Diseñado en dos pisos a un costo de treinta millones de dólares por el arquitecto brasileño Isay Weinfeld, el nuevo Four Seasons refleja la estética y la gastronomía de su concepto original, pero el espacio es más pequeño, lo que hará, según Niccolini, que conseguir reservaciones se haga más difícil. Lo que sí será imposible de replicar es la sensibilidad de un lugar que a estas alturas parece tan lejano como los martinis a mediodía de la era “Mad Men”.

Four Seasons

Shelby Bryan, Anna Wintour y el entonces editor de “Rolling Stone”, Jann Wenner, en 2003.

Nueva York ha cambiado en las últimas décadas, y los hábitos –sin siquiera hablar de los nombres– de los poderosos de la ciudad también. Otro aspecto que ha quedado atrás gracias a la ola cultural desatada por el movimiento #MeToo es la evidente masculinidad y ligera misoginia de la que el restaurante en alguna oportunidad alardeó. El mismo Niccolini reconoció en una ocasión que “el plato más popular en el menú son las chicas jóvenes”. La cuenta, por favor.